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Dios es eterno – II Parte

Redacción (Viernes, 11-02-2011, Gaudium Press) Si respecto al tiempo en que vivimos ya existe tanto misterio, ¿qué decir de la eternidad? La palabra eternidad trae inmediatamente consigo la idea de lo Divino y la ausencia de principio y fin. San Agustín escribe: «La eternidad es la misma substancia de Dios, en la cual no hay nada que sea mutable; allí no hay nada pasado, nada que ya no exista; nada que sea futuro como si aún no existiese. Allí no hay nada que no sea presente.» [4]

Dios.jpgEntretanto, el término eternidad no se refiere apenas a una simple duración ilimitada, a la ausencia de comienzo y fin, sino que expresa, principalmente, la inmutabilidad de Dios. En el Altísimo no existen los cambios presentes en el mundo: nacimiento y muerte; inicio y término; transformación de una cosa en otra, etc. Como vivimos en el tiempo, nos es difícil comprender lo que es la eternidad de Dios, y podríamos ser llevados a imaginar la Eternidad Divina sólo como una «existencia larguísima que no tiene comienzo ni fin, como algo interminable, pero la eternidad de Dios es mucho más que eso. La idea de lo que no acaba nunca, es precisamente una consecuencia de la plenitud de vida propia de Dios.»[5]

Los teólogos utilizan la definición clásica, sentenciada por Boecio: «la eternidad es la posesión total, simultánea y completa de una vida interminable.»[6] Por tanto, como dijimos, de la misma manera que el concepto de tiempo deriva del movimiento, el de eternidad procede de la inmutabilidad.[7]

Verdadera y propiamente hablando, solamente en Dios hay eternidad, pues solo Él es absolutamente Inmutable. El Altísimo no sólo es eterno, sino la propia eternidad.[8] Entretanto, en su infinita misericordia, Dios puso en el alma de cada hombre una «semilla de eternidad»[9], que lo lleva a aspirar y desear algo que sobrepasa aquello que el mundo le puede ofrecer. De esta forma, «el mundo y el hombre certifican que no tienen en sí mismo, ni su principio primero, ni su fin último, sino que participan del Ser en sí, que es sin origen y sin fin».[10]

La eternidad participada

A fin de estimular en el hombre la consciencia de su grandeza, San León Magno nos dejó una célebre recomendación: «Reconoce oh Cristiano, tu dignidad».[11] Como esto se torna realidad cuando consideramos que es de esta Vida interminable e inmutable de Dios, que todos los hombres son llamados a participar, en la medida en que le sean fieles, pues, Dios prometerá ser Él mismo su recompensa demasiado grande (Cf. Gn 15, 1).

La consideración de la eternidad divina, nos invita a no dejarnos engañar por las cosas del mundo, pues «cielos y tierras pasarán, sin embargo mis palabras no pasarán» (cf. Lc 21,33). Al contrario, con los ojos fijos en la eternidad, somos llamados, «mientras tenemos tiempo, a hacer el bien» (Gal 6,10), pues es en el tiempo que se prepara la eternidad, en los sufrimientos bien aceptados de esta vida pasajera que recibiremos la alegría de una vida interminable, conservando con todo el rigor de la palabra, la vida eterna. Participaremos así de la propia eternidad de Dios.

Por Anderson Fernandes Pereira

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[4] San Agustín Enarrationes in Psalmos 101 [102]. PL 37, 1311.
[5] MENDEZ, Gonzalo Lobo. Dios Uno y Trino. 4ª edição. Ediciones Rialp. Madrid. 2005. Tradução nossa. p. 54.
[6] Boécio. De consolatione. L. 5, prosa 6: ML 63,858; cf. 1.3, prosa 2: ML 63,724.
[7] Cf. AQUINO, Tomás de. S. T. q. 10, a. 1 e 2.
[8] AQUINO, Tomás de. S. T. q. 10, a. 2.
[9] Catecismo da Igreja Católica, n. 33.
[10] CIC 34.
[11] S. Leão Magno, Sermo XXI, 3: S. Ch. 22 bis, 72.

 

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