Redacción (Viernes, 11-02-2011, Gaudium Press) En la cultura helénica, la visión fue entendida como el más noble de los sentidos externos y lo que mejor predispone el hombre a conocer la realidad.
Esta primacía de los ojos sobre los demás sentidos ya se encuentra presente en las afirmaciones de algunos filósofos pre-socráticos. Entretanto, ella solo presentó su forma más precisa en el pensamiento de Platón y Aristóteles.
En el diálogo Timeo, al narrar de forma mítica la formación del cuerpo humano, Platón explica que la cabeza es la parte más divina del hombre y que tiene como principal función gobernar todo el cuerpo.
En seguida, al referirse a la constitución del rostro, establece la precedencia de los ojos en la creación de los demás sentidos: «Los primeros instrumentos que (los dioses) construyeron fueron los ojos portadores de la luz y los ataron al rostro».
En Fedón, al reconocer la importancia de la audición en el proceso del conocimiento, también afirma que ningún sentido es más potente que el de la visión y, en seguida concluye: «Es la vista, en efecto, para nosotros, la más fina de las sensaciones que, por medio del cuerpo, nos llegan».
Platón atribuye también a los ojos dos cualidades. La primera de ellas es la agudeza, pues la vista da al hombre la capacidad de relacionarse con los seres sin falsificarlos. Es por mediación de los ojos que penetramos sutilmente en lo recóndito del ser, en el interior de las cosas. De esta forma, en el pensamiento platónico, el ver no es entendido como algo meramente pasivo, pues consiste en ir de encuentro al objeto a través de la mirada con la intención de desentrañar su sentido.
El segundo predicado que Platón confiere a los ojos es la pureza. Ésta se caracteriza por una especie de «contacto sin contacto», o sea, la vista nos da la posibilidad de aprender la existencia de las cosas sin tocarlas.
Con efecto, los ojos nos proporcionan una forma de intimidad con los seres sin que sea necesario estar unidos a ellos como sucede con el tacto y el paladar: «Nuestro ojo nos hace participar del espectáculo de las estrellas, del sol y de la bóveda celestial. Este espectáculo nos incitó a estudiar el universo entero. De allá nace para nosotros la Filosofía, el más precioso bien concedido por los dioses a la raza de los mortales.» (Platón, Teeteto, 155d)
Platón presenta también la parábola del mito de la caverna relacionándola con el proceso del conocimiento. Esta metáfora bien puede ser entendida como una «pedagogía de la mirada», pues solamente cuando el hombre que habita las tinieblas se acostumbra a ver la luz, es que él será capaz de contemplar el Sol y no solamente su reflejo.
«La mirada, en el mito de la caverna, es la mirada del hombre que inicialmente ve solo sombras en el interior de la caverna. En seguida esa mirada sufre un proceso hasta llegar a ser la mirada que consigue ver los verdaderos seres, en el momento en que no está más ofuscada por el exceso de luz. El mito de la caverna es una pedagogía de la mirada. Se trata de la alegoría platónica del proceso de conocimiento, del recorrido del desconocimiento al conocimiento, del no-saber al saber. Este proceso no se da sin impulsión al saber para salirse de las tinieblas y caminar hacia la luz. La paideia es impulsada por el deseo de saber».
Por Inácio Almeida
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