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Aquello que adorna la figura venerable del Obispo

D Jose Maria.jpgRedacción (Lunes, 27-09-2010, Gaudium Press) Sucesor de los Apóstoles. Éste es el título que con tanta magnificencia vemos a adornar la figura venerable del Obispo. Imaginar que toda secuencia episcopal procede de un San Pedro, San Pablo o San Juan Evangelista es algo que debe causar gran alegría a un espíritu lleno de fe. Conviene, por tanto, que tan gran dignidad sea manifiesta de una manera bella, para que esta verdad sea sensiblemente reconocida.

Por esta razón, el Espíritu Santo fue suscitando, a lo largo de la Historia de la Iglesia, ciertos símbolos que, usados por el Obispo, dan a entender lo que hay de sagrado en el ejercicio de tan grandioso ministerio.

Una de las insignias, que con mucha nobleza, ornamentan la figura de un «Príncipe de la Iglesia» en las celebraciones litúrgicas es la Mitra -del griego μ?τρα: cinta, faja para la cabeza, diadema-.

Ésta posee también otras denominaciones, tales como Apex -tapa-, sertum -corona-, corona gloriae, gálea -casco-, tiara, cidaris, e insula. Las dos cintas que caen de cada lado de su base se llaman vittae.

En el Antiguo Testamento era prefigurada por un pequeño y tenue tejido, compuesto y preparado con hilos, usado por los Pontífices hebreos en el Templo.

La Mitra, tal cual la conocemos actualmente, debe su origen a los Obispos griegos, que fueron los primeros en utilizarla colocando en ella piedras preciosas sobre la tela, imitando a los Reyes y Emperadores, pasando posteriormente la tradición a Occidente. El primer Sumo Pontífice que usó Mitra fue San Silvestre, puesta en la cabeza con una diadema.

Este paramento, en su conjunto, simboliza un casco de defensa que debe tornar al prelado terrible a los adversarios de la verdad. Recuerda el descenso del Espíritu Santo sobre las cabezas de los Apóstoles, de quien los Obispos son legítimos sucesores. Por eso, en el Rito Romano, solo a los Obispos, salvo por especial delegación, cabe presidir el Sacramento del Crisma o Confirmación.

El hecho de que la Mitra posea dos puntas, tiene un significado especial. Moisés, después de recibir las tablas de la Ley en el Monte Sinaí, descendió con aquellos dos resplendores celestiales que Dios puso en su rostro y le subían por la cabeza. También pueden simbolizar los dos Testamentos: el Antiguo -parte posterior- y el Nuevo -parte anterior-, que el Obispo debe conocer perfectamente para iluminar a los fieles a él confiados, con su doctrina y resplandor. Ellas representan también los dos preceptos, con los cuales la Iglesia debe gobernar: el amor de Dios y del prójimo.

Las dos tiras estrechas que hay en la Mitra y bajan de la base posterior -vittae-, representan los dos sentidos que hay en la Escritura: el espiritual y el literal, en los cuales el Obispo debe ser maestro, explicándola con tanta propiedad que se pueda sacar de ella el espíritu que da vida a los hijos de la Iglesia. Las dos cintas caen sobre los hombros significando que lo que predica con la palabra debe ejecutarlo con las obras, cuyo ejemplo debe ser seguido por sus súbitos.

Existen dos tipos de Mitras: una adornada con piedras preciosas -símbolo de la caridad-, llamada phrigiata; la otra, simplex. La primera, el Prelado la utiliza en las grandes solemnidades y en los pontificales. La segunda, en los oficios simples y de difuntos.

Como el lector puede con facilidad percibir, posee la Mitra, tanto en su conjunto como en cada una de sus partes, una gran cantidad de significados y que se refieren específicamente a la figura del Obispo. Es ella, de hecho, una corona que ornamenta la frente del Prelado, y que simboliza lo que hay de sagrado en su augusta vocación.

En comunión con la Cátedra de Pedro, el Obispo es Príncipe de la Iglesia. Y ésta, el Cuerpo Místico de Cristo, que se organiza como una verdadera sociedad visible. Enseña la Doctrina Católica que la principal finalidad de la Esposa de Cristo es conducir las almas a la eterna salvación. De donde se puede percibir cuál debe ser la grandeza de la misión episcopal, pues dice respecto a la participación en el gobierno de esta sociedad, cuyo fin es tan inefablemente elevado.

Esta es la razón por la cual el episcopado se somete debidamente a la autoridad del Sumo Pontífice, la más noble de las funciones existentes en el mundo en que vivimos, pues lo que se relaciona a lo espiritual está evidentemente por encima de lo temporal. Es más, es consecuencia propia de su carácter episcopal, la dignidad que posee el Santo Padre, que por ser el legítimo sucesor del Apóstol San Pedro, es el Obispo de Roma y, por esto, el Obispo de los Obispos.

Por Thiago Neuburguer

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