Bogotá (Jueves, 12-08-2010, Gaudium Press) Las cárceles en Colombia, especialmente las que se han asignado a las mujeres, deja mucho que desear. De centros para la rehabilitación pasaron, en muchos casos, a convertirse en puntos de encuentro de experiencias dolorosas de mujeres que intercambian sus errores, no para sanarse sino para hundirse en el resentimiento social, la lucha de clases, el odio a la vida y en la indiferencia moral.
Pero el problema no es solamente colombiano ni de este siglo, ni de la hegemonía ideológica imperante que nos viene de los tiempos de la Independencia Norteamericana y la Revolución Francesa. Ya en el siglo XVII un hombre enteramente providencial, había detectado esa desgracia y la miserable vida de las sentenciadas a pagar una pena carcelaria: Juan Eudes (1601-1680).
Como no se trata de hacerle una reseña biográfica a este francés de la Normandía baste decir que entre las obras que fundó este admirable misionero en su propia patria, está precisamente la Congregación de las Hermanas de Nuestra Señora de la Caridad del Refugio, una institución para rehabilitar mujeres prostituidas, frecuentemente involucradas en la vida delictiva, lo que las llevaba a la cárcel, en aquellos tiempos horrendos y antihigiénicos, antros de mal trato y empeoramiento de la corrupción de las costumbres.
El punto de partida
San Juan Eudes contó al principio con el apoyo de señoras caritativas, que por pedido de él recibían las mujeres en sus propias casas, pero la práctica se hacía difícil, por lo cual surgió la idea de crear una comunidad religiosa femenina con casas apropiadas, para llevar vida consagrada y atender a este tipo de mujeres. Con la colaboración de Magdalena Lamy, una piadosa y humilde mujer que le alojaba provisionalmente este tipo de mujeres, inicia, no sin tremendos obstáculos, aún dentro de la propia jerarquía eclesiástica de Francia, la creación de esa congregación que al principio se rigió por la regla agustiniana y con hábito negro, pero que años más tarde, por una revelación de la Santísima Virgen, usaría hábito blanco y redactaría su propio reglamento.
San Juan Eudes las había dividido en dos modalidades: las activas y las contemplativas. A esta Congregación fue que ingresó en1.814 la bretona Santa María Eufrasia Pelletier, que sería la gran reformadora y propulsora, algo así como una Santa Teresa de Jesús con el Carmelo, aunque la congregación del refugio, como se la conoció al principio, no estaba en decadencia ni mucho menos, pero sí se hacía difícil de gobernar y mantener enteramente fiel al carisma, por ser una especie de federación con casas medio autónomas: María Eufrasia Pelletier fue enteramente providencial.
Bajo su inspiración la Congregación se estructuró de tal manera que todavía hoy es incomprensible cómo fue que faltó visión política a los gobernantes de la época -e incluso a los de hoy día- para no haber descubierto en este sistema de apostolado penitenciario con mujeres descarriadas, la clave de una autentica regeneración moral y social con gran beneficio para la República.
Una estructura imbatible
Una Hermana del Buen Pastor (que es como en Colombia se conocen a las Hermanas de Nuestra Señora de la Caridad del Refugio), se iniciaba con un noviciado de dos años, dedicados a conocer bien el reglamento de la Congregación y las costumbres prácticas de la Orden. Terminado este periodo, pasaba al de los votos anuales renovables durante cinco años consecutivos, hasta que se le permitía hacer ya los perpetuos si la comunidad juzgaba digna a la que iba a profesar. Hecha su primera profesión, se les acostumbraba enviar a una de las casas de la Congregación, aunque era frecuente que algunas permanecieran en la casa donde habían hecho su noviciado.
«Ninguna religiosa entraba en tratos con las diversas categorías de mujeres asiladas en las casas de la Congregación, sino únicamente con aquellas nombradas por la obediencia para dirigirlas».
Las casas de la Congregación eran a la vez noviciado, monasterio de profesas contemplativas y activas, como también casa de apostolado. Las categorías para la realización del carisma de la Congregación eran:
-Cárceles, destinadas a recibir las mujeres a quienes la autoridad civil había condenado o estaban a la espera del fallo.
-Correccionales, habilitadas para niñas y jóvenes menores de edad delincuentes o en proceso de demostrarse o no su delito. Había algunas correccionales solamente para niñas indisciplinadas, expulsadas de sus colegios o inmanejables en sus casas de familia.
-Penitentes, casas para mujeres adultas que voluntariamente se internaban un tiempo para llevar vida de oración y rehabilitación por haberse desviado de la virtud.
-Escuelas de capacitación, instauradas exclusivamente para niñas pobres o huérfanas a las que se les enseñaba un oficio a fin de que encontraran un medio de vivir honradamente.
-Colegios, modalidad que aparece años después para educar por pensión niñas externas. Algunos colegios tenían también un internado.
-Magdalenas, modalidad misericordiosa instituida para mujeres arrepentidas de su mala vida y que querían profesar como religiosas de rigurosa clausura dedicadas a la oración y al mantenimiento doméstico de la propia casa, así como a elaborar trabajos para las monjas activas. Completamente aisladas de las otras casas, vivían en silencio.
