sábado, 23 de noviembre de 2024
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Los posibles de Dios y la construcción del cielo aquí en la tierra

Bogotá (Jueves, 20-01-2011, Gaudium Press) Dios es «causa ejemplar» de todas las cosas.

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Foto: Sergio Hollman

«Ejemplar es lo mismo que idea; mas las ideas, como dice San Agustín son ‘las formas primeras contenidas en la esencia divina’. Luego los ejemplares de las cosas no están fuera de Dios. Dios es la primera causa ejemplar de todas las cosas. (…) Es manifiesto que las cosas naturales tienen formas determinadas, y esta determinación de las formas es necesario reducirla, como a su primer principio, a la sabiduría divina, que es quien ideó el orden del universo, el cual radica en la distinción de las cosas»: Así se expresa Santo Tomás en el Tratado de la Creación, cuestión 44, artículo 3. Y siendo -como indica también Santo Tomás- que en las obras se conoce el obrador, las criaturas son la vía sensible por la cual todo hombre de forma analógica puede llegar al conocimiento de Dios.

Es también claro, como afirma Mons. Juan Clá Dias que «la mente divina es infinitamente rica en seres posibles, y si bien Dios puede crearlos a todos, solamente a algunos los vuelve realidad» (¿Todos somos ovejas de Jesús? – Rev. Heraldos del Evangelio). Hay, pues, seres posibles que no se tornaron reales; entretanto posibilidad es diferente de la mera nada. Entre el ser y el no ser existe la posibilidad; no es lo mismo posibilidad que simple imposibilidad. Y toda posibilidad ya existe en la mente divina.

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Foto: Víctor Toniolo

Esta capacidad de tornar reales los posibles, de ser co-creador, fue uno de los grandísimos dones que Dios quiso compartir con el hombre. De él surgieron las catedrales, las buenas maneras, los bellos carruajes, los maravillosos trajes. De él nació la Civilización Cristiana.

No todo lo que el hombre hace refleja las perfecciones divinas, es cierto. Los «artificios», u objetos construidos por industria humana, son «ejemplares» de las propias ideas humanas, que pueden ser bellas o no. Entretanto, cuando unido a Dios, cuando auxiliado por la gracia el hombre da rienda suelta a su impulso hacia la Belleza Suprema, son las maravillas que nacen.
Ellas primero nacen en su espíritu, y luego se tornan materia, color y figura.

Una linda catedral, o una maravillosa como la Catedral de Colonia, fue primero Idea en Dios, luego idea en uno o en unos hombres, y luego roca hecha muros, ojivas, torres, estatuas y agujas que se pierden leves en el firmamento. A quien la contempla, la Catedral de Colonia ‘dice’, en palabras de Plinio Corrêa de Oliveira: «Oh creación, con tus lindas leyes, con tus firmes reglas, yo te quiero, yo te venero, pero de dentro de ti yo levanto mis manos hasta el Creador del Universo».

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Foto: Rob Sinclair

Pensada con la intención de albergar las reliquias de los Tres Reyes Magos, la Catedral de Colonia inicia su caminar rumbo a la realidad en 1248. Ella no se puede decir la creación de un solo hombre, pues a lo largo de los siglos, y siempre queriendo ser fieles a la idea original, fueron muchos los arquitectos y obreros que le entregaron esfuerzos y sudores. A ellos se les debería declarar «beneméritos de la humanidad», pues todo aquel que contempla la Catedral tiene una feliz y alegre visión para recordar con solaz durante toda su vida.

Muchos de los que se empeñaron en la construcción de la Catedral de Colonia no la vieron concluida. De hecho, ella se terminó en 1880, más de 6 siglos después de su inicio. Sin embargo, el picapedrero contemporáneo de San Francisco, que en pleno siglo XIII golpeaba día tras día con decisión el granito, de alguna u otra manera ya la había terminado de «construir» en su alma, en ese siglo de fe. Y esa visión de lo que sería la iglesia futura, ciertamente lo animaba en la dura faena diaria, suscitándole una profunda alegría.

¿Podemos imitar a ese operario o a esos arquitectos? Es claro; nuestro espíritu puede ser también una «fábrica» de maravillas. No todas, pero algunas de ellas -con el auxilio divino- tal vez se tornen realidad, y con eso tal vez podamos colaborar a que esta tierra se torne verdaderamente parecida al cielo. Haremos así realidad, de una forma particular, el sublime deseo que miles y miles de hombres expresan todos los días, al repetir devotos la oración que enseñó Jesús: «Hágase tu voluntad aquí en la tierra como en el cielo». Y con ello obtendremos una profunda alegría, verdadera felicidad.

Por Saúl Castiblanco

 

 

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