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Bertolucci y El Último Emperador

Bogotá (Miércoles, 16-02-2011, Gaudium Press) Uno se pregunta si de verdad el más brillante director cinematográfico chino de nuestros tiempos, habría sido capaz de dirigir una película como el Último Emperador.Aún más -como el libro está basado en las memorias de este, la pregunta incluiría si algún intelectual o académico chino hijo de la Revolución Cultural, hubiese sido capaz de comprender la autobiografía del emperador Puyi como la entendió Bertolucci y la plasmó en el cine de forma tan magistral, de manera que ni el propio escritor imperial conocía toda esa riqueza subconsciente que dormía en su alma. Bertolucci, con técnicas psicológicas de corte occidental, la explotó profusamente.

last.jpgPor supuesto que no se trata de denigrar la inteligencia del pueblo chino, genial y misterioso. Lo que intentamos es analizar desde una perspectiva más cultural, la capacidad de asimilar y comprender los matices del alma humana expresados en los grandes directores del séptimo arte como lo es Bernardo Bertolucci, quien hizo que su obra maestra obtuviese nueve Oscar de la Academia, entre ellos el de la mejor dirección y la mejor película de 1.987.

Todavía hoy la película es pasada y repasada en las grandes cadenas de televisión que invitan a sus televidentes con días de antelación para que disfruten el film, incluyendo informar que no habrá cortes comerciales. Es que realmente lo que se logró allí, sin exagerar, solamente lo podría hacer un europeo y para más detalles, un italiano. Comprender la mentalidad de la dinastía reinante de aquella época, el conflicto político que introdujo el liberalismo Occidental en China y la esencia de la Revolución Cultural de Mao, demanda una inteligencia cultivada en el más refinado tipo de educación, que no viene solamente por vías académicas sino que se podría pensar fácilmente que ha alcanzado ese nivel por ósmosis o código genético.

Tiempos hubo, y a ellos pertenece la formación profesional de Bertolucci, en que todavía en ciertos ambientes domésticos, académicos e intelectuales de la vieja Europa, se asimilaba con mucha facilidad esa virtud cristiana de la magnanimidad que la llevó a ser la pionera en los grandes viajes y descubrimientos geográficos y ponerla en contacto con otros pueblos y costumbres. Ya desde que las naves portuguesas y españolas se lanzaron al atlántico en «cristianos atrevimientos», se presentía que una sola alma diversificada en matices latinos, germánicos, eslavos y otro más, unidos por el espíritu del Evangelio de los misioneros, era capaz de enseñar a entendernos y amarnos admirándonos mutuamente.

Hacerle comprender al mundo Occidental el drama de Puyi, e incluso hacérselo comprender a los propios chinos, todo en medio de una escenificación impecable y artística de la más alta calidad, solamente lo consigue una mente que haya sido educada en una visión de conjunto más cercana a los trascendentales del ser. Sin dejar de lamentar por supuesto algunos lamentables desfases, la película es una muestra de la capacidad que desarrolló un continente entero para entender el mundo y civilizarlo. ¡Lástima que Bertolucci no hubiera sido misionero franciscano!

Por Antonio Borda

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