Redacción (Jueves, 24-02-2011, Gaudium Press) Después de la muerte, la inteligencia subsiste y pasa a tener un modo de ejercicio bastante diferente del que empleaba aquí en la tierra, pues ella es llamada a contemplar en su esencia las realidades inmateriales como Dios. Le conviene así, conocer viendo lo que de sí es inteligible, de la misma manera que las substancias separadas. Dios infunde especies en el alma de la misma manera que lo hace con los ángeles. El alma tiene parte en ellas, aunque de modo menos elevado. Por medio de estas especies, el alma conoce lo que le conviene de manera directa e intuitiva.
Este conocimiento sobrepasa en calidad y en seguridad todo lo que existe en la tierra, tanto por causa de la superioridad de la luz divina, como por causa de la ausencia de posibilidad de equivocación oriunda de los fantasmas de la imaginación.
Para ilustrarlo, imaginemos a alguien que, en virtud de un accidente, pierde los ojos. Dejará inmediatamente de ver. Entretanto, la capacidad virtual de poder ver, en él subsiste. Y subsiste en el alma, no en el cuerpo, obviamente. Si por algún prodigio de la medicina, pueda serle restaurada la vista, pasará nuevamente a ver, pues la potencia virtual de la vista reencontrará el elemento corporal que le permite ejercerse, que son los ojos.
Parece que la inteligencia humana conocerá siempre por imágenes
Una dificultad surge, entretanto, a este respecto.
Es propio de la inteligencia humana conocer las realidades espirituales a partir de sus imágenes sensibles. No es nuestra inteligencia, de la misma naturaleza que la inteligencia de los ángeles, los cuales no estando unidos naturalmente a un cuerpo, conocen directamente la esencia de las cosas por medio de las formas inteligibles infusas en el momento en que son creados.
Ahora, Dios mueve cada naturaleza según su propio modo de ser. Siendo así, parece que la inteligencia humana conocerá siempre con base en imágenes.
Sin embargo, cuando se habla de la visión del Creador, al menos en lo que concierne esta visión directa cara a cara que llamamos de visión beatífica, es preciso rendirse a la evidencia de que ninguna imagen sensible puede permitir al hombre conocer su inteligibilidad. Dios se torna inteligible, sin el concurso de cualquier ser intermediario creado. Se trata de un modo nuevo de conocer donde parece que el intelecto no tiene lugar.
Funciones e influencias del alma separada
¿Cuáles las funciones que el alma en este estado de separación puede, por tanto, ejercer y qué influencias puede sufrir?
El alma continúa viva. La Iglesia ya condenó la hipótesis de la inconsciencia del alma después de la muerte [1].
En la otra vida, antes de la resurrección, la vida del alma es parecida con la del Ángel, aunque con diferencias. El ángel, por ejemplo, se mueve «instantáneamente»; el hombre, no. El hombre no puede seguir el vuelo de su pensamiento, ni de su voluntad, como lo hace el espíritu angélico. Algo de eso, entretanto puede hacer. Por concesión de Dios también.
Actividades sensitivas
Actividades que requieran las potencias sensitivas externas (cuerpo), no las puede tener el alma separada del cuerpo. Con la muerte, el alma solo conserva en raíz, virtualmente [2] las potencias sensitivas, pues que operan a partir de su cuerpo (sentidos).
Por ejemplo, no podrá conocer más un árbol concreto ya visto en su peregrinación terrenal o aún a conocer después. Solo puede tener noción de la idea universal de árbol (aplicable, por tanto, a todos los árboles del mundo).
Otro aspecto entretanto es lo referente a la actividad espiritual, o funcionamiento psicológico, que veremos a seguir.
Funciones intelectivas del alma separada
– El alma separada del cuerpo conserva todos los conocimientos intelectuales adquiridos anteriormente durante su vida en este mundo [3]
– Se ve y se conoce a sí mismo de modo perfecto [4]. Conocimiento de alegría rebosante para las almas justas.
– Conoce perfectamente las demás almas separadas, lo que le era prohibido cuando unido a su cuerpo. Todo por conocimiento natural [5].
– Conoce también a los ángeles, entretanto, no por conocerlos por alguna especie inteligible abstracta, pues que ellos son superiores (más «simples»). El conocimiento que el alma tiene de los ángeles le viene, sí, del conocimiento de semejanzas impresas en el alma por Dios, accesibles a las almas separadas [6].
– En virtud de las especies inteligibles infundidas naturalmente por Dios, tienen las almas separadas un conocimiento natural, aunque imperfecto y general, de todas las cosas naturales. Esto trae un aumento enorme de lo que se podría llamar de las ciencias naturales del alma separada [7].
– En virtud de estas mismas especies naturales infundidas por Dios, puede el alma separada conocer un enorme número de cosas. No todas, sino aquellas con las cuales haya determinado relacionamiento, por algún modo, sea por tener de ellas conocimiento anterior (ciencia), por afecto (amigo, pariente), sea por inclinación natural (semejanza de vocación) etc. Todo, por determinación divina [8].
