Redacción (Lunes, 13-10-2010, Gaudium Press) En 1943, padecía el mundo las horribles consecuencias de la guerra mundial. En la Francia invadida y humillada, millares de familias sufrían la angustia de tener un pariente muerto, prisionero o desaparecido. Cabizbajos, los franceses veían las tropas extranjeras marchar gloriosas por sus ciudades semidestruidas por los bombardeos enemigos. Aflicción y amargura imperaban en los espíritus.
Sin embargo, en medio de tanta desolación, surge inesperadamente en el horizonte un rastro luminoso de esperanza. Una tras otra, varias ciudades comienzan a engalanarse como para una gran fiesta: en las casas, cuelgan desde las ventanas tapices y arreglos florales de variados colores. Graciosas guirnaldas sustentadas por postes son erguidas en las calles, sin hablar de las innumerables banderas de colores blanco y azul que flamean, pareciendo obedecer al ritmo de la música ejecutada por la fanfarria local. Las costureras alistan apresuradamente los últimos detalles de las ropas de ceremonia de los niños. En estos preparativos generales, ni los hombres se quedan al margen: se ponen de acuerdo para traer del bosque pintorescos arbustos para adornar los rincones de las calles.
Regocijo y expectativa reinan en muchas ciudades francesas, presagiando algo grandioso… Pero, no nos olvidemos, esto pasa durante las tragedias de la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué habrá hecho a las personas olvidar por un momento sus dolores? ¿Quién será objeto de tanto homenaje?
Una celestial visitante
«¡Ella está llegando!»… «¡Allí está ella!» – son los gritos que anuncian el gran acontecimiento. Un aparatoso cortejo entra por las puertas de la ciudad. Fieles entonan cánticos religiosos a plenos pulmones. Todas las miradas se dirigen a un anda que llega… Por su formato, más parece un barco. Sí, un barco pequeñito sobre un carro tirado por caballos adornados con cintas multicolores.
Sobre esta singular embarcación, que parece navegar los pavimentos de las calles, se avista una simple, pero tocante imagen de la Santísima Virgen. Después de haber recorrido el pueblo vecino, Ella es recibida con grandes conmemoraciones en la iglesia matriz, donde pasará la noche en vigilia con los fieles.
¿Qué Virgen es esta? ¿Cuál es su historia? ¿Por qué atrae tanto a las multitudes a su alrededor?
Regalo de la Providencia
Su origen remonta al siglo VII. Cierto día, los habitantes de Boulogne-sur-Mer, extremo norte de Francia, avistaron en la franja marítima una embarcación sin velas, sin remos y sin marineros que la pudiesen haber traído. En ella encontraron una piadosa imagen de Nuestra Señora con el Niño Jesús, de la cual se irradiaba una luz extraordinaria, transmitiendo una impresión de paz, calma y felicidad.
La devoción surgida en torno a esta imagen transformó de a poco el lugar en centro de peregrinaciones. A él acudieron personajes como San Luis IX, rey de Francia, y San Bernardo de Claraval. Alrededor de 1100, Santa Ilda, Condesa de Boulogne, dio inicio a la construcción de un santuario que fue concluido cerca de 200 años después.
Siglos más tarde, cuando los furores antirreligiosos de la Revolución de 1789 asolaron a Francia, no escatimaron siquiera la venerable imagen, que fue lanzada a las llamas, de ella no restando más que la mano derecha. Parecía terminada, así, la actuación de Nuestra Señora bajo la invocación de Virgen de Boulogne-sur-Mer.
Cinco años de misión popular
Entretanto, la Providencia tenía otros designios. En 1938 se celebró en esa ciudad un congreso mariano durante el cual Francia fue consagrada solemnemente al Corazón Inmaculado de María. Y en 1942, el Papa Pío XII consagró a Ella la humanidad entera. A seguir, las autoridades eclesiásticas francesas renovaron la consagración de Francia, anteriormente realizada.
