Bogotá (Jueves, 02-09-2010, Gaudium Press) En el enorme castillo medio en ruinas había quedado su empobrecida madre mientras Camilo partía muy joven con su padre para dedicarse al oficio de Condotiero, que era lo único que los dos sabían hacer. La Italia del Renacimiento estaba en guerras constantes entre ciudades-estados que arruinaban las aristocracias, empobrecían al pueblo y abrían espacio a ciertos burgueses «trepadores» sociales que se enriquecían impunemente, incentivando odios y rivalidades entre los nobles para ganar poder, incluso en los territorios pontificios.
Algunos años después, Camilo de Lelis, el Condotiero herido en el empeine del pie izquierdo, descendiente de una aristocrática familia pagana convertida al Cristianismo, que venía desde los tiempos del bajo imperio romano -los Lelius- el nobilísimo capitán de mercenarios nacido en 1.550, estaba totalmente arruinado, huérfano y enfermo a los 25 años de edad. En los campamentos de la soldadesca ruin había adquirido el vicio de jugar desenfrenadamente.
La herida no sanaba definitivamente y por tres veces lo había llevado a un hospital de caridad en Roma, para intentar curársela. Su oficio de mercenario prácticamente se había acabado. Buscó refugio en dos órdenes religiosas que bien pronto desconfiaron que el hombre no tenía vocación, y solamente pretendía escampar el dolor de su ruina física y moral.
Pero en uno de esos fétidos y antihigiénicos hospitales, Camilo encontró un tesoro allí enterrado que le dio para vivir con esperanza hasta lo 65 años: la santidad. Su conducta en el hospital había sido simplemente desedificante. Una noche de juego con algunos de los improvisados enfermeros del hospital, apostó hasta la camisa y la perdió. De ese hecho nació el dicho que hoy día es universal. Mas Camilo, noble guerrero empobrecido, no dejaba de compadecerse con los enfermos y heridos de guerra que llegaban al hospital. Para pagar los costos de su curación se dedicó a ayudar a los asalariados enfermeros que de paso lo escandalizaban por el trato inhumano con los internos. Ahí fue surgiendo su verdadera vocación que lo llevó a fundar a los 32 años de edad la Orden Religiosa de los Ministros de los Enfermos, más tarde los Padres Camilos.
Su preocupación mayor era atender heridos de guerra, hombres destruidos que le recordaban viejos tiempos y perdidos camaradas, sin tener en cuenta el origen patrio. Para distinguir a algunos de los enfermeros que ahora se edificaban con su ejemplo y lo seguían conmovidos, mientras otros los perseguían y hacían objeto de burla, ideó llevar sotana negra y una cruz roja latina al pecho: era el hábito que los caracteriza hasta hoy. Se confirmaba el angustiado sueño que había tenido su madre cuando todavía lo tenía en su vientre. Veía un grupo de lobos negros corriendo con la boca abierta y la lengua roja colgando, liderados por Camilo. Creía que le iba a nacer un bandido.
San Camilo de Lelis fue el primer hombre que pensó en atender heridos de guerra, sin distingo de clase social ni procedencia patria, bajo el emblema de una cruz roja, oficio y vocación religiosa que supera la filantropía laica.
La herida siempre supurante e inflamada, solamente se secó cuando bajó a la tumba en 1.614.
Por Antonio Borda
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