martes, 03 de diciembre de 2024
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El hombre es, por naturaleza y vocación, un ser religioso – II Parte

Redacción (Jueves, 30-12-2010, Gaudium Press) Como resultado de dicho anteriormente, se torna evidente que la Revelación es un llamado a la santidad pronunciado por el propio Dios, y tal llamado se dirige a la universalidad de los hombres y mujeres:

Que quede bien claro que todos los fieles, cualquiera sea su posición en la Iglesia o en la sociedad, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad. La santidad promueve una creciente humanización. Que todos pues se esfuercen, en la medida del don de Cristo, para seguir sus pasos, tornándose conformes a su imagen, obedeciendo en todo a la voluntad del Padre, consagrándose de corazón a la gloria de Dios y al servicio del prójimo. La historia de la Iglesia muestra cómo la vida de los santos fue fecunda, manifestando abundantes frutos de santidad en el pueblo de Dios. (LUMEN GENTIUM, 2007: 223)

En Cristo Jesús somos todos llamados a pertenecer a la Iglesia y, por la gracia de Dios, a alcanzar la santidad. (LUMEN GENTIUM,2007: 231)

La finalidad para la cual la Iglesia propone algunos de estos fieles que alcanzaron la plenitud de la vida cristiana, y ya recibieron el premio de la bienaventuranza eterna a la veneración pública, está en el siguiente hecho, expresado en los textos abajo:

Al canonizar a ciertos fieles, esto es, al proclamar solemnemente que estos fieles practicaron heroicamente las virtudes y vivieron fidelidad a la gracia de Dios, la Iglesia reconoce el poder del Espíritu de santidad que está en sí y sustenta la esperanza de los fieles proponiéndolos como modelos e intercesores. (CATECISMO, 2001: 238)

De hecho, los que alcanzaron la patria y están presentes en el Señor, por él, con él y en él interceden continuamente junto al Padre. Hacen valer los méritos que obtuvieron por el único mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo, por haber servido en todo al Señor y completado en su propia carne la pasión de Cristo, en favor del cuerpo, que es la Iglesia. Su fraternidad útil es así un precioso auxilio para nuestra debilidad. […]

La Iglesia también siempre creyó que los apóstoles y mártires de Cristo que, derramando su sangre, dieron el testimonio supremo de fe y de amor, están particularmente unidos a nosotros. Por eso los venera con particular distinción, juntamente con la santa Virgen María y los santos ángeles, implorando piadosamente el auxilio de su intercesión. A ellos se unen inmediatamente los que imitaron más de cerca la castidad y la pobreza de Cristo, seguidos de todos aquellos que se santificaron por la práctica de las virtudes cristianas y cuyo carisma los recomienda a la piadosa devoción y a la imitación de los fieles.

Al contemplar la vida de aquellos que siguieron fielmente a Cristo, somos estimulados a considerar, bajo una nueva luz, la búsqueda de la ciudad futura. En medio de las innúmeras veredas de este mundo, aprendemos el camino correcto para llegar a la santidad, que consiste en la perfecta unión con Cristo, según el estado y la condición de cada uno. Dios manifiesta con claridad a los hombres su presencia y su rostro a través de la vida de aquellos que, iguales a nosotros en la humanidad, fueron transformados de manera más perfecta según la imagen de Cristo. Por ellos, Dios nos habla, nos da una señal de su reino y nos atrae a la verdad del Evangelio, por una inmensa cantidad de testigos. (LUMEN GENTIUM, pp. 233-234)

Entretanto, esta santidad, que es en su esencia la misma en todos aquellos que de ella participan, manifiesta formas accidentales diferentes en la diversidad de los santos. Esta verdad la vimos expresada en el trecho del documento «Lumen Gentium», en el cual se percibe una jerarquía y alteridad de santidades a través de la enumeración sintética de las diversas clases de santos veneradas por la Iglesia.

Es lo que encontramos en Saint-Laurent (1997: 47):

Reina entre los santos una admirable variedad. La virtud de un rey, como San Luis IX, no es igual a la de un mendigo voluntario, como San Bento José Labre. La perfección de un viejo, como el gran San Antonio del Desierto, no es la de un joven, como San Estanislao Kostka. La santidad de un laico, no es la de un sacerdote o de un obispo. Cada uno de estos héroes sublimes de la vida cristiana tiene su propia fisionomía sobrenatural.

2886_M_2c7b7922.jpgExiste, por tanto, además de una vocación a la santidad que se refiere a la generalidad de los hombres, un llamado específico para cada uno, un modo de ser santo diverso para cada familia de almas y para cada ser humano en su individualidad.

Para finalizar citaremos un bello pasaje sobre este asunto del P. Garrigou-Lagrange, en el cual se da una definición de santidad bastante clara y expresiva, haciéndola una consecuencia lógica de la vivencia profunda y radical de la fe, de la cual procede el amor a Dios y al prójimo:

Se puede juzgar la vida normal de la santidad a través de dos puntos de vista bien diferentes:

– Uno, focalizando nuestra naturaleza…

– Pero también tomando como referencia los misterios sobrenaturales de la morada de la Santísima Trinidad en nosotros, de la Encarnación redentora y de la Eucaristía.

Ahora, este último punto de vista es el único que representa el juicio de la sabiduría, per «altissimam causam»; el otro modo es por la ínfima causa […].

Si es verdad que la Santísima Trinidad habita en nosotros, que el Verbo se hizo carne, que se ofrece sacramentalmente por nosotros cada día, en la Misa y se da a nosotros como alimento, si todo esto es real, solamente los santos que viven de esa presencia divina por conocimiento casi experimental frecuente, y por un amor siempre creciente, en medio de las oscuridades y dificultades de la vida, solamente estos santos están enteramente en orden. Y la vida de íntima unión con Dios, lejos de presentarse, en lo que tiene de esencial, como cosa extraordinaria en sí, aparece como la única normal.

Antes de llegar a esta unión, somos como personas todavía medio adormecidas, que no viven suficientemente del tesoro inmenso que nos fue dado, y de las gracias siempre nuevas concedidas a los que quieren seguir generosamente a Nuestro Señor.

Por santidad entendemos una unión íntima con Dios, esto es, una gran perfección de amor de Dios y del prójimo, perfección que permanece siempre en la vida normal, pues el precepto del amor no tiene límites.

Para precisar aún más, diríamos que la santidad es el preludio normal inmediato de la vida en el Cielo, preludio que es realizado o en la Tierra, antes de la muerte, o en el Purgatorio, y que supone que el alma está perfectamente purificada, capaz de recibir la visión beatífica.

También percibimos en el extracto de arriba que la condición normal de la naturaleza humana es la santidad, pues, si por orden entendemos la recta disposición de las cosas según su naturaleza y de acuerdo con determinado fin, debemos inferir que el verdadero orden para una persona humana está en la unión con Dios, su causa y su finalidad.

Por el P. Alex Barbosa de Brito, EP

 

 

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