Redacción (Jueves, 09-12-2010, Gaudium Press) El carisma carmelita, sin escapar de la definición general propuesta por la Doctrina Católica, posee particularidades que cabe resaltar aquí.
Una de ellas es la idea de un Dios absoluto con leyes absolutas, el cual gobierna el universo con bondad y misericordia, sin dejar de ejercer su justicia hacia aquellas criaturas que obstinadamente huyen de Su Amor Misericordioso que constantemente las atrae para Sí. Lo que trae como consecuencia lógica un deseo de reparación a través de una vida enteramente dedicada a su servicio.
Es a eso que se refiere implícitamente Berardino (1995, p.75) al hablar sobre el primado de Dios en la vida del carmelita. Para ello, toma como arquetipo a María Santísima, la cual de tal manera tenía a Dios como centro absoluto de su vida, que mereció contener el Verbo de Dios en su claustro virginal, y a respecto de la cual afirman las Escrituras: «Su madre guardaba todas estas cosas en su corazón» [1] (BIBLIA SAGRADA, 2002, p. 1349), significando la manera con que ella se disponía a cumplir enteramente la misión que le fue confiada, acompañando todos los acontecimientos relacionados a su Divino Hijo con gran atención. Tal era su ardiente deseo de dedicarse enteramente a Él.
De lo dicho arriba concluimos que pertenece a la clave del carisma carmelita un gran celo por la gloria de Dios, que se traduce en un no menor celo por la reparación de tantas ofensas perpetradas contra ella, y por la salvación de las almas. El celo ardiente es lo que define tal espiritualidad, que toma como prototipo al Profeta Elías, el cual al ser interpelado por Dios en lo alto del Monte Horeb, le respondió: «Estoy devorado de celo por el Señor, el Dios de los Ejércitos» [2] (BIBLIA SAGRADA, 2002, p. 392).
Otro aspecto relevante dice respecto al despojamiento de sí mismo que caracteriza al espíritu carmelita. Sin asumir los extremismos al que llegaron ciertas corrientes quietistas que transformaron el proceso de santificación en una especie de búsqueda nihilista, muy semejante en sus aspectos esenciales a ciertas religiones orientales, en especial el budismo, tiene bien presente delante de sí la vacuidad de las criaturas contingentes con las cuales se depara, buscando vaciarse de todo apego desordenado a ellas, con el objetivo de adherir con toda el alma al Único Necesario. Para el Carmelita, tal búsqueda es inspirada por el propio Dios, y trae como respuesta la acción divina, ya sea por medio de purificaciones dolorosas, ya sea por medio de gracias especialísimas de consuelo que conducen a ciertas almas privilegiadas hasta -usando la expresión de Saint-Laurent (1997)- las alturas vertiginosas de los éxtasis.
Se torna necesario resaltar que tales favores extraordinarios no deben ser el objetivo final de un alma auténticamente carmelita, sino solamente medios a través de los cuales la Providencia le manifiesta su aprecio y la incentiva a la perseverancia. Para el carmelita, antes que nada, tales favores no consisten en la santidad, sino que son una vía puesta por Dios para alcanzarla.
La santidad consiste antes que nada en la voluntad enteramente dirigida al Altísimo, aún en medio de los más atroces sufrimientos y oscuridades. Amar no significa sentir amor, significa querer amar, vivir el amor, morir de amor. El principal favor que un alma impregnada de esa espiritualidad desea poseer es el amor de Dios, aunque para ello sea necesario el más duro de los sacrificios, o sea, el absurdo rechazo de parte de Dios. Aún si esto sucediese, qué es de potentia Dei ordinata [3] imposible, el alma continuaría amándolo con todas sus veras.
Tal ideal parece sumergirse en la imposibilidad delante de la realidad del instinto de conservación que pertenece a la naturaleza humana. Entretanto, puede ser alcanzado, desde que la persona humana se abandone enteramente a las manos de Dios. Y es el abandono uno de los puntos que más merece destaque en el carisma carmelita.
Otro aspecto interesante reside en el hecho de ese amor ser una fuente de inspiración para una vida auténticamente apostólica, pues el celo por la gloria de Dios trae como consecuencia el deseo de verlo enteramente servido por la universalidad de los hombres, porque el alma se dinamiza al darse cuenta que éste no está aún en su lugar. Es por esta causa que Saint-Laurent (1997) llama a Santa Teresa de Ávila la Santa del Apostolado.
Por el P. Alex Brito, EP
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[1] Lc 2, 51
[2]1Rs 19,10
[3] Expressão latina que se refere ao poder de Deus ordenado a um fim por Ele estabelecido.
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