Redacción (Jueves, 14-10-2010, Gaudium Press) Redunda en gran beneficio para la sociedad el preservar y perfeccionar los valores, o sea, las cualidades que tornan alguna cosa más estimada o menos.
Hay una jerarquía entre los valores, los cuales pueden ser religiosos, metafísicos, morales, culturales, económicos, etc. Un valor no depende de la mera preferencia, sino generalmente es el fruto de un razonamiento más o menos profundo y la consecuencia de un juicio estético. En filosofía se emplea el término ‘axiología’ – del griego ‘axia’, valor, y ‘logos’, tratado – para indicar el estudio de los valores, especialmente los morales.
Atardecer en Venecia Foto: Gustavo Kralj |
Hablemos de lo bello. Como se sabe, en la Edad Media hubo un gran desarrollo de las doctrinas sobre el pulchrum, las cuales se concretaron en diversos campos, sobretodo en el artístico.
¿Qué es la belleza?
Para conceptuar la belleza, es necesario dar algunos pasos en el campo de la metafísica, la cual, según H. D. Gardeil, designa la parte superior de la filosofía, que pretende dar las razones y los principios últimos de las cosas.
Los transcendentales del ser
En todas las cosas hay cualidades que constituyen su propio ser y están más allá de la materia; por esta razón son llamadas transcendentales. La palabra ‘transcendental’ proviene del verbo latino ‘transciendo’ (trans: pasar; scando: subir), y significa literalmente «pasar subiendo».
Jan Aertsen afirma que «la metafísica (…) es la ciencia de lo que es transcendente». Y el Diccionario Aurelio aclara: los transcendentales son «cualidades que pertenecen al ser como tal, propio, en grados diversos, a todos los seres».
En cada ser existen cuatro propiedades: «Unum, bonum, verum, pulchrum» – ente indiviso (uno, unitario, indivisible), bueno, verdadero y bello. Santo Tomás de Aquino agrega una quinta propiedad: ‘aliquid’, aquello que torna un ser diferente de otro.
Jacques Maritain considera el pulchrum como «el esplendor de todos los transcendentales reunidos». Y Francis J. Kovach afirma que la belleza es lo «más rico, más noble y más comprensivo de todos los transcendentales, […] el único transcendental que incluye a todos los demás».
Filósofos de la Antigüedad pagana, en especial Platón, Aristóteles y también Cicerón, escribieron sobre la belleza. Con el advenimiento de la era cristiana, este tema fue desarrollado particularmente por San Agustín. Y en la Edad Media, sobre todo en los siglos XI al XIII, alcanzó un auge. Las palabras belleza, decoro y hermosura tienen sentidos semejantes, pero no idénticos.
Para comenzar a comprender el significado de un vocablo, un excelente método consiste en recurrir a su etimología, según la costumbre medieval.
Edgar de Bruyne, que fue profesor en la Universidad de Gand, transcribe diversas opiniones respecto a estos términos, las cuales pueden ser así sintetizadas.
Belleza tiene un sinónimo, pulcritud, proveniente del latín ‘pulcher’, síncope de ‘pulvere carens’, o sea, «sin polvo, suciedad o defecto».
El término ‘decoro’, de ‘decorus’, está compuesto de ‘decus oris’ (belleza del rostro). Otros prefieren focalizar la belleza del decoro en el alma o el corazón, y no en la forma del rostro: ‘decorus’ se compondría de ‘decus’ y ‘cordis’, que significa ornato del corazón.
Foto: Luis M. Varela |
Y ‘hermosura’ se origina de ‘formosus’. Según Mons. Bruno Forte (2006), arzobispo de Chieti (Italia), en estas cuestiones tal es la importancia de la ‘forma’ que el latín emplea también la palabra ‘formosus’ para designar aquello que es bello.
Conforme el artista plástico Cláudio Pastro «la palabra belleza tiene origen en el sánscrito: bet-El-za. Za: brillo; El: Dios, lo que está arriba; bet: casa. Belleza: la casa donde Dios brilla».
Características de la belleza
San Agustín, en una de sus epístolas (PL 33, 65), escribió: «‘Omnis pulchritudo est partium congruentia cum quadam suavitato coloris’ – Toda belleza es la congruencia de las partes con cierta suavidad de color».
La congruencia de las partes es la proporción o armonía y la suavidad de color, la luminosidad. Conforme Guillaume d’Auvergne (1190-1245), que fue Arzobispo de París, la belleza visible se caracteriza, a veces por la posición de las partes en el interior del todo, a veces por el color; o más aún por estos dos elementos reunidos.
San Alberto Magno (1206-1280) y su discípulo Ulric de Strasbourg enseñan que la belleza es «el resplandor de la forma substancial o actual en las partes de la materia perfectamente proporcionadas y determinadas». La proporción caracteriza a la «materia» de una substancia estética; la luz es su forma. Los dos principios subsisten, sin embargo fundidos, constituyendo una unidad armoniosa.
Entre las características de la belleza, el Doctor de la Gracia incluye la grandeza, la cual evidentemente no se refiere al tamaño de un cuerpo. Así se puede, por ejemplo, afirmar: «Tal persona tiene grandeza de alma», o sea, no es mezquina, sino que está dirigida a horizontes grandiosos.
Complementando la idea de San Agustín y de Guillaume d’Auvergne, Santo Tomás de Aquino (Suma Teológica I, q. 39, a. 8, ad. a) afirma que la belleza posee tres características: luminosidad, proporción o armonía entre las partes e integridad.
Por Paulo Martos
(Mañana II Parte: «Objetividad de la belleza» – «Teofanía de la Belleza»
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