jueves, 21 de noviembre de 2024
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“Le Petit Prince” (El Principito)

Bogotá (Viernes, 29-10-2010, Gaudium Press) Una literatura que produce algo como «El Principito», forzosamente tiene que llevar también en sus entrañas algo de particularmente excepcional.

El libro, trasparente y simple como el agua, se ha traducido a todas las lenguas cultas del mundo, incluyendo por supuesto varias de Oriente como también a algunos dialectos.

Leyéndolo y releyéndolo, y volviendo a leer, es forzoso concluir que un tema así no lo podía tratar sino un francés. A nadie -que no fuera hijo de una civilización como la nuestra, se le ocurriría sacar desde lo más hondo de su corazón, el niño inocente que todos llevamos adentro, a veces maltratado y tímido. Antoine de Saint-Exúpery lo escribió casi todo de una sentada en un hotel de Nueva York en plena segunda guerra mundial, a partir de una especie de «flash» mental pensando en la inocencia. No importa la raza o la cultura a la que se pertenezca, el niño que fuimos no se ha muerto aunque esté profundamente sumergido y abandonado en lo más hondo de nuestra consciencia, incluso enfermo o en estado terminal. Sacarlo de allá fue el prodigio del escritor-aviador que desapareció abatido por fuego enemigo, un día en el fondo del histórico Mediterráneo.

principito.jpgSaint-Exupéry era de pequeña nobleza provinciana y son notorias su capacidad de vuelo trascendental y metafísico a la búsqueda de lo absoluto maravilloso como sus dotes de escritor. Haberse hecho piloto y participar en la guerra tal vez hable mucho de esa cualidad espiritual y psicológica suya, aunque sean de lamentar algunos prismas de su liberalismo moral pese a ser católico.

Todos tenemos un principito dorado en nuestra personalidad y la vida es un planeta con volcanes dormidos y despiertos que hay que deshollinar para que no se vuelvan peligrosos. Para buscar a los brotes de las terribles semillas de los baobas, que pueden crecer inadvertidamente y destruirnos todo, hay que traer al cordero sin el cual nada podemos, que nos limpie el entorno porque frecuentemente no sabemos distinguir bien entre una plantita benigna y una maligna. Debemos estar vigilantes en materia de afectos sentimentales que por amor propio, desilusiones y falsas expectativas nos puedan hacer cometer el error de evadirnos de la realidad. Y si nos evadimos, sírvanos esa dolorosa experiencia para aprovechar nuestras faltas, para aprender de viciosos, vanidosos, geógrafos, absolutistas, pragmáticos, etc. Y estemos atentos a algún providencial zorro de la vida, que nos puede enseñar que lo fundamental se ve es con el corazón…

Y una lección final que Saint-Exupery dejó apenas insinuada: la serpiente siempre engaña. Por supuesto que no va a ser su propuesta la que nos hará regresar al paraíso perdido… Así nos hayan destruido nuestro ballon rouge, nunca hay que perder la esperanza y aprovechar el vuelo migratorio de unas aves o la levitación de cientos de globos, para evadirnos de una dura realidad.

Por Antonio Borda

 

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