Redacción (Miércoles, 20-10-2010, Gaudium Press) Todos los años, millones de visitantes acuden del mundo entero, deseosos de admirar los ¬colores, los sabores y los ritmos de este país único que es España.
El destino de gran parte de estos viajeros es Sevilla, la alegre y colorida ciudad bañada por el río Guadalquivir, famosa por sus fiestas populares y los pintorescos y tortuosos callejones llenos de encanto, matizados de fachadas salpicadas por el Sol, en medio a las cuales pasean las vivas tonalidades de las mantillas y de los trajes andaluces.
Pero toda la profusión de aspectos de esta ciudad multisecular podría ser resumida en su más famoso monumento: la Giralda.
La historia de esta torre es la historia de Sevilla. Ella se levanta triunfante, como premiada por las victorias, pero también con las marcas de los desastres superados con gallardía, como el terremoto de 1365.
Construida por orden de Abu Yaqub Yusuf, como minarete de la antigua mezquita, tenía originalmente 51 metros de altura. Según algunos historiadores, pretendía el rey almohade celebrar la victoria de sus tropas en la Batalla de Alarcos (1195) con una soberbia torre que se destacase en la entonces capital de Al-Andalus. Siglos después, fueron encontradas en la base de la torre epígrafes en latín, revelando la reutilización de piedras de las ruinas del antiguo forum romano.
San Fernando de Castilla, después de la reconquista de la ciudad en 1248, subió a caballo las 35 rampas que llevan hasta el tope, para de allí contemplar la ¬bella capital musulmana donde habría de instalar su corte. En 1412, la torre fue incorporada al mayor templo gótico hasta hoy existente: la Catedral de Santa María de Sevilla. Allá descansan en paz los restos de este santo y valiente rey.
Bajo el gobierno de Felipe II, heredero del Emperador Carlos V, España alcanzó glorias y triunfos extraordinarios. Tales éxitos también se reflejaron en la vetusta edificación. En 1558, el arquitecto Hernán Ruiz recibió del cabildo de la catedral la incumbencia de substituir la parte superior de la torre por un cuerpo de campanas y una cúpula. Concluidos los trabajos en 1568, ¬esta alcanzó 97,5 metros, convirtiéndose en la más alta del mundo, en la época.
La obra de Hernán Ruiz fue coronada por la estatua de una dama, simbolizando la Fe Victoriosa. Apoyada sobre un eje móvil, la gran pieza escultural de más de una tonelada gira según la dirección de los vientos. El vivaz pueblo sevillano después bautizó de Giraldillo la estatua, y de Giralda la torre.
La Giralda – como refirió el Siervo de Dios Juan Pablo II, al visitar esta ciudad en 1993, por ocasión del Congreso Eucarístico Internacional – es el símbolo de Sevilla. En verdad, en sus piedras rudas se encuentra gravada la historia de Andalucía, desde los tiempos de los romanos y fenicios, y sabiendo armonizar las artes morisca, gótica y renacentista.
Por Marcos Eduardo Melo dos Santos
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