(Viernes, 09-07-2010, Gaudium Press) Vivimos en la era de la información y nunca fue tan fácil el acceso al conocimiento. Todos los días somos constantemente bombardeados por noticias oriundas de los cuatro rincones del mundo. Hoy tomamos conocimiento de un huracán que asola al golfo de México, de un terremoto en las islas del Pacífico, de una leve caída en la bolsa de Nueva York. La preocupación de mantenernos informados es cada vez mayor.
Por otro lado, parece que el hombre nunca fue tan desconocedor de la esencia de las cosas y, de modo especial, de aquellas que pasan en su propio interior (…) Tal facilidad de acceso a la información acabó también por generar una cierta banalización del saber. El tiempo se ha tornado cada vez más corto y, entretanto, muchas son las cosas que se desea conocer.
Siguiendo esta tendencia, la prensa, entonces, pasó a narrar los hechos de modo cada vez más sucinto, rápido y simplista. Son las denominadas píldoras de la información.
En cuanto a la razón de esto, los publicistas argumentan que cualquier información, un poco más profunda o que presente una mayor riqueza de detalles, podrá venir a fatigar al lector. Siendo así, cuanto menor sea la noticia, tanto mayor será la probabilidad de que ella sea leída.
Esta hipertrofia de la información también se encuentra en los ambientes académicos. Los profesores que tienen que enseñar a esta generación de la imagen, deben siempre hacer uso de nuevos métodos, de nuevas herramientas didácticas, para intentar atraer la atención de los alumnos: «Parece que el culto a la delgadez también afectó a los medios académicos. Los libros, los artículos, las conferencias deben ser cortas, nadie dispone de mucho tiempo para leer o escuchar. El único modo de sobrevivir está en ser rápido, corto».
Todavía, para que la información pueda realmente alcanzar al gran público, no basta que ella sea breve o simple. Ella también debe venir acompañada de otro elemento que, para las actuales generaciones, se han convertido en algo verdaderamente indispensable. Tal elemento es lo que comúnmente denominamos «novedad».
La industria del entretenimiento hace mucho tiempo está atenta a este fenómeno, pues sabe que existe un público que siempre está atrás de la nueva computadora, del nuevo celular, el nuevo aparato de mp3. El principal problema es que quienes buscan la más reciente novedad, aún no fueron capaces de utilizar todos los recursos de su aparato anterior. Es el deseo de lo nuevo por el simple hecho de ser nuevo. Mientras que, para algunos, este deseo de poseer el último lanzamiento no ofrece alguna consecuencia más profunda, para otros, el ansia de novedades se va transformando en una verdadera obsesión.
Según la Asociación de Psiquiatría Americana, este problema ya tiene un nombre y puede ser considerado como una de las mayores «enfermedades psicológicas» del siglo XXI. Se llama neofilia, un neologismo latino que significa «amor a la novedad». Su principal «síntoma» consiste en este infrenable deseo de poseer todo lo que es nuevo, principalmente aquello que se refiere al campo de la cibernética.
Para saber si usted padece de neofilia, vea algunos ejemplos:
Compró un celular y, aún sin usar todos los recursos de su actual aparato, ya está pensando en comprar otro.
Cuando va al supermercado, siempre pasa en el sector de los electrónicos para ver la «última novedad».
Busca asistir, por la prensa, a todos los «lanzamientos cibernéticos» y, al saber que algún amigo va realizar un viaje al exterior, siempre pide que él le compre alguna cosa.
Desea cambiar de computadora a cada seis meses.
Relee su buzón de emails diversas veces al día y se entristece cuando no encuentra ninguno para leer.
Al poseer cualquier aparato electrónico, en poco tiempo se decepciona con lo que tiene y siente una frustración interior. En seguida, deposita toda su esperanza en el nuevo lanzamiento.
Cree que todo aquello que viene escrito: «nuevo» o: «último lanzamiento» debe ser necesariamente considerado como mejor.
No resiste al ver a un amigo con algún aparato que usted todavía no tiene.
Almacena millares de músicas sin jamás tener tiempo de escucharlas todas. Su alegría está en decir solamente que posee un gran archivo musical.
Acostumbra criticar aquellos amigos que no saben hacer uso de estas nuevas tecnologías.
Siempre está bajando nuevos programas en internet que prometen la «solución para todos sus problemas».
Bulimia Intelectual o Síndrome de Fausto
Mientras la neofilia se identifica con el consumismo, o con el infrenable deseo de novedades, existe también otra «enfermedad» que aún, siendo menos frecuente, también representa uno de los trazos que marcan nuestra época. Ella es conocida como «bulimia intelectual», y está asociada al exagerado deseo de conocer todo.
Por esta razón, algunos autores también la denominan «síndrome de Fausto». Tal «patología» recibió este nombre en función de la amarga lamentación del personaje Fausto, en la obra homónima. Goethe describe muy bien el recorrido final de aquel que se entrega al infrenable deseo de conocer todo.
(…) Ah! Ya estudié Filosofía, Jurisprudencia, Medicina y también, por desgracia, Teología. Todo esto en profundidad extrema y con gran esfuerzo. Y ahora me veo, pobre loco, sin saber más de lo que en principio. Tengo los títulos de Master y Doctor y hace diez años que arrastro mis discípulos para arriba y para bajo, en dirección recta o curva, y veo que no sabemos nada. Esto consume mi corazón. Claro está que soy más sabio de lo que todos esos necios doctores, maestros, escritores y frailes; no me atormentan ni los escrúpulos ni las dudas, no temo al infierno ni al demonio.
Entretanto, me siento privado de toda alegría; no creo saber nada con sentido, ni me da orgullo poder enseñar algo que mejore la vida de los hombres y cambie su rumbo. No tengo bienes ni dinero, ni honor, ni distinciones delante del mundo. Ni siquiera un perro querría vivir en estas circunstancias. Por esta razón me entregué a la magia: para ver si, por la fuerza y la palabra del espíritu, me son revelados ciertos misterios; para no tener que decir con amargo sudor lo que no sé; para conseguir reconocer lo que el mundo contiene en su interior (…)
Queridísimo lector, si usted no padece de neofilia o Síndrome de Fausto, puedo decirle que una cosa es cierta. Usted ciertamente conoce a alguien así.
Por Inácio Almeida
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