Redacción (Viernes, 20-VIII-2010, Gaudium Press) San Pablo fue el eco fiel de Aquella voz, que con una sola palabra hacía estremecer el Universo entero. En Atenas, ciudad-estado localizada al sudeste de Grecia, este eco se hizo oír. ¿El objeto de su predicación en este lugar? El de siempre, «Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos» (1 Cor 1, 23), pero, esta vez bajo el pretexto del Dios desconocido.
El resonar, o mejor, el retumbar de las palabras del Apóstol vibran aún hoy, cuando nos deparamos con las emocionantes líneas del libro de los Hechos de los Apóstoles. En este libro, vemos que el portador de la Verdad de Cristo, fue a predicar a Atenas la doctrina ortodoxa que respondía innúmeras dudas, y chocaba de frente contra incontables pensamientos filosóficos tenidos por los griegos desde el surgimiento de la filosofía. De cierta manera él fue el primero en dar inicio al «bautismo» de la filosofía pagana.
¿Qué pasó allí? Al ver la ciudad de Atenas entregada a la idolatría, su corazón se llenó de amargura, y mientras esperaba a Silas y Timoteo, aprovechó para disputar en las sinagogas contra los judíos y prosélitos, y en las plazas contra todos los que allí se encontraban. (cf. Hch. 17,16-17). Hasta que algunos filósofos epicúreos y estoicos, «lo tomaron consigo y lo llevaron al Areópago [1], y le preguntaron: ¿Podemos saber qué nueva doctrina es esta que predicas? Pues lo que nos traes a los oídos nos parece muy raro. (At 17, 19-20).
¿Quiénes eran estos epicúreos y estoicos? La escuela de Epicuro fue la primera de las grandes escuelas helenísticas.[2] Así como los epicúreos, los estoicos nacieron en Atenas a fines del s. IV a.C. La escuela de Stoa (palabra que significa pórtico, que acabó dando el nombre a la escuela), se tornó posteriormente la más famosa de la época helenística. Su fundador fue un joven de raza semítica, Zenón, nacido en Cicio, en la isla de Chipre, alrededor de 333/332 a.C.[3] Eran dos escuelas filosóficas rivales, hasta entonces muy de moda: los estoicos, que profesaban un panteísmo materialista, penetrados de una elevada idea del deber y aspirando vivir de acuerdo con la razón, indiferentes ante el dolor, y los epicúreos, también materialistas, entretanto menos especulativos, que colocaban el fin de la vida en la búsqueda del placer.[4]
Al tomar nota de la predicación de San Pablo en el Areópago, nos quedamos con la impresión de que él – sea por acción del Espíritu Santo o no – ya conocía cuáles eran las teorías de ambas escuelas, pues él argumentó contra las principales ideas y «llenó» diversos «vacíos» – que, es más, se encuentra en todas las filosofías heterodoxas – casi insalvables con la sola luz de la razón, de los filósofos seguidores de Epicuro y Zenón.
Así comenzó su predicación: «Hombres de Atenas, en todo os veo muy religiosos. Recorriendo la ciudad y considerando los monumentos de vuestro culto, encontré también un altar con esta inscripción: A un Dios desconocido. ¡Lo que adoráis sin conocer, yo les anuncio!» (At 17, 22-23). Y continúa: «El Dios, que hizo el mundo y todo lo que hay en el, es el Señor del cielo y de la tierra, y no habita en templos hechos por manos humanas» (At 17, 24). Al anunciar esto, él evidencia la existencia de un solo Dios Verdadero, Creador y Principio de todas las cosas. Ya cuando declara que Él no habita en templos hechos por hombres, de forma tácita indica: este mismo Dios es Purísimo Espíritu. Así queda por tierra el materialismo de los epicúreos y estoicos, pues según Epicuro: «Además de los cuerpos y del vazio tertium non datur, porque no sería pensable nada que exista por sí mismo y no sea afección de los cuerpos».[5] Ya para los Estoicos, el ser «es solo aquello que tiene capacidad de actuar y sufrir» [6], esto es, apenas el cuerpo. En lo que dice respecto al principio de todas las cosas, esta última escuela garantiza: «El fuego es el principio que todo transforma y todo penetra; el calor es el principio sine qua non (imprescindible) de todo nacimiento, crecimiento y, en general, de toda forma de vida.» [7] Y por último, para poner los «puntos finales» en esta cuestión, San Pablo pronuncia: «Es él quien da a todos la vida, la respiración y todas las cosas.» (At 17, 25).
