Redacción (Martes, 21-12-2010, Gaudium Press) Magos venidos de Oriente, a los cuales apareció la milagrosa estrella mostrándoles el camino hasta Jerusalén, personajes místicos de los que no se conoce bien su procedencia, vinieron de Arabia, Babilonia o talvez Persia. La piedad cristiana los denominó reyes, cuyos nombres son conocidos como Gaspar, Melchor y Baltasar.
A estos magos astrónomos, acostumbrados por la observación del cielo a interpretar los acontecimientos, Dios quiso revelarse primero por la naturaleza a través de un astro, pero después que llegaron a Jerusalén, su inspiración fue confirmada por las Sagradas Escrituras, en la profecía de Miqueas, como indicaron los príncipes de los sacerdotes y los escribas, grandes conocedores de las Escrituras. La ciudad en que debería nacer el niño era la antigua ciudad de David: Belén, en Judea.
Herodes, que gobernaba toda aquella región, poseía gran poder y prestigio, pero se asustó ante el nacimiento de aquel niño, que -según él- podría venir a hacerlo perder su trono. Envió los magos a Belén en la esperanza de descubrir el paradero de este rey que acababa de nacer, a fin de matarlo. No consiguió llevar a cabo su plan y, por eso, cometió un gran asesinato de niños inocentes, con la intención de alcanzar también al Niño Dios, pero los designios de la Providencia no fueron alterados y la Sagrada Familia salió ilesa de este atentado.
Los magos fueron los primeros representantes del mundo pagano en adorar al Niño Jesús. Por medio de ellos está simbolizado que el Hijo de Dios vino a la tierra para atraer a Sí todo el mundo. Cuando entraron a la casa donde se encontraba María Santísima con su Divino Hijo, no vieron un suntuoso rey ostentando riquezas y un poder inigualable, sino solo un niñito protegido por su Madre; y ellos lo adoraron…
¿Qué regalo ofrecer al rey que acababa de nacer?
Los regalos que ellos ofrecieron, eran las riquezas de Oriente en aquella época: oro, incienso y mirra. Hay un simbolismo hecho por los Padres de la Iglesia, y entre ellos San Agustín, acerca de estos dones regalados al Niño Jesús. El oro, símbolo de la realeza, fue entregado a fin de recordar que aquel niño es el Rey de los reyes; el incienso, cuyo humo sube a los cielos durante los sacrificios, recuerda que esta pequeña y frágil criatura es el Señor del Universo, Dios verdadero; y la mirra, ungüento perfumado, generalmente usado para embalsamar los muertos, predice que Jesucristo vino al mundo a fin de salvarlo a través de su ofrecimiento de muerte en la cruz.
Otros santos, como San Gregorio Magno, interpretaron de otro modo el valor espiritual de estos regalos. Vieron en el oro el ofrecimiento de la luz de la sabiduría a Nuestro Señor; en el incienso, es expresada la devoción a Dios por medio de la oración; y en la mirra, dieron la mortificación de la propia carne, con la abstinencia.
En esta Navidad rememoramos el nacimiento del Niño Jesús, pero ¿será que ya pensamos en algún regalo para ofrecerle?
Tal vez no tengamos estas riquezas de Oriente. Entretanto, hay una cosa que se puede regalar al Divino Infante en esta Navidad, es nuestra fe. Más importante que los regalos obsequiados por los magos cuando visitaron la casa donde se encontraban el Niño con su Madre, fue la adoración que hicieron, como afirma el Papa Benedicto XVI: «El ápice de su itinerario de búsqueda fue cuando se encontraron delante ‘del niño con María su madre’ (Mt 2, 11). Dice el Evangelio que ‘se postraron y lo adoraron’. Habrían podido quedar desilusionados, es más, escandalizados. ¡Pero no! Como verdaderos sabios, estaban abiertos al misterio que se manifiesta de modo sorprendente; y con sus dones simbólicos demuestran reconocer en Jesús el Rey y el Hijo de Dios. Precisamente con aquel gesto se cumplen los oráculos mesiánicos que anuncian el homenaje de las naciones al Dios de Israel». Nosotros también podemos prestarle esta adoración y reconocerlo como Dios que se Encarnó y murió en la cruz para salvarnos.
Por Thiago de Oliveira Geraldo
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[1] BENTO XVI. Solenidade da Epifania do Senhor. Angelus. Quarta-feira, 6 de Janeiro de 2010.
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