Redacción (Martes, 30-11-2010, Gaudium Press) El nuevo tipo de humanismo que niega a Dios y la religión, engendrado por el secularismo actual, afecta una buena parcela del mundo contemporáneo, así como sus más diversas actividades. Se torna indispensable, por esta razón, que la influencia de la Iglesia vuelva a impregnar el núcleo de la sociedad y la cultura. Esta es la tarea designada por los Papas como la «Consecratio Mundi», o sea, influenciar las realidades temporales con el espíritu cristiano, una verdadera sacralización del mundo. Son muy expresivas las palabras de Pío XII a este respecto: «Las relaciones entre la Iglesia y el mundo exigen la intervención de los apóstoles laicos». Esta «es, en lo esencial, obra de los propios laicos, de hombres que están íntimamente integrados en la vida económica y social, que participan del gobierno y las asambleas legislativas».
En numerosas ocasiones, el Siervo de Dios Juan Pablo II destacó la importancia de la evangelización en los medios culturales. A través de la Exhortación Apostólica ‘Christifidelis laici’ aquel recordado Papa abordó de modo particular su urgencia pastoral:
Delante del progreso de una cultura que aparece divorciada no solo de la fe cristiana sino hasta de los propios valores humanos, así como delante de una cierta cultura científica y tecnológica incapaz de dar respuesta a la urgente demanda de verdad y de bien que arde en el corazón de los hombres, la Iglesia tiene plena consciencia de la urgencia pastoral de dar a la cultura una atención toda especial.
Por eso, la Iglesia pide a los fieles laicos que estén presentes, con coraje y creatividad intelectual, en los lugares privilegiados de la cultura, como son el mundo de la escuela y la universidad, los ambientes de investigación científica y técnica, los lugares de creación artística y de reflexión humanística. Tal presencia tiene como finalidad no solo el reconocimiento y la eventual purificación de los elementos de la cultura existente, críticamente evaluados, sino también su elevación, gracias a la contribución de las originales riquezas del Evangelio y de la fe cristiana (n. 44).
En efecto, la «Consecratio Mundi» posee importancia capital en orden a la salvación de las almas y al combate de los errores del secularismo. Una evangelización eficaz no se puede limitar a su mínima expresión, haciendo que las personas pidan los Sacramentos y se arrepientan de sus pecados a la hora de la muerte, lo que de sí ya sería una conquista de inestimable valor.
Urge que los fieles conformen sus existencias a las promesas del bautismo. Más que eso, es necesario que la vida, inclusive en la sociedad temporal, sea una preparación, un «noviciado» (1) para la vida eterna. Para tanto, se hace indispensable que la sociedad esté impregnada del espíritu cristiano, de forma a facilitar la práctica de la virtud, pues, es éste el fin de la vida en sociedad.
La voluntad de Dios, con respecto al mundo, es que los hombres, en buena armonía, edifiquen el orden temporal y lo perfeccionen constantemente. Todas las realidades que constituyen el orden temporal -los bienes de la vida y la familia, la cultura, los bienes económicos, las artes y profesiones, las instituciones políticas, las relaciones internacionales y otras semejantes, así como su evolución y progreso- no solo son medios para el fin último del hombre, sino que poseen valor propio, que les viene de Dios, ya sea consideradas en sí mismas, ya sea como partes del orden temporal total: «Y vio Dios todas las cosas que hizo, y eran todas muy buenas» (Gn 1, 31). Esta bondad natural de las cosas adquiere una dignidad especial por su relación con la persona humana, para cuyo servicio fueron creadas.
Finalmente, quiso Dios reunir todas las cosas en Cristo, ya sean las naturales como las sobrenaturales, «de modo que en todas Él tenga el primado» (Col 1, 18) (AA, n.7).
Por Mons. João Clá Dias, EP
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1 «La Iglesia enseña que la vida terrena debe ser comparada a um noviciado. El novicio debe adquirir los conocimientos y las virtudes que lo tornen apto para la vida religiosa. El hombre debe adquirir en la vida terrena los conocimientos y las virtudes que lo tornen apto para el cielo» (CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Ministerialidade da ordem temporal em relação à Igreja. Artigo não publicado, 1950 (Arquivo pessoal do Autor).
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