sábado, 23 de noviembre de 2024
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La maravilla en una aldaba

Bogotá (Jueves, 23-09-2010, Gaudium Press) Aldabas y picaportes, utensilios para llamar a portones, con el encanto y la belleza de cada región, es un fruto más de la Civilización Cristiana, aunque no se puede negar que todas la civilizaciones habrán encontrado la forma de usar algo en la puerta para avisar la visita.

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Foto: Ccarlstead

Pero los países del mundo que más variedad de aldabones produjeron no cabe duda que han sido Italia, España y Portugal, y por estos nos llegó a América no solamente la costumbre de tener aldabón clavado a la puerta para enterarnos de que hay alguien que nos quiere visitar, sino tener algo bello y bien ornamentado, con formas artísticas salidas de las forjas y de la creatividad de los artesanos.

Y no se trata solamente de la tradicional cabeza de león con una argolla colgando de las fauces. Si hemos sido detallistas habremos podido observar una tal variedad, que cada aldabón que vemos estimula la propia imaginación para concebir otros más bonitos o sofisticados.

Viejas casonas de España o de Cartagena de Indias, Lima, Quito o Bogotá, otras en Italia o incluso en Portugal, y muchas más ciudades hijas de la presencia de Europa en otros puntos de la tierra, muchas llevan en la puerta este curioso utensilio muy pesado para que el golpe sea fuerte.

Todavía sobreviven como curiosidad ornamental, aunque ya no se usen para lo que fueron elaborados. Sin embargo es evidente que sabiéndolos mirar, están cargados de imponderables. Lo que los hace más interesantes es haber desarrollado una forma de «personalidad», pues no solamente reflejan la mentalidad de cada país sino la de los habitantes de la casa.

Los hay serios, quizá un poco huraños, otros son evocadores, acogedores, discretos, reservados e inquisitivos. También varía la sonoridad, pues no todos los golpes suenan de igual manera. Más graves o informales, dan a su manera una acogida distinta al visitante.

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Foto: Anduze

Aldabones en portones de iglesias, en palacios o casonas señoriales, una forma de cortesía y relacionamiento social que tal vez reemplazó el grito o el palmoteo informal, es una muestra pequeña pero significativa de lo que una verdadera civilización puede dar, si está animada por una auténtica búsqueda del significado más alto del absoluto maravilloso de aquel «Llamad y se os abrirá» (Mt 7,7).

Por Antonio Borda

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