Redacción (Viernes, 03-09-2010, Gaudium Press) Lanzarse a un carrascal, hiriéndose en las espinas; enterrarse en la nieve, perdiendo el tacto; flagelarse en una inhóspita gruta a fin de despreciar el cuerpo, por cierto son medios lícitos y hasta excelentes cuando se desea frenar tentaciones contra la carne. Así procedieron muchos santos en la historia, como San Benito y Santo Antonio.
Entretanto, no todos están dispuestos a someterse a tales mortificaciones cuando el demonio sugiere un mal pensamiento, o se les presenta delante de los ojos algo prohibido por la Ley de Dios…
Para vencer la concupiscencia: el sufrimiento y la Eucaristía
Por eso, querido lector, sin despreciar estos medios archi-dignos de apaciguar los sentidos y de disminuir la concupiscencia – terrible tendencia para el mal -, queremos descubrirle otro, no menos excelente y eficaz. Este medio no excluirá las diversas prácticas penitenciales, tales como ayunos, abstinencias…
Sabemos que, a pesar de muchas veces claudicar en algo, los ejemplos y las metáforas auxilian nuestra inteligencia a penetrar en realidades más profundas. Podríamos decir, entonces, que así como Dios concedió dos miembros al hombre para caminar, de la misma forma, para ayudarlo a vencer la concupiscencia, le proporcionó un medio más poderoso: la Sagrada Eucaristía.
Ella nos da fuerzas para enfrentar y atravesar incólumes, seguros y fuertes, las batallas interiores contra nuestras malas inclinaciones.
Visión general sobre los efectos de la Eucaristía
Nos explica Gregorio Alastruey que, además de producir efectos en el alma, como el aumento de la gracia santificante y la gloria (efectos directos), la remisión del pecado pasado y la preservación del futuro (efectos indirectos), la Eucaristía también surte efectos en el cuerpo (1952, p. 220). Y de entre estos, además de la resurrección o gloria del cuerpo, se enumera la mitigación de la concupiscencia y la pureza del corazón.
Sin duda, si nos detuviésemos en la consideración de la importancia de esta cantidad de efectos producidos por el Santísimo Sacramento, se nos tornaría patente cuán más rica y magnífica es la Eucaristía que cualquier arca del tesoro existente en la tierra. Entretanto, como nuestros ojos no pueden, en un solo golpe de vista, abarcar todos estos efectos, a semejanza de piedras preciosas que recibimos con el Pan de los Ángeles, consideremos con acuidad apenas uno de ellos: el último arriba mencionado, o sea, la Eucaristía como factor de disminución del ‘fomes peccati’ (o concupiscencia) y de acrecentamiento de la pureza del corazón.
La Eucaristía mitiga la concupiscencia y purifica el corazón
Es interesante notar el modo con que la Eucaristía produce esta disminución.
Explica la Filosofía que, cuanto más una potencia del alma se aplica a su objeto, menos fuerzas tienen las otras para tender el suyo propio (ALASTRUEY, 1952, p. 242). El efecto propio de la Eucaristía, como enseña Santo Tomás, es el aumento de la caridad. Y así, creciendo esta, la voluntad vuela a las delicias de los absolutos celestiales, encontrando menos complacencia en los relativos terrenales. Como dice San Agustín: «El aumento de la caridad es disminución de la sensualidad» (Apud ibid, p. 242).
Por tanto, visto que la concupiscencia es mitigada en consecuencia del aumento de la caridad, se debe decir que la Eucaristía produce dicha disminución mediata e indirectamente.
Cuanto a la pureza del corazón, la digna recepción del sacratísimo Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor no podría dejar de hacerla florescer, puesto que Él es el Cordero sin mancha. Como dijo Contenson, «¿cómo podría reinar el pecado mortal en nuestro cuerpo, cuando lo escogió nuestro Rey para reclinatorio y trono suyo?» (Apud ibid, p. 243); y Pascásio Radberto, «Feliz fruto de abundancia, del cual germina la virginidad, porque nuestro vino usual corrompe la castidad, pero aquel engendra vírgenes» (Apud ibidem).
Como corolario de lo arriba expuesto, podemos inferir que la Eucaristía es también fuente de salud física. Pues, como lo comprueba la medicina, la pureza del cuerpo – efecto considerado arriba – es un excelente reservorio de energías. Para tal, concurre también la alegría y la paz de almas provenidas de la digna recepción de este Sacramento, pero estas son más propiamente efectos del alma actuando sobre el cuerpo y, por tanto, dejaremos para analizar juntos este punto en una próxima ocasión…
Por Flávio Roberto Lorenzato Fugyama
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