Bogotá (Viernes, 15-10-2010, Gaudium Press) Lo que desarrolló la industrialización de Europa (bien antes que existiera Estados Unidos) fue precisamente su base de trabajo artesanal, tan esmerada y cuidadosa como nunca antes se había visto en ninguna parte del mundo. Por supuesto que artesanos han existido toda la vida en todas partes de la tierra. Pero es muy difícil negar que el artesanado de la Civilización Cristiana, es el que más alto renombre y calidad alcanzó, a tal punto que ese salto a lo industrial solamente se pudo dar con base en esa tradición de elaboración productiva detallista y siempre a la búsqueda de lo más perfecto.
Foto: Patty -Archangeli |
Si algo caracteriza un buen trabajo artesanal es la labor dedicada, tranquila e incluso sufrida con que se hace. Sin esto es imposible llegar a la belleza de los huevos de pascua de Fabergé, a la precisión de los relojes suizos, a la exquisita calidad de las confiterías de Viena, a la calidad y suavidad de guantes y zapatos ingleses, y a cientos de otras cualidades en utensilios como joyas, paraguas, prendas y adminículos de varios tipos que cuando se industrializaron, traían ya la herencia de sus antepasados meticulosa y primorosamente elaborados, por manos de artesanos acrisolados en la virtudes de la paciencia y la perseverancia cristianas.
¿No está acaso en la calidad y comodidad de Rolls Royce, Mercedes Benz, Peugeot o Maserati la tradición de los fabricantes artesanos de carrozas, landós y coupés de Inglaterra, Francia, Alemania e Italia?
¿Y qué decir de los astilleros que fabrican hoy día los mejores, más lujosos y recreativos barcos de pasajeros del mundo? Ciertamente que salieron de los mismos lugares, y tipo de inteligencias y manos que fabricaron las carabelas con las que llegó Colón llegó a América y Europa integró el planeta al comercio mundial.
Foto: Tanguera75 |
Artesanos responsables, comprometidos, hacendosos, perseverantes y pacientes, movidos más por la admiración inconsciente a las cualidades con que Dios los dotó, que al afán intemperante del lucro o de la fama. Con su capacidad innata de admiración perseverante, iban más en búsqueda de lo maravilloso que de lo rentable. Es el mismo selló indeleble y a toda vista identificable que los llevó a buscar nuevas maneras de madurar quesos y vinos, de mezclar aromas para perfumería, inventar bellos adornos y acabados para decorar salas y fachadas de casas populares o palacios. En el fondo, un actitud frente al trabajo, que lo concibe como una práctica de heroísmo cotidiano y no como una frívola diversión socializada que termina haciendo insoportable la rutina diaria.
Por Antonio Borda
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