viernes, 22 de noviembre de 2024
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El Pulpo Paul y la adivinación

Ciudad de México (Martes, 20-07-2010, Gaudium Press) En la última edición del Semanario ‘Desde la Fe’, que publica la Arquidiócesis de México, hay un artículo que ha llamado mucho la atención, por diversas razones que tienen que ver sobre todo con su actualidad. Es la nota titulada «El Pulpo Paul y la adivinación», del P. Sergio G. Román.

Realmente poca presentación tenía que hacer el sacerdote en su artículo del hoy mundialmente famoso octópodo: «Con un recurso tan sencillo como el de poner a su alcance dos recipientes con su comida favorita, y dándole a cada recipiente el nombre de un equipo participante, el pulpo seleccionaba la almeja que se comería y así, de un modo tan sencillo, escogía el equipo ganador. ¡Le atinó a todos los ganadores! y se convirtió en la estrella del mundial», recuerda el religioso en la nota referida.

Entretanto, de un hecho que puede ser simplemente jocoso y divertido -relacionado con acontecimientos que acapararon la atención del mundo entero- rápidamente el autor pasa al análisis de profundas e importantes cuestiones, como son la adivinación, la superstición, y otras prácticas relacionadas. Cedemos de aquí en adelante la palabra al P. Román:

La adivinación

Cuando la fe del hombre no está bien puesta, firmemente puesta, en la bondad de Dios, muy fácilmente cae en la tentación de sustituirlo por alguna otra criatura a la que le atribuye el poder de Dios. A esto se le llama superstición y es un pecado que va en contra del primer mandamiento porque es dudar de Dios de una forma abierta o de una forma no tan abierta, pero con el mismo efecto.

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Foto: Alfonsator

La superstición consiste en dar a Dios un culto indebido o en dar a las criaturas el culto debido sólo a Dios. En la superstición entra la adivinación que consiste en invocar fuerzas ocultas para conocer el futuro o para conocer lo que no sabemos del presente.

No es adivinación cuando a quienes «preguntamos» son las fuerzas mismas de la naturaleza y cuando esperamos de ellas la respuesta lógicamente natural; por ejemplo: predecir cuándo habrá lluvia, dónde hay petróleo o dónde hay una corriente de agua subterránea. Podemos poner en duda la eficacia de un zahorí, que utiliza una horqueta de madera como instrumento para descubrir el lugar ideal para cavar un pozo a fin de conseguir agua, pero no podemos decir que sea algo malo o supersticioso.

En las películas, inspiradas en la vida real, hemos visto cómo la policía recurre a extrañas personas que adivinan dónde está una persona perdida, quién es el asesino o donde quedó un objeto robado. Parece ser que hay facultades naturales todavía extrañas para nosotros que permiten a una persona realizar estos prodigios y que pueden ser ciertos o no, pero que no caen dentro de lo prohibido.

¿Ya consultaste tu horóscopo?

El hombre siempre ha querido conocer el futuro y le ha atribuido a las creaturas ese poder que es tan sólo divino.

Entre los griegos se consultaba al oráculo o a las sibilas y pitonisas que contestaban siempre con ambigüedad y de un modo impreciso; hoy en día creemos en las predicciones de los que se llaman videntes que, cuando le atinan, hacen gran propaganda y cuando fallan, se quedan calladitos.

Es adivinación permitir que nos lean la mano las gitanas, que nos echen las cartas, consultar el Tarot y consultar nuestro horóscopo.

Lo malo de todo esto es creerlo y -si no lo creemos y lo hacemos sólo por diversión- provocar el escándalo de los débiles en su fe.

En cambio, sí es una falta grave invocar a los muertos, necromancia, o al mismo demonio para conocer nuestro futuro.
La tabla Ouija, que ya pasó de moda, aunque parecía un inocente juego, en realidad se convertía en un instrumento para invocar a los muertos o al demonio.

Para muchos de nosotros todo esto se queda en el campo de la diversión porque no creemos en esas cosas, pero entre nosotros hay muchas personas cuya fe en Dios es muy débil y fácilmente la sustituyen por prácticas y creencias supersticiosas.

La superstición esclaviza y hace sufrir a quienes la practican.

El verdadero amor a Dios libera y nos ayuda a descubrir la bondad y belleza de lo creado y a vivir llenos de confianza en el amor paternal de Dios.

Con información del SIAME

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