jueves, 21 de noviembre de 2024
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Las tres ‘dimensiones’ del conocimiento

Bogotá (Viernes, 03-09-2010, Gaudium Press) Es conocida la doctrina aristotélica, asumida y elevada por Santo Tomás, de la «conversio ad phantasmata». El intelecto humano necesita de las imágenes sensibles (los ‘fantasmas’), para crear las representaciones intelectuales o especies intelectuales, y tiene que «convertirse» hacia ellas para poder, de ellas, abstraer las esencias de las cosas. Esta es parte de la doctrina gnoseológica tomista clásica, muy sólida por cierto, basada en el supuesto de que el objeto de nuestro entendimiento es la esencia de las cosas.

Entretanto, Jesús García López, en sus «Estudios de Metafísica Tomista» (Eunsa, 1976), al analizar el ‘Conocimiento del Yo’ en Santo Tomás, demuestra con contundencia que el Aquinate, al considerar la actividad del entendimiento humano que se vuelca sobre sus propias operaciones en un ejercicio reflexivo, desarrolla dos saberes diferentes: «el conocimiento existencial y el conocimiento esencial». Es sobre el primero que queremos poner el foco de nuestra atención, entre otras razones por lo novedoso.

Resumiendo al máximo, decimos que en este caso auto-reflexivo el conocimiento existencial es un «conozco que existo», diferente a un «saber lo que soy», que es el saber que me proporciona el conocimiento esencial, el conocimiento como clásicamente se ha considerado.

No son tanto dos tipos de conocimiento, «cuanto dos dimensiones de todo conocimiento; dos dimensiones que se comportan entre sí como la esencia y la existencia». «Todo conocimiento, en efecto, versa sobre un objeto (que es como la esencia de ese conocimiento), pero arraiga en un sujeto, del cual procede como un acto u operación (y esa es la dimensión existencial de dicho conocimiento)», explica muy claramente García López en la obra citada (p. 234).

Hoy, diversos abordajes de tomistas contemporáneos nos muestran que no se puede limitar el «conocimiento existencial» solo al sujeto cognoscente (el hombre), y hay que extenderlo también al objeto conocido. Es decir, esa doble dimensión del conocimiento, de la que García Lopez nos habla, es más bien triple. Una, la dimensión esencial del objeto conocido, otra la dimensión existencial del cognoscente, y una tercera, la dimensión existencial del objeto conocido.

Y esta dimensión existencial del conocimiento de las cosas, del ‘ser’ de las cosas -y no solo de quien conoce- es muy importante, pues el ser es lo primero: «El ser es la actualidad de todas las cosas, e incluso de las mismas formas» (STh I q4 a1 ad 3); «el ser es lo más íntimo a cada cosa» (STh I q8 a1); «[el ser] es más íntimo a cada cosa que aquello que lo determina» (es decir, la esencia) (Santo Tomás in II Sent d1 a4); «el mismo ser es lo más perfecto de todo, pues se compara a todo como acto» (STh I q4a1 ad3).

El ser es, por encima de todo, una mera participación del Ser divino, del cual, todos los seres no son sino reflejo, imitación, huella, o, en una concepción espiritualista, camino para llegar a Él.

Por Saúl Castiblanco

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