jueves, 21 de noviembre de 2024
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En los tiempos de los ‘reyes’ de la soya

Bogotá (Lunes, 25-10-2010, Gaudium Press) El ‘rey’ de la soya; el ‘caballero’ de la canción; el ‘príncipe’ de la palabra. En épocas como las actuales, de un mal entendido y nefasto ‘democratismo’ vulgar y vulgarizante, aún persisten en el ‘subconsciente colectivo’ reminiscencias que no podemos dejar de llamar de ‘medievales’ -de las épocas de los príncipes y las princesas, de los caballeros, las armaduras y los penachos, de los castillos y las catedrales- que aún se manifiestan en ‘títulos’ creados para quienes se destacan en ciertas actividades de nuestra cotidianidad. No sabemos si los ‘reyes’ de la soya de los días actuales tienen palacio y corte, pero suponemos que son varias las cualidades destacables por las cuáles el público los ha ascendido al culmen de los títulos nobiliárquicos…

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Castillo de Neuschwanstein – Foto: Diego R. Lizcano

Es aún en nuestros días, que cuando se quiso construir el principal complejo recreativo en el país de la modernidad, no se escogió otra construcción-símbolo diferente a la de un castillo, el de Cenicienta, que en el caso de Orlando, EE.UU. está inspirado en castillos franceses como Chambord, y Chenonceaux. ‘Magic Kingdom’ -el principal y primer parque del complejo Walt Disney World en la Florida- recibe cada año la visita de mucho más de 10 millones de personas.

Y si aún es Europa la ‘meca’ del turismo mundial, no es precisamente por el ‘ingente’ número de personas que va a ver la terrorífica pirámide de vidrio con que gracias a Dios no se logró afear por completo la fachada del Louvre, sino que, esquivando el susodicho adefesio, desean conocer el Louvre de ensueño -palacio de gobierno hasta que Luis XIV lo cambió por Versalles- o la Sainte Chapelle, o Les Invalides, o Notre-Dame de esa ciudad que fue de ensueño llamada París…

Un mundo ideal

¿Por qué todavía esa obsesión de muchos por un pasado que varios querrían bien enterrado en el país del no recuerdo? Es simplemente porque esos siglos, aún bastante calumniados, revelan en sus monumentos y en todo lo que nos legaron la presencia de un elevado patrón humano, que el hombre moderno no deja de admirar. Realmente, no puede ser tan ‘oscuro’ y ‘bárbaro’ un pueblo que construyó un Chambord, o una Sainte Chapelle, o que permitió un castillo con un nombre tan delicioso como Chantilly…

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Palacio de Chantilly

Foto: Guillaume Cattiaux

Esas admiraciones que aún persisten, nos revelan una vez más la existencia de ese instinto fundamental del que casi solo habla la psicología católica: el instinto de la perfección.

En efecto, el hombre hodierno aún conserva la apetencia del Bien total, de la Verdad completa, de la Belleza plena, que constituyen ese impulso máximo que lo lleva a la perfección. Y encontrando rastros o reflejos de ese Perfecto que ansía, aún se encanta, y se deja -digámoslo con ese término para algunos tan antipático, pero cuán expresivo- aún se deja ‘enfeudar’.

Ese impulso a la perfección y a la admiración de lo perfecto es la mayor reserva de energía natural que existe en el hombre. Y es sobre él, cuando allí se posare con toda plenitud la gracia infinita de la fe y las conexas a la fe, que se construirá la más perfecta civilización inspirada en Cristo, verdadero reinado de Dios y de la Virgen aquí en la tierra.

Por Saúl Castiblanco

 

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