Bogotá (Lunes, 02-08-2010, Gaudium Press) El arte del hierro en barrotes forjados, que terminó dando maravillas con ese metal para ornamentar presbiterios, jardines, balcones y corredores, de casas señoriales, palacios y catedrales, comenzó en la forja simple de hombres sencillos y analfabetas, que entre yunque y horno martillaban piezas duras y abstractas, hasta convertirlas en verjas de singular belleza, una mezcla de fuerza y delicadeza, seguridad y elegancia en pasamanos y rejillas que parecen filigranas.
Foto: Marilise Doctrinal |
Trabajo rudo y estridente que comenzaba no sin antes invocar la protección del patrono, fuera San Jenaro o San Eloy, entre golpes secos y la respiración profunda del viejo fuelle.
¿Cómo de hombres simples y con frecuencia toscos, surgió ese arte que hoy embellece los más hermosos palacios y catedrales de París, Viena, Madrid o Londres?
Sin escuela teórica de aprendizaje y al paso de la experiencia, más pareciera que hubiesen sido asumidos por sus ángeles custodios, ángeles de la herrería que desde la temprana edad media velaron armas para la Cristiandad, pues no es menos cierto que aquellos herreros también fueron forjadores de armas y armaduras no solo funcionales y resistentes sino de gran calado estético.
Ni a los Romanos, a los Griegos o a los Persas se les conoció esa capacidad de «pensar» el hierro no solo para crear armas defensivas u ofensivas y garantizar seguridad, sino elaborar las verjas que a la larga indican lo mismo protegiendo, marcando propiedad, comunicando y compartiendo lo público con lo privado sin monotonía.
Foto: ChicagoGeek |
Esas verjas también registran las edades de la historia de la cristiandad pues los expertos acostumbran hablar de románicas, renacentistas, góticas, neo-góticas y contemporáneas. Los más famosos arquitectos siempre les han reconocido su función ornamental, su gracia y utilidad práctica.
Verjas de iglesias, palacios y antiguas casonas, que invitan confiadamente al transeúnte a mirar adentro con discreto cuidado, pero afirmando al mismo tiempo el derecho de propiedad.
Bella idea tan cristiana de que las verjas no se hicieron para excluir sino para integrar con el mayor mutuo respeto, pues al mismo tiempo que velan, cuidan y protegen con la firme resistencia del hierro, convidan amablemente a compartir dando una agradable sensación de seguridad.
Por Antonio Borda
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