Redacción (Lunes, 23-08-2010, Gaudium Press) El sonido de la campana resuena por los valles de la sierra anunciando el comienzo del desfile. En el Seminario Santo Tomás de Aquino, de la sociedad clerical Virgo Flos Carmeli, los jóvenes del Instituto Teológico Santo Tomás de Aquino (ITTA) y del Instituto Filosófico Aristotélico Tomista (IFAT), junto con los alumnos de enseñanza media que frecuentan las aulas del Colegio Heraldos del Evangelio-Thabor, en las afueras de San Pablo, Brasil, entonan el Credo renovando su plena adhesión a la Iglesia y pidiendo a Dios sabiduría, en este nuevo día de estudios que se inicia.
Después de la bendición del Superior General, cuando presente, las trompetas tocan anunciando el inicio del cortejo para las aulas. El estandarte de María Santísima va al frente abriendo camino para sus hijos, quienes desfilan al sonido y cadencia de la banda. Con la mirada en el horizonte y paso enérgico, avanzan todos unidos por el mismo ideal, reflexionando, con voluntad firme, sobre los desafíos del aprendizaje y de la vida.
Entretanto, una pregunta podría surgir en un espíritu dicho ‘moderno’:
«Pero, ¿para qué tanto ceremonial? Al final, el hombre no debe vivir en medio a la pompa… La organización es benéfica por tener una finalidad práctica. Los únicos medios que deben ser utilizados en la educación es la propia inteligencia. El amor y el esfuerzo ayudarán a ser preciso, pero el libro técnico resuelve todos los problemas del aprendizaje. Al final, no se debe perder tiempo con ceremoniales».
Infelizmente, en el mundo de hoy, diversas personas raciocinan de esta manera, pensando que vivir es considerar apenas el aspecto natural de la vida, olvidándose que el hombre, además de cuerpo, posee algo superior a su naturaleza animal, que es el alma. Además de eso, sin negar la existencia de la vida sobrenatural, muchos viven como si ella no existiese, teniendo el día de mañana, o hasta el momento presente, como único foco de sus consideraciones. Preocupadas solo con los quehaceres, se fijan a esta tierra. Siguen los «placeres» lícitos del mundo, pero muchas veces se dejan conducir por los gozos ilícitos, los cuales, como se sabe y muchas veces se olvida, solo resultan en frustraciones, desastres, discusiones, y tantas otras cosas que llenan las páginas de nuestros diarios, todos los días…
¿Será eso vivir? ¿La vida se resumiría al placer y a lo terrenal? La respuesta, obviamente, es por la negativa. Cuando apreciamos solo las criaturas, olvidándonos que son vestigios del Creador, se anda por un rumbo que, a primera vista, parece ser inundado de delicias y alegrías, pero es por el contrario, saturado de tristezas y sin sabores. Camino fácil a primera vista, pero opuesto a aquel recomendado por Nuestro Señor Jesucristo. Estando bajo el amparo del Redentor, podremos decir con el Salmista: «Aunque camine por el valle tenebroso, ningún mal temeré» (Sl 22,4).
El caos del mundo moderno solo es posible porque los hombres olvidan que, en esta vida, aquello que el hombre no ve, vale más que aquello que él ve. Mucho más valioso que el cuerpo que poseemos, es nuestra alma. Quien mantiene su espíritu inocente, puro y virtuoso como recomiendan los mandamientos de Dios, comúnmente conservará su cuerpo brillante, sagaz y robusto, listo para superar las dificultades de la vida, pues el cuerpo es el reflejo del alma, y el alma confiere la forma al cuerpo (S.th. I, a.3, q.2).
Las disposiciones internas del hombre se reflejan en el cuerpo. La alegría del rostro es un espejo del corazón. Sus acciones reflejan las disposiciones del espíritu. De esta forma, existen sentimientos en el corazón humano que solo llegan a su plenitud cuando son exteriorizados. Así es, por ejemplo, la amistad que se demuestra en un abrazo, también el gesto de felicitar a un amigo por ocasión de su cumpleaños; la intención de agradarlo, refleja esta búsqueda de exteriorización, actitud típica a los sentimientos humanos.
De la misma forma debemos manifestar, por hechos externos, nuestra amistad para con el Creador, a través de actitudes que sean agradables a Dios, «pues el hombre no es puro espíritu, sino posee un cuerpo, que forma parte esencial de su naturaleza y que debe, por tanto, asociarlo al culto de la divinidad. Faltaría algo para ofrecer a Dios si Él fuese homenajeado solamente en espíritu».[1]
Así como un amigo se satisface con una demostración concreta de afecto, Dios también se agrada con actitudes exteriores hacia Él, pues, así como enseña San Santiago «la Fe sin obras es muerta» (Tg 2, 26). Mostramos nuestra Fe por nuestras acciones. Y la ceremonia es un excelente medio de demostrar nuestro afecto a Dios.
Comenta el escritor alemán Fabian Fischer, que «las ceremonias no son solamente exterioridades, no son apenas símbolos, ellas forman el hombre, semejante a la etiqueta, del exterior al interior, constituyendo tradiciones».[2] La ceremonia forma el interior del hombre, eleva su espíritu, perfeccionándolo en sus hábitos de fuera para dentro, en su totalidad. Cuando la ceremonia es religiosa, además del progreso natural a quien la realiza, la persona ejerce el acto de la virtud de la religión. El culto es un verdadero acto de amor al Creador, donde se rinde un homenaje a Dios al reconocer Su grandeza.
Churchil decía que uno de los factores que contribuyeron para la formación de su carácter, fue el cántico del Credo y el Himno Nacional en su escuela. Es más, investigaciones norteamericanas llegaron a la conclusión que jóvenes y adolescentes, participando comunitariamente de ceremonias estudiantiles, adquieren un espíritu más elevado y una preparación intelectual más adecuada para el desempeño de su misión estudiantil, mejorando considerablemente sus vidas e incidiendo menos en serios problemas, que pululan estas generaciones un por todo el orbe.
Tal es la excelencia de las ceremonias que, cuanto más la vida cotidiana es penetrada por ellas, más se asemeja al Cielo. En la tierra el culto exterior no es solo un reflejo, sino, una continuidad ceremoniosa del cielo. Transformar la tierra en Cielo es la intención de estos seminaristas, que unidos en espíritu y devoción a María Santísima, los Ángeles y Santos, hacen de este desfile en la tierra, un preámbulo de las ceremonias que aguardan a los justos en la eternidad. Vivir en ceremonia es vivir un poquito del Cielo.
Por Lucas Antonio Pinatti
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[1] Parce que l’homme n’est pas un pur esprit, mais, comme il à un corps qui fait partie essentielle de sa nature, aussi doit-il le faire collaborer au culte de la divinité. Ce ne serait pas tout rendre a Dieu, que de ne lui rien rendre qu’en esprit. (A.VV. Eucharistia – Encyclopédie populaire sur l’Eucharistie. Paris: Librairie Bloud et Gay, 1947, p. 153-158).
[2] Zeremonien sind nichts Äusserliches, sind nicht nur blosse Form, sie wirken, genauso wie die Etikette, von aussen nach innen, sie schaffen Traditionem».. (S. FISCHER-FABIAN. Die Deutschen Cäsaren. Triumph um Tragödie der Kaiser des Mittelalters. Wien: Droemer, 1977. p. 30-31)
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