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‘The Being or not the Being’, esa es la cuestión

Bogotá (Jueves, 17-02-2011, Gaudium Press) ‘The Being or not the Being’ (El Ser o no el Ser), esa es la cuestión». Quien haya reparado un tanto en el título de esta nota tal vez apuntará una mala redacción de la clásica expresión de Shakespeare, en el soliloquio de Hamlet: «To be or not to be, that is the question: Whether ‘tis nobler in the mind to suffer…»

» ‘Ser o no ser, esa es la cuestión’. Así es la traducción correcta», podría argüirnos el hipotético objetante. Entretanto, el título de nuestra humilde nota así ha sido pensado, como está redactado: «El Ser o no el Ser, esa es la verdadera cuestión». Pasamos ahora a explicarlo.

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Todo hombre siente carencias en sí mismo, percibe sus imperfecciones y tiene una sed infinita de llenarlas, de completarlas, de tener ese «algo más» que le falta. Y en esa búsqueda de lo que carece, el ser humano encontrará su desgracia o hallará su felicidad eterna.

Por ejemplo, en la necesidad que tenemos de los alimentos. Comemos para sobrevivir. Pero el comer nos trae un placer conexo. Y si el hombre, movido por la búsqueda de la alegría infinita que a todos consume, ejercita esta búsqueda en el mero placer que producen los alimentos, pues tenemos entonces las legiones de muchos de los obesos que crecen en nuestros suelos, particularmente de occidente, y que además son frustrados, pues en la comida «infinita» no hallan la felicidad infinita que buscan.

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Foto: Kartik Anand

Imaginemos entretanto a otra persona, ésta atraída por las caminatas a campo abierto y la contemplación de bellos paisajes. Es aquel un gusto superior al de la mera comida, pues es espiritual. Nuestro hipotético caminante, por ejemplo, después de dos horas de un animado viaje en compañía de simpáticos amigos, llega hasta la ribera de una límpida laguna, amplia, tranquila y apaciguante, rodeada de robustos y frondosos pinos, enmarcada por montañas perfectas de un color verde-azulado. A lo lejos un bote de pescadores de la región surca tranquilo las puras aguas, la tarde está arribando y el astro rey empieza a matizar sus destellos con los más bellos colores del arco-iris… en fin, un paisaje cuasi perfecto.

Sin embargo, y forzosamente, si nuestro peregrino va a la laguna de ensueño solo tras el placer estético que ella le produce, tarde o temprano (y frecuentemente más temprano que tarde), la laguna le parecerá insípida, ya vista, «sin gracia», y deseará más bien ir a saciar su sed de maravilla infinita, por ejemplo, en alguna isla paradisiaca del Caribe, donde, por más paradisiaca que sea, el «proceso de la laguna» se repetirá. La vida propia nos es testigo de esa realidad.

No obstante, si un ángel bajase del cielo, y le contase un «secreto», con buena probabilidad nuestro caminante podría encaminarse por la senda dorada que, esa sí, lo lleva a la felicidad absoluta y plena, que nunca hastiará. Tal vez ese ángel ya le habló a muchos, entre ellos a uno de los más reputados neo-tomistas de nuestros tiempos, el Padre Cornelio Fabro.

Dice el Padre Fabro, en su ya clásica «Participación y Causalidad según Tomás de Aquino» que «la inmanencia del ‘esse’ [ser] participado en las criaturas implica la inmanencia de Dios en esas criaturas, ‘per potentia’, ‘per essentiam’, per praesentiam’ «. Es decir, Dios está «presente» en sus obras, está inmanente en ellas, de alguna manera «vive» en ellas. Y siendo Él sí verdaderamente infinito y absoluto, completamente satisfaciente, Él sí puede llenar nuestras ansías.

El visitante de la laguna tal vez no sabía que en el «ser-laguna» lo que él verdaderamente buscaba era el «Ser-infinito». La «laguna-ser» de alguna manera le estaba «contando» que ella no era sino un mero reflejo de la «Hiper-‘Laguna’-Ser-Eterno», de Dios el Señor; pero nuestro caminante no quiso transcender, él solo quiso el placer sensible que sentía en ese momento, mientras rechazaba el llamado que la propia laguna le hacía al super-placer que proviene de ver a Dios en sus aguas, en sus reflejos, en su entorno.

Es que esa sí es la verdadera cuestión, la gran cuestión: ver el Ser (eterno) o no ver el Ser (eterno), buscar -incluso y particularmente en las propias criaturas- al Ser (divino) o no buscar al Ser (divino). That is the Question!

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Foto: Anna ‘Bcmom’

Pero imaginemos que en el ‘intermezzo’, antes de partir para la isla paradisíaca del Caribe a la búsqueda de la felicidad ansiada, un alado y mensajero ángel le hubiese contado el «secreto»: Buscar a Dios en las criaturas, trascender -a partir de las criaturas- rumbo al infinito. El caminante entonces llegará a la playa de blancas, finas y suaves arenas, y sentirá de alguna manera la caricia de Dios; mirará a lo lejos el horizonte cuasi infinito, donde se junta el aguamarina-azul del mar con el celeste-azul de cielo, y pensará en la grandeza del Creador; unos peces de colores que se asoman ‘correlones’ en la orilla, le recordarán el variadísimo colorido del Creador que se manifiesta a su vez en toda la Creación; y al atardecer, al contemplar en todo su esplendor el multicolor ocaso, pensará y querrá ir al Cielo, Palacio de Dios. Ese caminante, en esos momentos contemplativos, habrá sido religioso, habrá hecho Religión.

Y si después de esos días contemplativos, al regresar al interior -tal vez con la tristeza de haber abandonado el mar- entrase a una iglesia de esas de otrora, justo en el momento en que el Santísimo Sacramento estaba siendo incensado, tal vez podría él exclamar con júbilo: «Dejé el mar, pero una vez más encontré a Dios»…

Por Saúl Castiblanco

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