Redacción (Viernes, 01-10-2010, Gaudium Press) ¿Es posible ser un gran misionero sin salir jamás del convento? Santa Teresita del Niño Jesús fue honrada por los Papas como patrona de las Misiones, entretanto, nunca salió del Carmelo, lo que parece una contradicción. Sin embargo, si conocemos lo que es la comunión de los santos, veremos que este título fue, en verdad, un auténtico acto de justicia.
Decía esta santa en su autobiografía que deseaba ser al mismo tiempo apóstol, mártir, cruzado, sacerdote, catequista, religiosa de clausura, ayudar a los enfermos… quería ser todo por el beneficio de las almas. Estas ganas de hacer el bien a todos, no podría ser aplicada de forma natural, sino realizada por medios sobrenaturales. En determinado momento de su vida, instruida acerca de la doctrina de la comunión de los santos, comprendió que su papel en la Iglesia sería como el «corazón», que influencia a todos los miembros por el influjo sanguíneo del amor a Dios.
«Creo en la comunión de los santos»; es lo que rezamos todos los domingos en la Misa o al comenzar la recitación del rosario. La comunión de los santos es un dogma de Fe explicitado desde el primer siglo del cristianismo. Permite, por ejemplo, que ofrezcamos auxilios espirituales a los cristianos que están en otros países, a millares de kilómetros de distancia. La doctrina explica que los miembros de la Iglesia, por toda la tierra, aunque poco o nada conociéndose, sobre todo a la distancia, están unidos por un vínculo espiritual que transpone las distancias y hasta los tiempos. Por la comunión de los santos, estamos unidos de tal manera que nuestros actos e intenciones pueden influir en la fidelidad o la infidelidad de nuestros hermanos en la Fe en el presente, el pasado y el futuro.
Por la comunión de los santos, un acto de virtud, abnegación o generosidad, puede tornarse auxilio para un joven que se precipita en los caminos del pecado, así como un acto pecaminoso puede tener consecuencias en los miembros y, de cierta forma, en el cuerpo místico.
Todavía, la comunión de los santos no se aplica solamente a los cristianos de esta tierra, miembros de la Iglesia Militante, pues también forman parte de la Iglesia todos aquellos que ya están salvados en el paraíso, aquellos que constituyen la Iglesia Triunfante. Por la comunión de los santos, está explícita la ayuda que podemos recibir de aquellos que ya murieron y fueron salvados, y gozan de la gloria divina. Ellos pueden interceder por nosotros, pues de la misma forma que una persona que ama a Jesús y María quiere prestar los beneficios materiales y espirituales a sus hermanos en la Fe, también aquellas almas que están en el Cielo quieren ayudar a las personas en la tierra; están ansiosas de que pidamos su intercesión, para así, continuar en el Cielo ayudando a aquellos que peregrinan en la tierra.
Por esta razón, la Iglesia cree y confiesa esta relación con los cielos en la devoción e intercesión de los santos. Así, tenemos también nosotros la esperanza de, cuando estemos salvados, poder auxiliar a nuestros parientes y amigos en las sendas del bien y de la verdad. La raíz de la comunión de los santos está en que la virtud de la caridad «es bondadosa y no interesada» (Cf. 1Cor 13, 4-5). Ya los primeros cristianos disponían de todos los bienes espirituales y materiales, de «todo en común» (At 4,32). La comunión de los santos también tiene un aspecto material, por donde los cristianos deben estar dispuestos a ayudar al prójimo a través de los propios bienes materiales, colocándolos al servicio de los más necesitados.
Además, la comunión de los santos se aplica a aquellos que sufren los calores de las benditas llamas del purgatorio, pues estas almas esperan ser purificadas de sus faltas y entrar al convive eterno con Dios y María Santísima. Por la comunión de los santos podemos ayudarlas a purificarse con más presteza, y así unirse a los santos del Cielo.
¿Cuál es el mejor medio de beneficiar a las almas por la comunión de los santos?
