Redacción (Lunes 19-07-2010, Gaudium Press) Es con María que Dios genera los misterios revelados y con Ella logra que sean percibidos, y así se explica en este dominio la importancia de la Estética (campo de lo perceptible) y el símbolo (mediación dinámica) en el ámbito de la relación Teologia – Mariología, según afirma Miguel Iribertegui Eraso en «La Belleza de María».
«Es de creer que Dios adornó a su Madre con una belleza del todo celestial y divina», dice Royo Marín en su libro ‘La Virgen María: Teología y espiritualidad marianas’. Por su dignidad, se le tributa a la Virgen el culto de hiperdulía, superior a la dulía que se debe a los santos, e inferior a la adoración, latría, que se debe exclusivamente a Dios. Esta veneración tiernísima -la que merece- ha hecho que la devoción del Pueblo de Dios desarrollase una iconografía rica en relación a las verdades de la Revelación; y así, en relación a la Santa Madre de Dios. Se crearon formas y expresiones cromáticas que hablaban por sí mismas y se constituyeron en catequesis a veces tan completas cuanto grandes discursos.
A muchas de las representaciones de la Santísima Virgen a lo largo de la historia, se le atribuyen milagros y conversiones sorprendentes. Esto ya constituye por sí mismo, un indicio del agrado que Dios encuentra en esas bien acertadas expresiones artísticas, para reflejar principios marianos y fructificar la devoción de los pueblos.
¿Y si Dios quisiese Él mismo hacer una obra de arte? – Efectivamente, Él emplea y respeta, por así decir, principios simbólicos que han sido utilizados durante siglos, y que, a fin de cuentas, fueron inspirados por Él mismo. Los ejemplos no faltan: Nuestra Señora de las Lajas en Colombia, Nuestra Señora de Guadalupe (en Méjico) o Nuestra Señora de Coromoto (en Venezuela).
En cuanto a esta última, decía Mons. Omar Cordero en su libro La Coromoto y Venezuela:
«Todo lo que por la Biblia, el Magisterio, la Tradición y los Concilios sabemos de María, podemos aplicarla a la Coromoto, pues la advocación local o nacional no destruye la identidad total de la Gran Señora, sino que la conserva aplicando a las circunstancias determinadas toda la riqueza teológica del Misterio de María.»
Venerando esta imagen en el seminario de los Heraldos del Evangelio, teniéndola delante de nuestros ojos, en el corazón, y recordando los complejos momentos de la Venezuela de nuestros días, aprovechamos para enriquecer la piedad de los que se acercan a la Virgen con la profundidad de significados y riquezas teológicas que la adornan. Como decía el entonces cardenal Ratzinger, en «María Iglesia Naciente»:
«La piedad mariana estará siempre en tensión entre la racionalidad teológica y la afectividad creyente. Pertenece a su esencia, y a Ella le incumbe precisamente no dejar atrofiarse por ninguna de las dos: no olvidar en el afecto la sobria medida de la ratio, pero tampoco ahogar con la sobriedad de una fe inteligente al corazón, que a menudo ve más que la pura razón.»
Una bellísima Señora apareció a un cacique y se torna la evangelizadora de los venezolanos
Dios permitió que a un cacique se le apareciera la Virgen, hablando en su lengua, exhortándolo a ser bautizado y poder ir al cielo. Pero el corazón se le endureció, como al Faraón delante de Moisés. El 8 de septiembre de 1652 se enfureció y lanzó a Ella, una piedra, pero la Bella Mujer desapareció. Entre tanto, su imagen graciosa y pequeña permaneció en un pequeño objeto en la mano del indio. Reconocido el milagro, la devoción comienza a propagarse y el Episcopado Venezolano la decreta como Patrona en 1942, reconociendo los bienes «de tal prenda de maternal amor», y los «favores dispensados a sus devotos». De particular importancia es el punto 4 del mismo documento:
«Esta devoción ha reavivado visiblemente la fe cristiana en nuestros pueblos y se ha traducido en notable mejoramiento de las costumbres entre las multitudes creyentes».
Nuestra Señora de Coromoto ha tenido así una gran importancia en la evangelización de Venezuela; en cristianizar esa nación, no aplastando la cultura local, sino sublimándola, pues ésta es la función del evangelio y de María junto a todos los pueblos del mundo; y el documento de los obispos lo reconoce. Por lo tanto, no es motivo de admiración que sea llamada «evangelizadora de los venezolanos».
Ver la Imagen de Nuestra Señora de Coromoto a la luz del documento de Aparecida
En la Imagen de Nuestra Señora de Coromoto, «se puede hablar, partiendo de las raíces históricas de nuestra evangelización, de la realidad, un principio eclesiológico mariano inculturado que matiza, promueve y desarrolla la continua renovación espiritual, pastoral de nuestro continente en plena correlación con la acción del Espíritu Santo en la historia», según reza el documento de Aparecida.