Epicuro afirmaba que los dioses no se ocupan de los hombres, a pesar de decir que nuestro conocimiento viene por «simulacros» o «efluvios»[8] provenientes de ellos.[9] ¿Cuál es la respuesta del Apóstol a este pensamiento? «Busquen a Dios y esfuércense por encontrarlo como si a tientas, pues en verdad él no está lejos de cada uno de nosotros. […] Nosotros somos también de su raza…» (At 17, 27-28).
Su timbre elocuente continúa: «Por eso fijó el día en que ha de juzgar al mundo con justicia, por el ministerio de un hombre que para esto destinó». ¿Cómo Dios estableció el día en que va juzgar al mundo si él es, de cierta manera, eterno? Probablemente ésta era la pregunta que estaba en la mente de algunos estoicos. Estos sustentaban la teoría de la «apocatástase», o sea, decían que «en el día fatídico final de los tiempos habrá la ‘conflagración universal’, una combustión general del cosmos»,[10] pero, a la destrucción del mundo seguirá que todo nacerá nuevamente exactamente como antes.
Después de amonestarlos respecto al juicio, se refiere a la resurrección. Pero, cuando lo oyeron hablar sobre esto, algunos comenzaron a burlarse… Para los discípulos de Epicuro, que consideraba la muerte apenas como la disolución del alma y el cuerpo,[11] hablar sobre una resurrección de los cuerpos sería absurdo. Y dijeron: «Respecto a eso te oiremos otra vez» (At 17, 32). Así salió Pablo del medio de ellos (At 17, 33).
Él tuvo que retirarse; entretanto, salió victorioso, pues: «todavía, algunos hombres se adhirieron a él y creyeron: entre ellos, Dionisio, el areopagita, y una mujer llamada Damaris; y con ellos también otros» (At 17, 34). El Apóstol de las gentes colocó, así, en práctica la siguiente máxima de Epicuro: «Es vano el discurso del filósofo que no cure algún mal del espíritu humano».[12]
Por Lucas Alves Gramiscelli
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[1] Areópago: lugar donde, según la leyenda, se habían reunido los dioses para juzgar a Marte, y donde, en tiempos antiguos, eran realizadas las sesiones del tribunal supremo de Atenas. Cf. TURRADO, Lorenzo. Biblia Comentada: Hechos de los Apóstoles y epístola a los Romanos. 2 ed. BAC: Madrid. 1975. p. 179.
[2] Cf. REALE, Giovanni; ANTISERI, Dario. História da Filosofia: Filosofia pagã antiga. Tradução: STORNIOLO, Ivo. 3 ed. São Paulo: Paulus. 2007. p. 259.
[3] Entretanto, esa escuela se formó también por la acción ulterior de dos otros filósofos además de Zenón, son ellos: Cleanto de Assos y Crisipo de Sôli, al cual debemos la sistematización de la doctrina. Cf. REALE, Giovanni; ANTISERI, Dario. Opus. Cit. p. 279.
[4] Cf. TURRADO, Lorenzo. Opus cit. p. 178.
[5] REALE, Giovanni; ANTISERI, Dario. Opus cit. p. 264.
[6] Idem. p. 284.
[7] Idem. p. 285.
[8] Simulacros y eflúvios son palabras usadas por Epicuro para intentar designar, em su teoría del conocimiento, los objetos que causan impacto de flujos de átomos em nuestros sentidos, causando así la sensación.
[9] Ibidem. p. 266.
[10] Ibidem. p. 287.
[11] Ibidem. p. 270.
[12] Idem. p. 247.
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