La comunión de los santos es el medio más poderoso de apostolado. Por más que sintamos no tener dones para hacer el bien a las almas de nuestro prójimo, si vivimos una vida santa y de amor fervoroso a Dios, podemos prestar un valioso auxilio a los cristianos del mundo entero, pues por la práctica de la virtud se conserva el estado de gracia y el cumplimiento de los mandamientos divinos.
La práctica de la virtud nos aleja del pecado haciendo que no seamos motivo de retracción de la gracia divina para la Iglesia Universal, o para determinado conjunto de fieles, un país, una ciudad, un barrio, etc. Al contrario, la práctica de la virtud hace que seamos verdaderos «pararrayos» de la gracia de Dios, beneficiando así a toda la Iglesia Universal.
Entretanto, existe también un modo activo de auxiliar a nuestros hermanos en la Fe: la recepción de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía. De hecho, la comunión de los santos no es solamente la unión entre los santos, sino también, la comunión de las cosas santas. En latín, «communio sanctorum» tiene este doble sentido, «comunión de los santos» o «de las cosas santas». Por eso, la Liturgia, usando este juego de palabras latinas, enseña: «Sancta Sanctis», es decir, «las cosas santas a los santos».
De esta forma podemos ofrecer una oración a Dios, por las almas más tentadas en el mundo, por los cristianos que son perseguidos por causa de su Fe, para que sean más santos y fieles a la vocación que Dios les llamó, ofreciendo así nuestras súplicas por el Clero y el Papa.
Agrada también a Dios ofrecer un sacrificio, un sufrimiento corporal o moral, que estemos en la contingencia de soportar, o también una privación voluntaria de algún placer legítimo, como comer algo delicioso o descansar por un tiempo mayor. Todavía, existe también un acto más agradable, y más sublime: recibir la sagrada hostia. Ofrecer explicita y fervorosamente las intenciones de la comunión eucarística por los cristianos en el mundo, y por las almas del purgatorio, hace que usemos activamente este medio de caridad fraterna. La oración y los méritos adquiridos por nosotros en la Eucaristía pueden beneficiar al mundo entero, por causa, del «fondo común», de todos los méritos de los santos, de la Santísima Virgen y de la Pasión de Cristo en la Cruz. Este fondo común, que atrae las gracias de Dios, beneficia a todas las almas de la tierra y del purgatorio.
¿Cuál es el fundamento Bíblico para la creencia en la comunión de los santos?
Este dogma de Fe, que el católico reza en el credo, se fundamenta en uno de los más bellos trechos de San Pablo, donde el Apóstol compara la Iglesia al cuerpo humano: «Así como el cuerpo es un todo teniendo muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, aunque muchos, forman un solo cuerpo, así también es Cristo. […] El cuerpo no consiste en un solo miembro, sino en muchos. Si el pie dijese: Yo no soy la mano; por eso, no soy del cuerpo, ¿acaso dejaría el de ser del cuerpo? […] Hay, pues, muchos miembros, pero un solo cuerpo. El ojo no puede decir a la mano: no necesito de ti; ni la cabeza a los pies: No necesito de vosotros. Antes, al contrario, los miembros del cuerpo que parecen los más débiles, son los más necesarios […] Si un miembro sufre, todos los miembros padecen con el; y si un miembro es glorificado, todos los otros se congratulan por el. Ahora, vosotros sois el cuerpo de Cristo y cada uno, de su parte, es uno de sus miembros» (1Cor12, 12-27).
Desde el principio de la Iglesia los cristianos interpretan este pasaje de San Pablo en el sentido de la comunión de los santos. Por eso enseñan los Padres que la «Iglesia es la comunión de todos los santos», del Cielo, de la tierra y del purgatorio, de todos los rincones del planeta, de todas las lenguas y pueblos.
La comunión de los santos torna a la Iglesia Universal Católica. Quien vive compenetrado en este artículo de Fe, puede hacer maravillas en el orden de la gracia, convertir pueblos, auxiliar a los santos y a los cristianos perseguidos… La Fe en la comunión de los santos pone en las manos del católico el verdadero «timón de la historia».
Por Marcos Eduardo Melo dos Santos
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