Inspiración y ejemplo
San Juan Eudes (1.601-1680) y Santa María Eufrasia Pelletier (1.796 – 1.868) aunque los dos franceses y de regiones muy cercanas, se llevan más de un siglo de diferencia, pues cuando ella nació el santo había muerto hacía poco más o menos que 120 años. Pero su obra estaba pujante y vital. La santa no hizo sino pulir la idea y adaptarla a los nuevos tiempos y necesidades, sin dejarle perder por ningún motivo la esencia al carisma; al contrario, lo enriqueció de manera asombrosamente bella y funcional, pues de ella bien se decía que «tenía alma para haber gobernado un reino entero».
Esa continuidad en el tiempo nos debe dejar lecciones que sirvan para comprender algo lo que es el Cuerpo Místico de Cristo, su Santa Iglesia Católica.
Primero que todo, la resistencia de una obra que atravesó de largo a largo la Revolución Francesa y las persecuciones religiosas del siglo XIX en Francia.
Involucrado en una función del rey y del Estado, el carisma del Buen Pastor siempre fue objeto de asechanzas, maledicencias y manipulaciones políticas, que en varios países terminaron arrebatándole el resultado de su apostolado, pero nunca la fuerza sobrenatural de su espiritualidad.
Por otra parte, el apostolado de las Hermanas del Buen Pastor pone de manifiesto el concepto católico de castigo, encaminado a la corrección y rehabilitación y no a la venganza de la sociedad contra el reo, como subyace en la concepción protestante.
La Congregación forma a las religiosas para tratar a la reclusa con caridad y comprensión, en cambio de dureza y desprecio, como se ve hoy día en la gran mayoría de las cárceles de mujeres regentadas por el Estado.
Esa combinación de firmeza categórica con suavidad y dulzura, solamente puede nacer de una vocación inspirada en altísimos ideales y no en la ejecución de una profesión remunerada de guarda carcelario por oficio. Ni San Juan Eudes, ni Santa María Eufrasia ni lo fueron. Ellos pertenecían a familias pudientes, bien posicionados socialmente y educados en excelentes establecimientos estudiantiles de la Francia de aquella época. Su decisión de ayudar a estas mujeres nace enteramente del corazón y no del estómago o ambiciones mundanas, esto es muy fácil de demostrar y no necesita comprobación.
Pero es necesario recordar, en estos tiempos en que el egoísmo se apoderó de las mentes y cada quien juzga a los otros por su condición y medida, para no darle espacio a la posibilidad de que muchas obras se hicieron por pura generosidad y amor de Dios.
Una propuesta para hoy
El Sistema Penitenciario de nuestro siglo está más próximo a la Estirpe Calvinista de nuestras Instituciones Políticas -como diría Alfonso López Michelsen en su famoso libro-, que a la práctica de la Caridad Fraterna que nos mandó y enseñó con su ejemplo Nuestro Señor Jesucristo.
Claro que se ha avanzado mucho en instalaciones higiénicas, sistemas de seguridad y alarmas, entrenamiento militar para los guardias, comidas más balanceadas, manejo de basuras, canchas deportivas, asistencia médica, etc, pero ¿qué de derechos humanos y trato humanitario para un reo que necesita más asistencia espiritual que material?
Una sociedad mundial como la de nuestros tiempos, que le achaca la gran mayoría de los vicios, crímenes y delitos a sus ciudadanos, como provenientes de las aberrantes desviaciones de la autoridad paterna o materna, de ambientes familiares infectados, de malos ejemplos, etc., y que por lo tanto concluye que el individuo no es enteramente responsable de su actos, no se preocupa por penetrar en el drama interno moral y psicológico del reo, tratándolo de forma estandarizada y cruel, con métodos técnicos incapaces de comprender que el ser humano tiene alma inmortal y que sus sentimientos y afectos no son los de un animal, sino que están regidos por valores muy altos, racionales y éticos. Estamos ante una contradicción, que es un polvorín, pero no de municiones, sino termonuclear.
No pasa semana completa, sin que se noticie de motines y muertos en cualquier penitenciaria del planeta. Frecuentemente se silencia que a diario hay asesinatos allá adentro, consumo de drogas, prácticas aberrantes, corrupción y otras cosas que dejarían aterrado al ciudadano promedio, pero al que frecuentemente se evita darle esta información en aras de no infundir pánico ni desconfianza en el «sistema».
Un país como nuestra querida Colombia, que en lo últimos 20 años ha promediado algo más de 15.000 muertos anuales, con las cárceles repletas, tal vez pueda servirnos de experiencia aunque cruel, para comenzar a cuestionar si realmente el espíritu penitenciario de nuestro tiempo, está más inspirado en una filosofía práctica y materialista, que realmente humanitaria donde la dimensión espiritual no pude ser puesta de lado.
Velar por la salvación eterna del alma de un reo, sea la clase de persona que sea, es tanto o más como rezar por una alma en pena en el purgatorio, que es la mayor obra de caridad que podemos hacer, dice el Padre Jesuita Jorge Loring de acuerdo con las enseñanzas de la Iglesia. Esto es lo que entendieron San Juan Eudes y Santa María Eufrasia Pelletier, al instituir un proceso de servicio social y rehabilitación que supera la modernidad y la postmodernidad, que trasciende los tiempos y sigue vivo como propuesta verdaderamente humanitaria, sencillamente porque es cristiana.
Por Antonio Borda
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