– Todo el conjunto de estos conocimientos proporciona al alma separada, además de las ideas infundidas por Dios, una altísima idea de Dios como Autor del orden natural, pues gran número de perfecciones divinas se refleja en la propia substancia de las almas separadas, más allá de las demás cosas que conoce naturalmente por infusión divina.
Todos estos conocimientos dicen respecto tanto a las almas de los justos, como a la de los condenados. Ninguno de ellos transciende el orden puramente natural (en aquel estado), siendo algo que pide y exige psicológicamente el estado propio de la separación. Para las almas buenas será motivo de regocijo; para las otras, ocasiones suplementares de tormentos y decepciones.
¿La Ciencia adquirida permanece en el alma separada?
Basándose en San Jerónimo, «Aprendamos en la tierra aquello cuyo conocimiento persevere en nosotros hasta el cielo» ([9]), S. Tomás declara que la ciencia, en la medida en que está en el intelecto (y él demuestra que está principalmente en él), permanece en el alma separada.
Una dificultad levantada por S. Tomás: si así fuera, un hombre no tan bueno podrá saber más que uno más virtuoso. Responde [10]: Puede ser, así como podrá haber malos de estaturas mayores que buenos; pero, dice él, eso casi no tiene importancia, en comparación con las otras prerrogativas que los más virtuosos tendrán.
¿Las almas separadas conocen lo que pasa en la tierra?
¿Pueden las almas separadas del cuerpo conocer lo que pasa en la tierra?
Santo Tomás comienza, a priori, negando esta hipótesis. Cita a S. Gregorio: «Los muertos no saben cómo está organizada la vida de aquellos que, después de ellos, viven en la carne; la vida del espíritu es muy diferente de la vida de la carne. Así como las cosas corpóreas y las incorpóreas difieren en género, también se distinguen por el conocimiento [11]».
En lo referente a los bienaventurados, sin embargo, S. Gregorio realza [12] que «No se debe pensar la misma cosa respecto al alma de los santos. Para aquellas, con efecto, que ven por dentro la claridad de Dios todopoderoso, no se debe absolutamente creer que reste fuera alguna cosa que ignoren».
Opinión también contestada por San Agustín [«Mi madre que tanto hizo por mí en la tierra, después no me apareció nunca más»], reproducida por Santo Tomás [13].
Santo Tomás, entretanto, acaba concluyendo que «parece más probable que las almas de los santos, que ven a Dios, conozcan todo lo que aquí sucede».
Él enuncia tres observaciones que enriquecen el tema [14]:
Los muertos pueden preocuparse de las cosas del mundo, aunque las ignoren concretamente. De la misma manera que cuando rezamos por el alma de un fallecido, sin saber si está efectivamente en el purgatorio o no;
Pueden tomar conocimiento de las cosas de este mundo por informaciones que les lleguen sea por los ángeles, sea por los demonios o aún por divina revelación, especialmente por algún hecho que les diga más especialmente respecto (conocidos, familiares).
Por especial permiso divino pueden obtener conocimiento por otras almas, directamente o por medio de ángeles.
Por Guy de Ridder
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[1] Cf DENZINGER, Heinrich. Compêndio dos símbolos, definições e declarações de fé e moral, São Paulo: Paulinas/Loyola, 2007, p. 1238.
[2] Cf AQUINO, Tomás de. Suma Teológica, São Paulo: Loyola, 2002, I,77,7 – 89,5; e Suplemento 70,I-2 em ROYO MARIN, O.P., Antonio. Teologia de la Salvación. Madri: BAC, 1965, p. 178
[3] Cf AQUINO, Tomás de. Suma Teológica, São Paulo: Loyola, 2002, I,89-5-6
[4] Cf AQUINO, Tomás de. Suma Teológica, São Paulo: Loyola, 2002, I,88,I c; e I,89,2; SCG III,42-46; De anima, a.16 em ROYO MARIN, O.P., Antonio. Teologia de la Salvación. Madri: BAC, 1965, p. 180
[5] Cf. AQUINO, Tomás de. Suma Teológica, São Paulo: Loyola, 2002, I,89,2
[6] Cf. AQUINO, Tomás de. Suma Teológica, São Paulo: Loyola, 2002, I,89,1,3; 2,2;3
[7] Cf. AQUINO, Tomás de. Suma Teológica, São Paulo: Loyola, 2002, I,89,3,c e 4
[8] Cf. AQUINO, Tomás de. Suma Teológica, São Paulo: Loyola, 2002, I,89,4; 57,2
[9] Cf Epístolas, 53, al.103, em AQUINO, Tomás de. Suma Teológica, São Paulo: Loyola, 2002, I, 89, 5, 2
[10] Cf AQUINO, Tomás de. Suma Teológica, São Paulo: Loyola, 2002, I, 89,6,2
[11] Cf AQUINO, Tomás de. Suma Teológica, São Paulo: Loyola, 2002, I,89,8
[12] Cf AQUINO, Tomás de. Suma Teológica, São Paulo: Loyola, 2002, I, 89,8,3
[13] Cf AQUINO, Tomás de. Suma Teológica, São Paulo: Loyola, 2002, I, 89,8,3
[14] Cf AQUINO, Tomás de. Suma Teológica, São Paulo: Loyola, 2002, I,89,8,3
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