Redacción (Miércoles, 08-02-2011, Gaudium Press) En cuanto a Aristóteles, él no solo asume el nexo del «ver-conocer» ya presente en el pensamiento platónico, sino que le agrega una nueva importancia.
El Estagirita considera la vista como una metáfora para el conocimiento, sitúa el acto de ver entre las acciones consideradas perfectas, y por último afirma: «la vista es, de todos nuestros sentidos, lo que nos hace adquirir la mayor cantidad de conocimientos y nos hace descubrir las mayores diferencias».
En la Poética, el Estagirita subraya el goce que el sentido de la visión nos proporciona: «Los seres humanos sienten placer de mirar las imágenes que reproducen objetos. La contemplación de ellas los instruye, y los induce a discurrir sobre cada una…».
También, al inicio de la Metafísica, después de enunciar su célebre afirmación de que el ser humano posee un natural impulso para conocer, declara que la principal prueba de esta aserción está en el placer que el hombre siente en «ver» las cosas.
Siendo así, es lícito suponer que fue a través de esta valorización de la vista como el sentido «más teorético» que, a lo largo de la historia, fue surgiendo un conjunto de palabras en torno al vocablo «ver», relacionándola con la naturaleza del conocimiento en general, así como con el origen de la filosofía. Con efecto, esta ecuación entre el «ver» y el «conocer» se torna aún más clara, cuando nos detenemos en un análisis preciso de la etimología de algunas palabras relacionadas con el conocimiento.
Es sugestiva la génesis que dan a la palabra teoría, haciéndola derivar de la raíz griega «thea» que significa ver, mirar atentamente. De esta misma raíz se origina el nombre Dios, que en griego se dice «Theos», es decir, «Aquel que ve». Los filósofos griegos, igualmente, entendían la teoría como sinónima de contemplación.
De este modo, la vida contemplativa era, pues, llamada entre los griegos de vida teórica, por oposición a la vida activa, o vida práctica. Su correspondiente latino es el verbo «speculari», que significa especulación. Este tiene su nacimiento en la raíz indo-europea «spek» dando origen al término specio (ver, mirar, observar, percibir). Chauí, en su estudio sobre la naturaleza de la mirada considera la palabra idea como teniendo el mismo origen del vocablo ver.
La filosofía entenderá la idea también con el nombre de «specie». De esta forma, la especie sensible es la que poseemos a través de los ojos del cuerpo. La especie inteligible es entendida como aquella adquirida por los ojos del espíritu: «Idea y especie: una sola y misma palabra usada para el cuerpo y el alma porque son capaces de ver y, por tanto, de saber».
El nexo entre el ver y el conocer se torna más patente cuando analizamos su uso en el lenguaje cotidiano. Por ejemplo, cuando queremos garantizar que algo es verdadero, decimos que es evidente. De esta forma, inmediatamente relacionamos la verdad con la perfecta visión de las cosas.
Denominamos de «investigación» la actividad del científico y el detective, sin atenernos a la génesis de esta palabra que denota una mirada que acecha, que espía con la intención de desentrañar el sentido de algo. Si alguien presenta un determinado modo de comprender la realidad, afirmamos que éste es su «punto de vista».
Cuando queremos que alguien cambie de actitud, decimos que es preciso que él «revea» sus actos. Cuando queremos decir que algo nos es sumamente precioso, decimos que debe ser tratado como «la niña de nuestros ojos». San Agustín, profundo conocedor del pensamiento platónico, estaba atento a este fenómeno.
De hecho, ver es función propia de los ojos; pero muchas veces nosotros usamos esa expresión aún cuando se trata de otros sentidos, aplicados al conocimiento. Nosotros no decimos: «Oye como esto brilla» – ni: «Siente como esto resplandece» – ni: «Toca como esto destella». – Para expresar todo eso decimos «ver o mirar». Y hasta no nos limitamos a decir: «¡Mira que luz!», pues solo los ojos nos pueden dar esta sensación – pero, decimos además: «¡Mira que sonido! ¡Mira que olor! ¡Mira que gusto! ¡Mira como es duro!» Por eso toda experiencia que es obra de los sentidos es llamada, como dijo, concupiscencia de los ojos. Esta función de la visión, que pertenece a los ojos, es usurpada metafóricamente por los otros sentidos, cuando buscan conocer alguna cosa. (Confesiones, X, 35).
¿Cómo explicar entonces esta precedencia de los ojos sobre los demás sentidos? Chauí nos ofrece una interpretación: «así hablamos porque creemos en las palabras y en ellas creemos porque creemos en nuestros ojos: creemos que las cosas y los otros existen porque los vemos y que los vemos porque existen. Somos, pues, espontáneamente realistas».
Por Inácio Almeida
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