San Pablo (Miércoles, 19-01-2011, Gaudium Press) Los tres Reyes Magos, del lejano Oriente, jamás habrían encontrado al Niño Dios si el mismo Dios no les hubiese revelado a través de una estrella el camino a seguir; de la misma manera, la humanidad, que después del pecado original vivía lejos de la patria celeste, nunca habría llegado a un conocimiento de Dios si Él no se hubiese revelado. Los ojos del cuerpo precisan de luz para ver las cosas de la tierra, y la razón, ojo del alma, precisa de la luz de la revelación divina para ver las cosas de Dios.
Niño Dios, Palacio Episcopal, Cuzco Foto: Gustavo Kralj |
Esta Revelación no es sino un corolario del inmenso amor de Dios por los hombres, pues su amor no se limita a dar la existencia a cada ser, sino al contrario, se manifiesta continuamente en el transcurso de los siglos. «La historia de la salvación es la Revelación más elocuente y concreta del amor del Señor; más aún, constituye el diálogo más fascinante de amor entre Dios y el hombre».
¿Cuándo se manifestó Dios? «Con la intención de abrir el camino de una salvación superior, se manifestó a sí mismo desde los inicios a nuestros primeros padres».
El pináculo de esta revelación se encuentra proclamado en el Evangelio de San Juan, en la frase que menciona el mayor acontecimiento de toda la historia, que es la piedra angular sobre la cual todo el edificio de la Revelación encuentra su sustento y apoyo: «Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, la gloria que el Hijo único recibe de su Padre, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1, 14). Durante el tiempo en que esta Tierra se dignó a recibir al propio Creador hecho hombre, ella vio revelada Su cara, Su mentalidad, Su majestad, Su santidad, Su Divinidad. ¡Listo! Nada más es preciso, todo está revelado.
Pues, como declaró San Juan de la Cruz: «en darnos, como nos dio, su Hijo, que es su Palabra única – y otra no hay -, todo nos habló de una sola vez en esa única Palabra, y nada más tiene para decir, (…) pues lo que antes hablaba por partes a los profetas ahora nos reveló enteramente, dándonos el Todo que es su Hijo». Fue esa la razón que llevó a San Bernardo a decir que, la fe católica no es una religión de libro, sino de la Palabra de Dios, no de una palabra escrita y muda, sino del Verbo Encarnado y vivo. Entretanto, aunque la Revelación esté terminada, no está explicitada por completo, es deber de la fe católica captar y desarrollar gradualmente su doctrina a lo largo de los siglos.
¿Dónde encontramos las verdades reveladas? En la Escritura, que es la Palabra de Dios escrita; y en la Tradición, que es la palabra de Dios no escrita, transmitida oralmente. La Sagrada Escritura y la Sagrada Tradición constituyen los dos modos distintos de comunicar esta revelación. Pero, para que se mantuviesen protegidos, conservados y unidos los datos de la Revelación, contenidos en la Biblia y en la Tradición, Nuestro Señor Jesucristo instituyó el Sagrado Magisterio, entregando a la Iglesia el múnus [ministerio] de enseñar (cf. Mt 28, 19.20).
Todo esto vino de parte de Dios. ¿Y de la nuestra? ¿Qué le retribuiremos? Debemos rendirle nuestra eterna gratitud y amor por habernos colocado a disposición este magnífico «telescopio» para así poder conocer, admirar y contemplar los diversos aspectos de este Infinito Universo que es Él, y también por habernos ofrecido la oportunidad de comenzar, ya en esta tierra, a participar de su gloria hasta llegar a la eternidad donde lo contemplaremos cara a cara. Pues, hoy lo vemos como por un espejo y confusamente, ¡pero un día lo veremos tal cual Él es! (cf. 1Cor 13, 12; 1Jn 3,2).
Por Lucas Alves Gramiscelli
Deje su Comentario