Bogotá (Viernes, 17-12-2010, Gaudium Press) La Heráldica o el arte de los blasones, se hizo ciencia-arte en la Edad Media hasta alcanzar su más alto status.
La simbología que expresa rango y hazañas existe desde la antigüedad pagana, pero solamente la cultura occidental consiguió hacer de ella la más bella expresión del linaje y la hidalguía.
Una noche de otoño de l252, el Conde de Barcelona, un vasallo del rey de Aragón agonizaba mortalmente herido en el propio campo de batalla. Sus pajes y feudatarios más cercanos, con los yelmos y las cotas de malla abollados, destrozadas y salpicadas de sangre enemiga por la ferocidad del combate, habían encendido unos cirios en la tienda de campaña mientras un religioso cantaba a responsorios las letanías de la buena muerte. La hora de entregarle cuentas a Dios venía apresuradamente y el Conde agonizaba sin remedio.
De repente, se hizo presente el propio rey en persona acompañado de sus escoltas más fieles. Como el Conde yaciera entre unas pieles de ovejas sobre el propio suelo, el rey hincó una rodilla frente a su más amado guerrero y en un gesto que la posteridad registra como un modelo de noble feudalismo y caballería, quiso ver la herida que el Conde había recibido en el pecho por donde manaba sangre a borbotones. El rey pidió que le alcanzaran el escudo de combate del noble vasallo que moría, era una pieza grande y pesada de acero dorado pues era el color heráldico de la familia barcelonesa. Untando en la sangre de su fiel vasallo las yemas de sus cuatro dedos de la mano derecha -pues el rey había perdido el pulgar en la batalla- trazó cuatro líneas verticales rojas a lo largo del escudo mientras le decía que ese sería el blasón de la familia de ahí en adelante. El Conde se irguió un poco para verlo, sonrió agradecido, besó la mano de su natural señor y entregó el alma a Jesucristo invocando a María Santísima. Así nació el escudo y la bandera de la actual Cataluña española.
Cada blasón, cada cuartel, lambrequín y esmalte de un escudo de armas europeo, trae un legado de innegable arrojo y valentía, de virtudes guerreras y gestos nobles, que ha quedado registrado en el campo de un escudo de armas, para evitarle a la posteridad, a veces desagradecida y prescriptiva, olvidos imperdonables o tergiversaciones de la historia. Para eso se elaboró la heráldica, ciencia del blasón y del linaje familiar, que distingue y enaltece todavía hoy día antiguas estirpes militares, religiosas y civiles, incluso en nuestra Iberoamérica católica. El secreto de esta Ciencia-arte, está en saber leer las entrelíneas y el mensaje heroico que nos comunica y que no todos sabemos interpretar adecuadamente, pues para ello se requiere espíritu admirativo, sentido de lo maravilloso y sobre todo mucho amor agradecido a Dios, a su santa Iglesia y la civilización cristiana que nació de Ella.
Por Antonio Borda
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