Bogotá (Martes, 20-07-2010, Gaudium Press) Hoy 20 de julio, se conmemoran 200 años del inicio de los acontecimientos que concluyeron con la independencia de la metrópoli española de lo que hoy es Colombia. Entretanto, esa separación de España no ocasionó en el país andino un rechazo ni mucho menos al gran legado cultural aportado por la Madre Patria. Son frecuentes las muestras de admiración que los colombianos tributan a varios de los rasgos que caracterizaron y caracterizan, a aquella que con justicia se ha titulado de ‘Madre de naciones’.
Don Fray Juan de los Barrios primer obispo de Bogotá |
Y es que entre muchas otras cosas que se agradecen a España, está la calidad de los prelados que fueron enviados a nuestras tierras, hombres varios de noble cuna, comúnmente de altos estudios, que sin miramientos ni temores comodistas, dejaron generosos sus tierras y familias para venir a aventurarse al otro lado del mundo, bajo el impulso de una fe ardiente. No era en el siglo XVI, XVII o XVIII empresa de poca monta el venir a América. Sin embargo, ni los peligros del mar océano, ni las rudas y arriesgadas travesías por tierra firme, fueron óbice para que nuestra patria fuera beneficiada de ilustres obispos de todas las regiones de España.
Basados en la mente de Mons. Guillermo Agudelo Giraldo, Presidente de la Academia de Historia Eclesiástica de Bogotá, – y a quien agradecemos el regalo de su imponente y erudita obra «Los Arzobispos de Bogota que han marcado nuestra historia»- haremos un brevísimo recorrido por los méritos de algunos de los ilustres obispos ibéricos que tuvieron sede en lo que hoy es la capital de Colombia.
El primer obispo de Bogotá fue el franciscano español Fray Juan de los Barrios, natural de Pedroche y un gran prelado-misionero llegado a estas tierras en 1562. Fundó el primer hospital del país, y muchas iglesias (más de 300 ‘en pueblos de indios’ según Flórez de Ocariz). Sobre la voluntad de esta estirpe de hombres de hierro-y-fe da cuenta un hecho de antología: Su ‘catedral’ era una iglesia cubierta de paja, que él decidió recubrir de teja. Cuando estaba por inaugurarse, la iglesia se vino al suelo para tristeza de todos los vecinos de la región. Entretanto, «caída la iglesia, el mismo día, solo, con su hábito religioso fue a la cantera que estaba apartada de la ciudad y trajo sobre sus hombros la primera piedra, a cuyo ejemplo los clérigos y religiosos y todos los vecinos estuvieron cargando piedras muchos días».
El segundo arzobispo de Bogotá fue el extremeño también franciscano Luis Zapata de Cárdenas. Fundó el Seminario Conciliar de Bogotá en 1581, según el impulso renovador del Concilio de Trento. En atención a la renovación milagrosa de un cuadro de la Virgen del Rosario, Mons. Zapata erigió la Iglesia de Chiquinquirá, que es hoy por hoy, sede de la patrona de Colombia, y lugar visitado por Juan Pablo II en 1986.
El tercer arzobispo de Bogotá (1599-1607) fue Mons. Bartolomé Lobo Guerrero, malagueño, doctor en Teología de la Universidad de Salamanca. Fundó en Bogotá el Colegio de San Bartolomé, que entregó a los jesuitas, y que luego daría origen a seminario e instituto universitario.
Don Fray Cristóbal de Torres O. P., octavo arzobispo de Bogotá |
El octavo arzobispo de Santa Fe de Bogotá fue el insigne dominico Fray Cristóbal de Torres, quien gobernó la sede desde 1635 y a quien se debe la Fundación del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, hasta hoy uno de los más importantes claustros universitarios de América del Sur. Eminente teólogo, inauguró en estas tierras la Academia de Santo Tomás, trajo a los hermanos de San Juan de Dios para el hospital de San Pedro, fundó el convento de Carmelitas en Villa de Leyva (población cercana a Bogotá) y el convento de Santa Inés en la capital.
El décimo arzobispo fue Don Antonio Sanz Lozano, nacido en Cabanillas del Campo, Guadalajara. Su madre fue aya de la Duquesa de Pastrana. Colegial de la Universidad de Alcalá de Henares, llegó a ser su rector y así lo conoció Felipe IV, quien lo mandó a las Indias ya como prelado, primero de Cartagena y luego a Bogotá. Estableció leyes de reforma de la vida de los clérigos, erigió el Santuario de la Virgen milagrosa de la Peña, favoreció el ambiente cultural con su ilustración.
Y así podríamos seguir con el burgalés y jerónimo Don Ignacio de Urbina, quien también fue aventajado alumno de la Universidad de Salamanca; con el santanderino Don Francisco de Cossio y Otero, «doctor en ambos derechos»; con el religioso de los Mínimos Don Fray Francisco del Rincón, quien antes de venir por estas tierras de ultramar había sido Provincial de su Orden en Castilla y predicador del Rey; con el licenciado en derecho también de la Universidad de Alcalá de Henares, Don Antonio Claudio Alvarez de Quiñones; con el gallego agustino Fray Diego Fermín de Vergara… hombres todos que regaron con sus sacrificios estas tierras que aún hoy, independientes de la nación que les dio su lengua y religión, no dejan de agradecer el beneficio de tan ilustres sangres.
Por Saúl Castiblanco
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