viernes, 22 de noviembre de 2024
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El Universo es una Catedral

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Foto: Diego R. Lizcano

Redacción (Jueves, 14-10-2010, Gaudium Press) La filosofía ha establecido la existencia de diversos tipos de signos. Hay signos reales e ideales, signos naturales y artificiales, signos trascendentales…

Entretanto, la definición genérica aplicable a todos ellos puede ser la clásica de Domingo de Soto, como «aquello que representa a una facultad cognoscitiva una cosa distinta de lo que es él en sí mismo». En ella se manifiestan los dos principales aspectos del signo, es decir su papel ‘revelador’, por el cual él representa otra cosa distinta de él y su aspecto ordenativo, por el cual el signo remite a la cosa representada, a la cosa designada.

Este remitir hacia la cosa representada, se aplica con mucha propiedad al efecto considerado como signo de su causa principal: «De ahí se sigue también que el efecto de la causa principal sí sea signo de esa causa y, de ese modo, ella misma es el designado de su efecto», expresa Juan Cruz Cruz en la introducción a ‘El Signo’ de Juan de Santo Tomás.

Por todo lo anterior podemos decir con certeza que el Universo, cuando bien visto, es una Catedral.

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Foto: Ayusteti

Quien entra por ejemplo a Notre-Dame de París no puede dejar de percibir la presencia discreta y a la vez clara y poderosa del inspirador de todas las catedrales, Dios el Señor. Será la luz tenue y colorida que se matiza a través de los vitrales, y que habla de Aquel que es la Luz multicolor del Mundo. Será tal vez un más claro rayo de luz blanca o dorada, que se posa a los pies de una imagen de la Virgen, tornando evidente a un alma tocada en ese momento por la gracia, que Dios contempla atento con su mente omnisciente a todas y cada una de sus criaturas, pero más particularmente a las espirituales.

O tal vez serán las sólidas y al tiempo leves columnas que se yerguen casi perdiéndose en lo alto, y que parecieran convidar al visitante a dejarse arrastrar en su decidido impulso ascendente, a la búsqueda del Infinito, del Absoluto, de la Eterna Felicidad. En una catedral fruto de la verdadera piedad, los artistas han reunido elementos específicos que ayudan al hombre a tener un relacionamiento más fácil, profundo e íntimo con Dios.

Entretanto, las muchas maravillas que integran el Universo, cuando bien vistas, pueden ser también la ocasión para elevarse hasta el Altísimo, como en una Catedral.

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Foto: Diego R. Lizcano

Por ejemplo el atardecer en Madrid de la foto adjunta. El ambiente es sombrío. No es un ocaso dorado, o variopinto, sino que pareciera que en medio de la noche el astro rey hubiese querido hacer una cauta visita, corta, para después un pronto y también discreto ocultamiento. Puede ser ese ambiente la imagen de ciertas acciones de la Providencia Divina, que siempre se halla presente, aún en los días más aciagos u oscuros, aun en las ocasiones en que sin razón nos sentimos abandonados hasta del propio Dios.

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Foto: Diego R. Lizcano

O la escena de esta gaviota de la foto al lado, tomada en Bariloche, Argentina. Un ave simple, como es la gaviota, que se convierte en un pequeño monumento cuando tiene como fondo de cuadro el azul del cielo infinito. Contemplando esa imagen le damos razón a Richard Bach, cuando en su muy conocida obra percibía e imaginaba que más allá de la insubstancial vida de gaviotas que, agitadas y tontas, cercan los pesqueros en busca de alimento, se hallaba el llamado a vuelos en parajes altísimos, desde donde pueden contemplar realidades muy amplias a la manera de las águilas, desde donde pueden probar alcanzar velocidades inimaginadas, desde donde pueden sentir incluso que más allá de las elevadísimas alturas de ese puro cielo azul, hay alturas espirituales inefables, donde se habita junto con el Creador.

Visto así, como decía Plinio Corrêa de Oliveira, el Universo es una catedral.

Por Saúl Castiblanco

 

 

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