Redacción (Martes, 21-09-2010, Gaudium Press) Exhalando perfume, belleza y suavidad en las copas de altos árboles, en la iluminada y salvaje selva tropical, las orquídeas florecen encantando a todos los pueblos de la tierra. De hecho, la mayoría de las especies nace en las florestas calientes donde ellas poseen el más propicio hábitat natural. Entretanto, pueden brotar en los prados secos o húmedos, en los sombríos bosques templados; en céspedes, manglares, dunas y rocas y, hasta bajo el suelo.
Las orquídeas más conocidas poseen entre 10 y 20 cm. Entretanto, ya se encontraron especies con más de 4 metros de largo; o hasta, del tamaño de una cabeza de alfiler. La variedad de las orquídeas es impresionante, cerca de 35.000 especies nacen en todas las latitudes del planeta. Del círculo polar ártico al más tórrido clima tropical; en las escarpadas montañas a 4.000 metros de altitud y en amenas planicies. Es considerada la mayor familia de angiospermas, de ahí el especial interés que despierta en el mundo científico el estudio de las orquídeas, por ser un «grupo único y altamente desarrollado». [1]
Esta variedad está aumentando, tanto naturalmente como por manipulación humana. Es un género muy dócil a la fecundación entre tipos diferentes, sumando cerca de 25.000 especies híbridas. En esta inmensa variedad de orquídeas, existe una unidad, por causa de una «idéntica estructura floral». [2] De las menores hasta las mayores, todas son de la misma especie, poseyendo tres pétalos y tres sépalos conocidos respectivamente como verticilos internos y externos. Uno de los pétalos es más desarrollado, mayor y más vistoso: se llama labelo.
No son solo los científicos los que se encantan con las orquídeas. Desde la antigüedad eran admiradas por las damas, cantadas por los poetas y pintadas por los artistas por su textura delicada, forma extraordinaria y carácter dramático. Se cree que Teofrasto (372-287 a.C.), pupilo de Aristóteles y uno de los primeros botánicos de occidente, fue el primero en bautizarlas con el vocablo orchis, del griego primitivo orchos (círculo o esférico) por causa del formato oval de las raíces de algunas especies mediterráneas. Los antiguos orientales extraían su perfume y en los herbarios aztecas, eran usadas como especia y loción para la salud.
Foto: Giovanni Rubaltelli |
Algunas son exóticas por sus exuberantes formas y combinación de tonos; otras son discretas de un colorido común, pero no por eso, menos bellas. Hay orquídeas sobrias y solemnes, también existen aquellas de apariencia jocosa, como la Orchis Símia, una especie europea que recuerda la pintoresca forma de monos. Otras tienen un colorido salvaje que hacen recordar la piel de tigres asiáticos. Entretanto, la mayoría atrae los ojos admirativos por su amenidad, armonía y belleza. Así es la Barkeria, originaria de Guatemala, de un lindo color ‘paunassa’ Ya la Primavera por causa de su amarillo vivo es conocida como lluvia de oro. La Potinaro, la reina de las orquídeas, es de una belleza indescriptible digna de adornar los altares de una Catedral.
Las flores de las orquídeas son su más valioso producto. Florecer, encantando a los pueblos es su finalidad. Por esta belleza rara y tan variable, este mundo botánico es un bello y atrayente ejemplo de unidad en la variedad.
Las criaturas visibles reflejan ciertas características del mundo espiritual. La variedad de las orquídeas se torna un símbolo de las almas creadas por Dios. Aunque todos los hombres tengan la misma dignidad, las mismas características que constituyen la naturaleza humana, todos son, entretanto, diferentes. Cada ser humano creado a imagen y semejanza de Dios refleja un aspecto diferente de la belleza del Creador.
Es imagen, sobretodo, en su alma, en las potencias espirituales, inteligencia y voluntad. [3] Por esta razón la naturaleza humana se aproxima más al creador que los seres irracionales. En cada alma reluce de modo especial un aspecto de Dios; por eso, el universo de las almas es más numeroso, rico y bello que la familia de las orquídeas.
No todas las almas cumplen su finalidad en esta vida, o producen la flor que corona su existencia. El hombre solo realiza la plenitud de su esplendor cuando a través de la gracia alcanza la santidad. Es lo que se da con los santos, las verdaderas flores del mundo espiritual.
Cierto día, Nuestro Señor dijo a Santa Catalina de Siena que «si viéramos un alma en estado de gracia tendríamos la inclinación de adorarla como Dios». [4] Si esta es la belleza del alma de un santo, qué se dirá de la inmensa variedad de Santos y Santas que florecieron en el jardín de la Iglesia.
Foto: Ahmad Nizam Awang |
Así como las orquídeas, hay santos de todas las formas. Un San Felipe Neri, simpático y jocoso, o también, asceta y solitario San Antonio. Santos célebres de una fuerza de atracción impresionante, como Santa Teresita, o santos desconocidos, héroes en virtud, pero discretos. Hubo un San Luis, Rey de Francia y una Santa Isabel, Reina de Portugal; el Beato Angélico, artista; Santa Bakhita, doméstica, y etc. En fin, santos de todas las edades, clases sociales y estados de vida, de todas las latitudes y pueblos de la tierra.
Nada más diferente y al mismo tiempo tan semejante como dos santos. La Iglesia los canoniza formando un gran jardín de modelos, para estimular a los fieles a alcanzar la santidad. La santidad es posible en cualquier rincón del planeta. Como en el mundo de las orquídeas, también en el universo de las almas santas existe un punto de unión en esta inmensa diversidad. La santidad es lo que torna afines almas tan diferentes, de temperamentos tan múltiples, en una variedad y armonía, al mismo tiempo en una dignidad y simplicidad más intensa que la familia de las flores.
Así, las orquídeas ilustran con belleza y suavidad la síntesis perfecta de unidad en la variedad de las almas santas.
Por Marcos Eduardo Melo dos Santos
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