Bogotá (Jueves, 22-07-2010, Gaudium Press) Los uniformes europeos del siglo XIX llevaron al auge la ostentación de la belleza del arte militar. Vistos hoy, apenas a siglo y medio de distancia, parece increíble que para ir a la guerra, sufrir penalidades e incluso entregar la vida, los hombres de aquellos tiempos vistieran con tanta elegancia si se comparan con los soldados de hoy día.
Foto: Lichfield Dictrict Council |
Poco prácticos o funcionales, claro está, pero elocuentes para hablarnos de la belleza del heroísmo, el cual si bien se le puede hacer ver en un texto literario, en una partitura musical, en un gesto o en la vida de un hombre, representarlo en unas prendas es todavía más interesante.
Interesante porque a pesar de un poco exagerados, las bocamangas, las abotonaduras doradas, las pecheras y solapas, los gorros y presillas, los pantalones y casacas eran muy coloridos y adornados. Los oficiales y suboficiales vestían todavía más esplendorosamente que los soldados, en tiempos en que hasta los caballos eran bellamente enjaezados y los cañones fundidos con blasones, laureles y guirnaldas repujados. La guerra conservaba todavía algo de la hidalguía medieval y las tropas se enfrentaban involucrando lo menos posible a la población civil.
De la piezas de un uniforme lo más significativo era -y todavía hoy lo son- las presillas sobre los hombros donde se colocan grados, palas y charreteras de acuerdo a la categoría del militar. Significan la responsabilidad y compromiso generalmente del oficial superior. Lo que muy pocos saben es el origen de ellas: Probablemente fue en los ejércitos austriacos de finales del siglo XVIII y todas debían ser de color encarnado, pues significaban las dos heridas abiertas en los hombros de Jesús bajo el peso de su propia cruz. De hecho en la Santa Sábana de Turín se alcanza a percibir que a nuestro Redentor se le hizo en cada hombro una herida llevando la carga de su responsabilidad voluntariamente adquirida para salvar la humanidad perdida. Lo que indica que seguramente varias veces tuvo que cambiar de hombro para soportarla. Perpetuarlas sobre los hombros de un militar fue la manera más noble y leal que la cristiandad encontró para agradecerle al Hombre-Dios su ejemplo.
Por Antonio Borda
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