Redacción (Lunes, 14-01-2011, Gaudium Press)
Aún entre las diversas opiniones existentes en la actualidad, el orden moral prevalece sobre todos las demás relacionadas con el obrar humano, pues dice respecto al hombre como tal, y los otros hacen referencia al hombre de cara a fines particulares. [1]
Para Santo Tomás, la moral no se restringe al ámbito de lo religioso y mucho menos a una actitud particular, pero sustenta él que el acto humano practicado afecta al ser humano en su conjunto – «el hombre como hombre y como moral». [2]
Entretanto, el ser humano no es inerte, sino que se mueve en dirección a la felicidad que es propia de su naturaleza, o sea, la bienaventuranza. Por tanto, el hombre recorre una caminata en este mundo a fin de alcanzar la meta de plena felicidad – a pesar de no alcanzarla por entero en esta vida. [3]
Si la moral tomista, por tanto, nos coloca delante de la perspectiva de la unidad del ser humano como practicante del acto y deseoso de la felicidad con vistas a un fin último, se puede decir que una fuerza intrínseca mueve al hombre a la práctica del bien. [4]
La expresión «fuerza intrínseca» resalta el papel creador de Dios, que obra por medio de las tres Personas de la Santísima Trinidad. Esto implica que el hombre contiene en sí ciertas verdades establecidas por Dios, no con la intención de aprisionarlo en una moral cruel, sino de liberarlo a la verdadera felicidad que consiste en practicar los actos moralmente buenos y, con esto, asemejarse más a Él. [5]
Por Thiago de Oliveira Geraldo
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1 Cf. JUAN PABLO II. La perenne validità dell’etica tomista. In: Doctor Comunnis. Roma, 1992, ano XLV, n. 1, p. 4.
2 S Th I-II, q. 21, a. 2.
3 Cf. PIEPER, Josef. Felicidade e contemplação, lazer e culto. São Paulo: Herder, 1969, p. 17-18.
4 Cf. Veritatis Splendor, n. 7.
5 Cf. LAUAND, Luiz Jean. Tomás de Aquino, hoje. Curitiba: Champagnat, 1993, p. 41.
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