Redacción (Viernes, 18-02-2011, Gaudium Press) Una de las escenas más pungentes encontrada en los Evangelios, sin duda, está en el sermón de la montaña, descrita por San Mateo (capítulos 5-7). En el lenguaje bíblico la ‘montaña’, debido a su elevación, se torna un lugar de comunicación con lo divino; así pueden ser vistos, por ejemplo, el Sinaí, el Horeb, el monte Sión, etc. Entretanto, en este trecho del Evangelio es el propio Dios que eleva los discípulos al monte para allí enseñarles.
Jesucristo hace papel de un pedagogo, el cual se inclina sobre aquellos a los cuales va enseñar y, de a poco, los conduce a los niveles cada vez más elevados, no solo del conocimiento, sino de la convivencia humana y de sus responsabilidades delante de la sociedad y delante de Dios.
Así comienza este capítulo del Evangelio de San Mateo: «Viendo aquellas multitudes, Jesús subió a la montaña. Se sentó y sus discípulos se aproximaron de él. Entonces abrió la boca y les enseñaba…» (Mt 5,1-2). Nuestro Señor enseña como un maestro que sube en su cátedra (la montaña). Se sienta y comienza a enseñar a los discípulos. En aquella época había muchos maestros, pero Jesucristo es superior a cualquiera de ellos, pues enseñaba con una autoridad que causaba inseguridad a los más conocedores de las Escrituras. Era superior, inclusive al glorioso profeta Moisés, el cual enseñó a partir del Sinaí, en donde recibió las tablas de la Ley.
Los maestros deben enseñar la verdad, enseñar el camino que conduce al bien, el rumbo que lleva a Dios. «Ahora, al contrario, Dios habla de un modo muy cercano, como de hombre a hombre. Ahora Él desciende hasta el fondo de sus sufrimientos» .
En el Evangelio de San Mateo éste fue el primero de los cinco grandes discursos realizados por Jesucristo. Constantemente las palabras del Salvador son una invitación a un cambio de vida, una verdadera conversión.
Durante la vida pública del Mesías, los Apóstoles fueron siendo enseñados por una divina didáctica. Observando los milagros, oyendo las parábolas y los consejos, admirando las actitudes y presenciando el holocausto total del Cordero de Dios, recibieron más que una doctrina, un modo de vivir.
Después de la partida del Redentor, la Iglesia estaba instituida como un organismo vivo, cuya cabeza es el propio Cristo, Nuestro Señor . Aquellos que antes fueron enseñados por Jesús, ahora tienen la misión de evangelizar: «Id, pues, y enseñad a todas las naciones; bautizadlas en nombre del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Enseñadlas a observar todo lo que os prescribí. He aquí que estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28,19-20).
Entretanto, hay una persona que aprendió y practicó las palabras del Salvador como ninguna otra, María Santísima. «Nuestra Señora estando presente entre los Apóstoles, después de la Ascensión de su Divino Hijo, es imposible que estos no la hayan consultado acerca de sus trabajos, sus enseñanzas y escritos. Antes, es de suponerse que a Ella frecuentemente recurriesen» .
Durante aquella sagrada convivencia con su Divino Hijo, en la cual «su madre guardaba todas estas cosas en su corazón» (Lc 2,51), Ella supo observar y amar las actitudes por Él tomadas. Por esto, después de la Ascensión de Cristo, María Santísima se tornó una fuente pura y cristalina, de la cual los propios Apóstoles beberían: «Verdad es que a San Pedro, como Papa, cabía el poder sobre toda la Iglesia. Sin embargo, es también verdad que el Príncipe de los Apóstoles estaba completamente sumiso a la Madre de Dios, la cual, por medio de él, dirigía a los demás» .
No es demás imaginarla aconsejando e inspirando a los Apóstoles acerca de sus misiones, así como explicándoles el sentido real de las palabras y actos de su Hijo: «Por ejemplo, María Santísima teniendo a su lado San Pablo, San Pedro o San Juan Evangelista, y Ella que cuenta, explica, interpreta y los ayuda a comprender los hechos de la vida de Nuestro Señor, realzando éste o aquel episodio, y siendo, de este modo, el aroma del buen espíritu perfumando la Iglesia entera» .
María fue proclamada «Madre de la Iglesia» por el Papa Pablo VI, y de esta forma Ella es modelo de fe y confianza, pero también es Aquella que enseña a aquellos que deben enseñar: «Ninguna criatura, dice San Agustín, jamás poseyó un conocimiento de las cosas divinas y de lo que se relaciona con la salvación, igual a la Virgen Bendita. Ella mereció ser la maestra de los Apóstoles…» .
Por Thiago de Oliveira Geraldo
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1 Bento XVI. Jesus de Nazaré. Tradução de José Jacinto Ferreira de Ferreira, SCJ. São Paulo: Editora Planeta Brasil, 2007, p.73.
2 Cf. Catecismo da Igreja Católica, n. 779.
3 OLIVEIRA, Plinio Corrêa de. Conferências em 25/06/1966 e 11/07/1967. Apud. CLÁ DIAS, João Scognamiglio. Pequeno Ofício da Imaculada Conceição Comentado. São Paulo: Artpress, 1997, p. 81.
4 Ibidem.
5 Ibidem.
6 Ibidem.
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