En el rastro de estas gracias, cuatro copias de la imagen de Boulogne-sur-Mer partieron en peregrinación por el país, en 1943, recorriendo en todas direcciones durante cinco años la tierra de San Luis IX y despertando un movimiento de oraciones, penitencia y nuevo fervor que solo pudo haber sido inspirado por el Espíritu Santo. Este movimiento fue denominado de «Grand Retour», debido a sus objetivos inmediatos: obtener de la Medianera de todas las Gracias el retorno de los cerca de un millón de soldados franceses que continuaban como prisioneros de guerra, el retorno de la paz, el retorno de la libertad y, lo que más importaba, el retorno de la Fe.
El sufrimiento hacía a las almas dirigirse a Dios, a la búsqueda de auxilio y consuelo. Lo que se hizo, en realidad, fue una fervorosa y conmovedora misión popular de cinco años. Las cuatro imágenes hicieron, en total, un recorrido de 120 mil kilómetros, visitando 16 mil parroquias de 88 diócesis francesas. Fueron años de extraordinarias manifestaciones de entusiasmo y piedad mariana. En cualquier lugar donde llegaba una imagen, ella era acogida por una multitud vibrante de Fe y devoción. Y, al partir, dejaba como fruto de su pasaje conversiones, milagros y una alegría desbordante y generalizada.
Curas físicas y espirituales
Innúmeros hechos pungentes marcaron estos cinco años de peregrinaciones.
Se cuenta, por ejemplo, que, arrodillada y con los brazos abiertos en cruz, una niña rezaba cierto día durante largo tiempo delante de la maternal imagen. ¿Qué tanto suplicaba ella? Deseaba con ardor rever a su querido padre, el cual hace varios años había partido a la guerra y nunca diera noticias. Y fue atendida: llegando a casa, allá estaba él para recibirla cariñosamente.
Se narra también el caso de un herrero que golpeaba vigorosamente su yunque durante la procesión con el objetivo de sabotear esa «idiotez». Bastó la estatua de la Virgen parar por algunos instantes delante de su casa para que él, arrepentido, se una a la romería…
Se notó también una persona que de mala voluntad acompañaba el cortejo. ‘Emburrado’, con los puños cerrados, pareciendo estar bajo el efecto de misteriosa acción, decía para sí mismo: «¡Esta Virgen es irresistible! ¡Ella es irresistible!». Y cuando la procesión llegó a la Iglesia, se dirigió de inmediato al confesionario.
Hubo también curas físicas, pero eran sobrepujadas por las espirituales. Por donde pasaba una imagen, las iglesias quedaban llenas; muchos acudían al Sacramento de la Penitencia y retornaban a la práctica de la Religión, abandonada durante años. Un párroco relató que, antes de esta gracia, no veía un solo hombre rezando en su iglesia; después de la peregrinación, afluían ellos en gran número.
Nuestra Señora del «Grand Retour»
En razón de estas gracias, Notre-Dame de Boulogne pasó a ser conocida como Nuestra Señora del Grand Retour, la Virgen del Gran Regreso. Y la renovación espiritual que Francia experimentó en aquellos cinco años, mostró cómo María jamás se olvida de nadie, velando por cada uno como si fuese su hijo único. Con su Sapiencial e Inmaculado Corazón palpitando de ansiedad y santa prisa, Ella aguarda nuestro retorno a la casa paterna para acogernos, purificar y llenar de dones.
A la Virgen Santísima bien pueden ser aplicadas estas palabras del Libro de la Sabiduría: «Resplandeciente es la Sabiduría, y su belleza es inalterable: los que la aman, la descubren fácilmente. Los que la buscan, la encuentran. Ella se anticipa a los que la desean. Quien, para poseerla, se levanta de madrugada, no tendrá trabajo, porque la encontrará sentada a su puerta» (Sb 6, 12-14).
Por Felipe Garcia López Ria
Deje su Comentario