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El hombre es, por naturaleza y por vocación, un ser religioso – I Parte

Redacción (Miércoles, 29-12-2010, Gaudium Press) El hombre es, por naturaleza y por vocación, un ser religioso. Porque proviene de Dios y hacia Él camina; el hombre solo vive una vida plenamente humana si vive libremente su relación con Dios. El hombre está hecho para vivir en comunión con Dios, en el cual encuentra su felicidad: «Cuando esté enteramente en Vos, nunca más habrá dolor y prueba; repleta de Vos por entero, mi vida será verdadera» (San Agustín, Conf. 10,28,39). (CATECISMO, 2001: 26).

«El hombre es, por naturaleza y por vocación, un ser religioso» (CATECISMO, 2001: 26). Por naturaleza, porque teniendo sed de lo infinito, nunca se satisface enteramente con las criaturas que se le presentan por los sentidos, por ser éstas relativas e finitas. El hombre tiene sed natural de algo absoluto y trascendente que lo tome por entero, en todas sus potencias, y en la propia esencia misma de su alma de modo eterno e infinito.

Pe-Pedro-EP.jpgPor vocación, pues si el mismo Dios creó la humanidad con este instinto que la estimula a buscarlo es porque de hecho desea que lo haga, visto ser propio de la Sabiduría Divina no hacer nada sin una finalidad. Este deseo de lo absoluto en el hombre constituye, por tanto, un llamado puesto en su propia naturaleza, siendo una señal infalible de su vocación religiosa.

Llevando en consideración lo dicho arriba, se vuelve fácil comprender lo que es afirmado en el párrafo siguiente: «El hombre está hecho para vivir en comunión con Dios, en el cual encuentra su felicidad». (CATECISMO, 2001: 26)

He aquí lo que dice a este respecto Santo Tomás:

La beatitud última y perfecta, no puede estar sino en la visión de la divina esencia, para la evidencia de lo que dos cosas se deben considerar. La primera es que el hombre no es perfectamente feliz, mientras le resta algo para desear y buscar. La segunda es que la perfección es relativa a la naturaleza de su sujeto. Ahora, el sujeto del intelecto es la esencia, y es, la esencia de las cosas, como dice Aristóteles. Por donde, la perfección del intelecto está en la razón directa de su conocimiento de la esencia de una cosa. De un intelecto, pues, que conoce la esencia de un efecto sin poder conocer, por él, lo que la causa esencialmente es, no se dice que alcanza la causa en sí misma, aunque pueda, por el efecto, saber si ella existe. Por donde, permanece naturalmente en el hombre el deseo de también saber lo que es la causa, después de conocido el efecto y de sabido que tiene causa. Y tal deseo es el de admiración y provoca la indagación, como dice Aristóteles. […] Si, pues, el intelecto humano, conociendo la esencia de un efecto creado, solamente sabe que Dios existe, su perfección tampoco no alcanzó la causa primera. Y así, tendrá su perfección por la unión con Dios como el objeto en que solo consiste la beatitud del hombre conforme ya se dijo. (AQUINO, I-II Q. 3, A. 8, REP, 1980: 1057)

Entretanto, aunque Dios haya creado la humanidad con tales anhelos naturales, éstos son insuficientes para producir de un modo perfecto esta relación, por la incapacidad de la naturaleza humana, sumada por las consecuencias del pecado original. Es lo que afirma el Doctor Angélico respecto a la Doctrina Sagrada:

Para la salvación del hombre, es necesaria una doctrina, conforme a la revelación divina, más allá de las filosóficas, investigadas por la razón humana. Porque, primeramente el hombre es por Dios ordenado a un fin que le excede la comprensión racional […]. Ahora, el fin debe ser previamente conocido por los hombres, que para él tienen que ordenar las intenciones y actos. De suerte que, para la salvación del hombre, fue preciso, por divina revelación, hacer conocidas ciertas verdades superiores a la razón. Pero también, en aquello que de Dios puede ser investigado por la razón humana, fue necesario ser el hombre instruido por la revelación divina. Porque la verdad sobre Dios, elaborada por la razón, por pocos llegaría a los hombres, después de largo tiempo y de mezcla con muchos errores. (AQUINO, I Q. 1, A1, REP, 1980: 2)

Se hace necesaria, por tanto, una intervención de la propia Divinidad, revelándose en su Misterio Trinitario como afirma el Catecismo (2001: 27):

Mediante la razón natural, el hombre puede conocer a Dios con certeza a partir de sus obras. Pero existe otro orden de conocimiento que el hombre de modo alguno puede alcanzar por sus propias fuerzas, el de la Revelación divina (Cf. Conc. Vaticano I: DS 3015). Por una decisión totalmente libre, Dios se revela y se dona al hombre. Lo hace revelando su misterio, su proyecto benevolente, que concibió desde toda la eternidad en Cristo en pro de todos los hombres. Revela plenamente su proyecto enviando a su Hijo bien amado, Nuestro Señor Jesucristo, y el Espíritu Santo.

A respecto de la finalidad de esta Revelación, he aquí lo que agrega la misma obra:

Dios, que «habita una luz inaccesible» (1Tm 6,16), quiere comunicar su propia vida divina a los hombres, creados libremente por él, para hacer de ellos, en su Hijo único, hijos adoptivos (Cf. Ef 1,4-5). Al revelarse, Dios quiere tornar a los hombres capaces de responderle, de conocerlo y de amarlo bien, más allá de lo que serían capaces por sí mismos. (CATECISMO, 2001: 28).

Como se observa en el trecho arriba, el fin de la Revelación consiste en el hecho de que el hombre participe de la propia vida divina, con los debidos auxilios de Dios, para que sea capaz de llevar a cabo tanto más allá de sus fuerzas. Esa vida divina hace que la naturaleza humana se vuelva íntimamente unida a Dios, a través de la adopción filial, por medio de Jesucristo.

El motivo de la Revelación es el amor de Dios: «Por amor, Dios se reveló y se donó al hombre». (CATECISMO, 2001: 32).

¿Cuál debe ser la respuesta del hombre a ese amor que Dios le manifiesta por la Revelación? La encontraremos nuevamente en el Catecismo (2001: 48): «La respuesta adecuada a esta invitación es la fe. Por la fe, el hombre somete completamente su inteligencia y su voluntad a Dios».

Tal fe, como fundamento de la santidad, trae como consecuencia el actuar correctamente, como está en el Catecismo (2001: 468): «Quien cree en Cristo se vuelve Hijo de Dios. Esta adopción filial lo transforma, propiciándole seguir el ejemplo de Cristo. Ella lo torna capaz de actuar correctamente y de practicar el bien».

Y el efecto de esta fe, puesta en obras de perfección, solo puede ser lo que viene en seguida, en el mismo trecho: «En unión con su Salvador, el discípulo alcanza la perfección de la caridad, la santidad. Madurada en la gracia, la vida moral florece en vida eterna en la gloria del cielo». (CATECISMO, 2001: 468).

Por el P. Alex Barbosa de Brito, EP

(Mañana: El sentido de una canonización – La intercesión de los santos)

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