Es decir, que Dios ha querido presentar a su Madre de una forma entendible a los pueblos Americanos. Realmente, si aquel Niño es Dios, como enseñaban los misioneros, una pregunta que naturalmente se pone a los ojos de los habitantes de la América donde recién comienza la evangelización, es ¿Quién es la Madre? Y los ojos van naturalmente a la Señora que sirve de trono a aquel Niño. Nadie más sino su verdadera Madre, podría tener una dignidad a la altura de ser el pedestal sobre el cual se presenta a la divinidad. Este cuadro maravilloso nos hace entender que «Ella misma visita este continente en las mariofanías de la primera evangelización».
La Virgen está presente en la Imagen, de forma discreta por una parte, puesto que está en segundo plano, pero ella misma está sentada en un trono dorado y con corona, muestra de su realeza. En ésta postura, la catequesis americana puede fácilmente explicar que Ella no es Dios, el Niño sí, y a ella no se le debe atribuir adoración. Es por medio de la Virgen, que nos llega el mensaje de su Hijo. Según el documento de Aparecida: «La corona de la Virgen y del Niño, así como se pueden apreciar, son típicamente indígenas.»
Es decir, tanto Ella como Él poseen los atributos propios a quien tiene derecho a ceñir una corona. Y es por el gesto regio de ella, al presentarnos su Hijo, que se nos muestra el camino a ser seguido. Esta verdad, que ha permanecido inalterada durante siglos, la expresa de forma sintética el fallecido cardenal venezolano, Mons. Alí Lebrún, citado en el documento de Aparecida: «La Virgen es la gran misionera y la portadora de Cristo, y siempre en el Evangelio aparece trayéndonos a Cristo… De manera que, en el sitio de la aparición, la Virgen de Coromoto continuará cumpliendo esa misión de llevar las almas a Jesucristo, de reconciliar a los hombres con Dios, y de abrir su corazón de madre».
Según este documento, hay una simbología catequética que puede y debe ser hecha utilizando los elementos presentes en la Imagen de Coromoto y que constituyen una unión armoniosa, uniendo la gran familia cristiana y pasando por encima de razas, pueblos, naciones y períodos históricos.
«Esta presencia subyacente de la figura realizada de la Hija de Sión en la mariofanía de Coromoto, y confirmada en los textos litúrgicos propios, expresa la linearidad mariológica inter-testamentaria que confluye en lo eclesiológico: el paso desde la maternidad de Jerusalén, a la Maternidad de María, y de la maternidad de María a la maternidad de la Iglesia», dice Aparecida.
Volviendo la atención hacia Aquél que la Virgen nos presenta, nos deparamos con varios elementos pastorales que se deducen en la Imagen y que no serían difíciles de discernir por nuestros hermanos indígenas: El símbolo de la realeza, la corona, no debería estar en la cabeza del bebé, pues, a no ser algo extraordinario, no tendría él capacidad de gobernar. Ese algo extraordinario es que se trata de Dios, quien está bendiciendo. Pero si es bebé ¿Cómo puede bendecir, no siendo sacerdote? Apenas podría hacerlo si fuese Sacerdote, con S mayúscula, el origen de todo sacerdocio. Y en su gesto divino, nos muestra dos realidades. Dos dedos están unidos, simbolizando la unión hipostática entre aquel Bebé y la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Los otros tres dedos simbolizan la Santísima Trinidad. No deja de ser causa de una cierta sonrisa el constatar la candura con la cual con uno de los tres dedos, el pulgar, parece apuntar para sí mismo, como diciendo inocentemente: «Uno de los Tres soy Yo». Hijo de Dios, verdadero Dios y verdadero Hombre. Como dice un sermón atribuido a San Cirilo de Alejandría en el Concilio de Éfeso:
«Por ti, el Hijo unigénito de Dios ha iluminado a los que vivían en tinieblas y en sombra de muerte; por ti, los profetas anunciaron las cosas futuras; por ti, los apóstoles predicaron la salvación a los gentiles; por ti, los muertos resucitan; por ti, reinan los reyes».
El texto de San Cirilo se presta a una bella hermenéutica de la idea tan cantada por la Iglesia y que habla de la criatura que contiene a su Creador. La naturalidad con que la Virgen presenta al Niño no deja duda sobre la ‘sacral’ naturalidad con la cual Criador y criatura conviven en un relacionamiento familiar. Es de notar también el orbe que está en la mano izquierda del Niño, símbolo de soberanía que seguramente no era conocido por las poblaciones indígenas, pero sí las europeas, constituyendo una invitación a la relación fraterna entre el Viejo y el Nuevo Mundo, lejos de discordias, conflictos étnicos o raciales que no son en nada conformes con las enseñanzas evangélicas.
Por el P. Mário Sérgio Sperche
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