Redacción (Lunes, 09-08-2010, Gaudium Press) De entre sus diversos dones, San Juan María Vianney era también director espiritual. Dotado de un profundo discernimiento de los espíritus sabía él cómo «dar la vuelta» en las consciencias más endurecidas.
De este aspecto de dirección espiritual, nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 2690): «El Espíritu Santo da a ciertos fieles dones de sabiduría, fe y discernimiento en vista del bien común que es la oración. Aquellos y aquellas que tienen estos dones son verdaderos servidores de la tradición viva de la oración».
Bien nos ilustra este caso de un pobre penitente impregnado por el espíritu de su época:
Cierto día, el Cura de Ars ve entrar a su sacristía un personaje elegante que, aproximándose a él, se apura en decir: «Señor padre, no vengo de modo alguno a confesarme. Vine para argumentar con usted. – Ah! Mi querido amigo, os expresáis muy mal, responde el Señor Vianney, yo no se argumentar… Pero si precisáis de alguna consolación, colóquese allí…». Y el Cura de Ars designa el lugar donde habitualmente se arrodillan sus penitentes, agregando: «Creo que muchos otros se arrodillaron antes que usted y no se arrepintieron…»
-Pero, señor padre, ya tuvo la honra de deciros que no vine para confesarme, y esto por una razón que me parece simple y decisiva. Y es que no tengo fe. Así como no creo en la confesión, no creo en todo el resto.
– «Mi amigo, ¿no tienes fe? ¡Ah! ¡Cómo lo siento! Un niño de ocho años sabe, con su catecismo, más que usted. Yo me juzgaba bien ignorante, pero usted es aún más que yo, pues ignoráis las primeras cosas que es preciso saber…».
El padre Vianney continúa diciendo – y vuelve a su orden inflexible y dulce -:
«Colóquese allí, y voy a oír vuestra confesión.
– Señor padre, responde el otro que comienza a perder su convicción, ¡es una comedia que me recomendáis representar con usted! Os pido que considere que no veo ninguna gracia. No soy comediante…
– ¡Colóquese allí, estoy diciendo!».
Y el interlocutor se encuentra de rodillas «sin desconfiar y casi a pesar de sí – mismo». Él se levantará algunos instantes más tarde, no solamente consolado, sino «perfectamente creyente» – habiendo tomado, para ir a la fe, un camino corto y fulminante -.
Como lo definió el propio santo de Ars: «Los que son conducidos por el Espíritu Santo tienen ideas correctas. He aquí porqué hay tantos ignorantes que saben más que los sabios».
En fin, éstos son algunos rasgos de una inteligencia brillante, puesta en Dios, de uno que se dejó llevar por el Espíritu Santo, sin oponer resistencia. Aún si su naturaleza no le ayudó, supo este santo, siendo fiel a la gracia, regarse en el manantial de la Sabiduría Eterna.
Mucho nos enseña, sobre la sabiduría, el gran Cornelio a Lápide, retomando San Pablo:
Escuchad a San Pablo escribiendo a los Corintios: «Para mí, mis hermanos, cuando vine a anunciaros el testimonio de Cristo, no vine en la sublimidad de los discursos de la sabiduría; pues no quise saber de otra cosa entre ustedes, que de Jesucristo, y de Jesucristo crucificado».
Aquel que el mundo cristiano llama de gran Apóstol merece ciertamente ser oído cuando nos enseña en que consiste la verdadera sabiduría; ahora, él la emplea toda entera en conocer a Jesucristo, y Jesucristo crucificado… La ciencia de Jesucristo y de su cruz, he aquí la verdadera sabiduría, y toda la sabiduría.
Aprender la sabiduría, es aprender a conocer, a amar, a servir a Dios, a tender al final para el cual el hombre fue creado y rescatado. La verdadera sabiduría consiste en conocer a Jesucristo, y lo que él hace por nosotros. Ella consiste en conocer la ley de Dios, la religión, a practicarla; a practicar la virtud, a huir del vicio. Ahí está toda la sabiduría, fuera de esto está, la locura.
En fin, podemos concluir, con el catecismo que, bellamente, nos enseña: «La Sabiduría es un derramamiento del poder de Dios, emanación purísima de la gloria del Todo-Poderoso; por eso nada de impuro puede en ella insinuarse. Es reflejo de la luz eterna, espejo nítido de la actividad de Dios e imagen de su bondad» (Sb 7,25-26). «La sabiduría es más bella que el sol, supera todas las constelaciones. Comparada a la luz del día, sale ganando, pues la luz cede lugar a la noche, al paso que, sobre la Sabiduría el mal no prevalece» (Sb 7,29-30). «Me enamoré de su belleza» (Sb 8,2). (2500).
Por Michel Six
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