Bogotá (Viernes, 20-08-2010, Gaudium Press) «(…) Ana vino a presentarse ante Yavé mientras el sacerdote Helí estaba sentado en el sillón junto a la puerta del Santuario de Yavé. Muy apenada rezó a Yavé sin dejar de llorar; le hizo esta promesa: ‘Yavé de los ejércitos, mira con bondad la pena de tu sierva y acuérdate de mí. No te olvides de tu sierva, sino que dale un hijito. Lo consagraré a Yavé para el resto de sus días y la navaja no pasará por su cabeza'(…) Cuando se hubo cumplido el plazo, Ana dio a luz un niño, al que puso el nombre de Samuel, pues decía: ‘Se lo pedí a Yavé'».
De esta manera se narra en el Antiguo Testamento, en el libro 1º de Samuel, la historia de San Samuel -una de las más interesantes de la Biblia-, quien la Iglesia conmemora hoy. Hijo de los israelitas Elcana y Ana, mujer estéril, y consagrado desde antes de nacer a Dios, el nombre de Samuel significa «Dios me ha escuchado», «Al que Dios oye».
Llamado por Dios
Siendo aún niño, y mientras estaba al cuidado del Sacerdote Helí, en la Casa de Oración en Silo, Samuel fue llamado por Dios. Así se describe en el libro 1º de Samuel: «En ese tiempo la palabra de Yavé era muy rara y las visiones poco frecuentes (…) Todavía no se había apagado la lámpara de Dios y Samuel estaba acostado en el santuario de Yavé, allí donde estaba el arca de Dios. Yavé lo llamó: ‘¡Samuel! ¡Samuel! ¡Samuel!’ Respondió: ‘Aquí estoy’. Corrió donde Helí y le dijo: ‘Aquí estoy ya que me llamaste’ Helí le respondió: ‘Yo no te he llamado, vuelve a acostarte’. Y Samuel se fue a acostar (…) Samuel no conocía todavía a Yavé: la palabra de Yavé no le había sido todavía revelada. Cuando Yavé llamó a Samuel por tercera vez, se levantó y fue a ver a Helí: ‘Aquí estoy, le dijo, ya me llamaste’. Helí comprendió entonces que era Yavé quien llamaba al muchacho, y dijo a Samuel: ‘Anda a acostarte; si te llaman, responde: «Habla, Yavé, que tu servidor escucha». Y Samuel volvió a acostarse».
En efecto, como se menciona en el texto, Samuel recibió un mensaje de Dios donde le decía «Voy a realizar en Israel una cosa tan tremenda que le zumbarán los oídos a quien lo oiga. Haré que caiga sobre Helí la condena que he pronunciado contra su casa, desde principio a fin. Le dirás que condeno su casa para siempre porque sabía que sus hijos maldecían a Dios y no los corrigió». El joven le contó todo a Helí, sin ocultarle nada, quien respondió: «Es Yavé, que haga como mejor le parezca».
Tiempo después, los filisteos atacaron el pueblo de Israel, y los dos hijos de Helí -quienes se llamaban Jofni y Finjas- salieron en defensa de su patria llevando el Arca de la Alianza -objeto sagrado que contenía los 10 Mandamientos-. En la batalla, que fue de grandes proporciones, los filisteos derrotan a los israelitas, el Arca cayó en manos enemigas y los dos hijos de Helí murieron. Su padre, siendo un anciano de 98 años, al recibir la noticia muere de manera trágica.
Samuel unge a Saúl y a David, de quien descendería Jesús
Tras la muerte de Helí, el pueblo de Israel, conociendo la fama de santo de Samuel, lo elige como sacerdote. Tiempo después, cuando el Arca de Dios regresó al pueblo de Israel y reinó la paz, los israelitas le pidieron a Dios que se les concediera un rey. Samuel, consultándole a Dios, ungió a Saúl -el último de la última familia de la tribu más pequeña de Israel- como soberano de Israel, pero éste le fue infiel a Dios.
Poco después, David -de quien descendería Jesús-, por mandato divino, recibió el aceite sagrado sobre su cabeza de manos de Samuel, y es proclamado rey del pueblo de Israel.
Gaudium Press / Sonia Trujillo
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