Bogotá (Viernes, 03-12-2010, Gaudium Press) Todavía hoy Napoleón es considerado por muchos republicanos liberales como un experto conocedor del arte de la guerra. Esto porque a la muy temprana edad de 10 años ingresó con su hermano mayor José a la Academia Militar de Brienne (que era regentada por Padres Franciscanos) y de allí pasó a la Escuela Militar del Rey donde quería especializarse en guerra naval. Sin embargo -no se sabe bien por qué razón- terminó graduándose como oficial de artillería y con buen puntaje.
Entonces la clave de sus cualidades militares, estuvo precisamente en el uso de los cañones, con los cuales aprendió a «barrer» los campos de batalla de manera misteriosa. Se sabe de fuentes veraces que su ejército siempre superó al adversario en el uso de esta arma. De hecho el arma de los ejércitos de la revolución Francesa fue el temible cañón. Miles de cañones fundidos con dineros aportados, no se sabe por quién, en una nación que se había alzado contra su rey porque él la «mataba» de hambre.
Y Bonaparte los supo usar perfectamente porque estaba adecuadamente informado de técnicas de cálculo matemático novedosas -reveladas secretamente por Inglaterra a los enciclopedistas franceses en tiempos de la Ilustración- que austríacos, rusos y prusianos no conocían, o al menos no las habían experimentado todavía. Además Napoleón contaba con informes secretos que le llegaban a través de oficiales franceses en contacto con oficiales de los ejércitos enemigos que pertenecían a los mismos clubes filantrópicos europeos. Esos contactos daban informes acerca de la ubicación de los regimientos de infantería, caballería y por supuesto artillería de sus propios ejércitos, entonces al parecer el ‘genio’ de la guerra entraba al campo de batalla con algunas cartas ya marcadas.
Otro factor de peso en esas batallas era que en aquel tiempo los regimientos de Francia tenían un mando férreamente centralizado y sometido a Bonaparte, conformado por esos generales serviles que Napoleón fue escogiendo de entre hijos de gente que se había posicionado en las sangrientas jornadas de la Revolución Francesa.
Entre tanto, los ejércitos de las otras naciones -todavía monárquicas- seguían siendo manejados al estilo del Antiguo Régimen, es decir con regimientos al mando de nobles que reclutaban y organizaban de su propia cuenta y bolsillo, bajo su blasón heráldico familiar y su influencia personal, las tropas que se unirían a los regimientos de sus reyes, y lamentablemente ya muchos nobles habían perdido la capacidad para desarrollar entre sí una adecuada colaboración mental melódica en la guerra por causa de las ideas liberales que a algunos de ellos seducía. Por ello combatían con menos force de frappe.
Con esos elementos a favor, Bonaparte sabía dónde ubicar sus cañones en el campo de batalla, sabía cómo sincronizar las descargas por calibres y cantidad de pólvora, sabía en qué dirección moverlos y en qué momento del combate, sabía también qué peso y medida de proyectil usar. De hecho eso lo sabía muy bien y en materia de caballería e infantería sus batallas no fueron exitosas sin las sanguinarias «barridas» de una artillería bien informada. Fue la versión militar de las barridas de los cañones civiles de Fouché en Lyon, asesinando católicos monárquicos amarrados y en montones durante la revolución Francesa.
Por Antonio Borda
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