Redacción (Lunes, 28-02-2011, Gaudium Press) El hombre puede tener una voluntad muy firme de obtener algo, pero sin conseguirlo. Esto no sucede con Dios; su voluntad es siempre eficaz. Entretanto, algún espíritu crítico podría levantar una objeción:
Afirma San Pablo: «Dios quiere que todos se salven y alcancen la vida eterna» (1 Tim 2, 4). Ahora, muchas personas fueron condenadas al infierno, el cual también es eterno. Si la voluntad del Altísimo es que todos se salven, ¿por qué los reprobados están en aquel lugar de tormento? ¿La voluntad salvadora de Dios en este punto no es eficaz?
Santo Tomás responde esta objeción de modo brillante. Así como queremos que todos los hombres vivan bien y libremente, pero que los criminales, por justicia, paguen los delitos cometidos para el beneficio de sus almas y la salud de la sociedad, del mismo modo lo desea el Creador.
Dios posee voluntades antecedentes, que se aplican a la generalidad de los hombres. Una de ellas proviene de la misericordia de Dios que, al crear la humanidad, desea la salvación de todos los hombres. Sin embargo, la justicia de Dios quiere que el pecado cometido sea punido; es una voluntad consecuente del mal practicado. La pena es una consecuencia del pecado, pues Dios no querría punir si no hubiese el mal moral.
El Altísimo quiere de hecho que el pecador se salve, y por eso proporciona todos los medios para salvarlo – aunque sea un pagano que jamás tuvo contacto con la verdad del Evangelio. Dios desea de tal manera la salvación de cada hombre que para eso se encarnó, murió en la Cruz, fundó la Iglesia y nos dio a Su propia Madre como amorosa mediadora.
Entretanto, aplicando de forma equivocada su libertad, el hombre, en vez de practicar el bien, a veces prefiere seguir las sendas del mal. Y, si no se arrepiente de sus pecados, será precipitado en el infierno. De esta forma, si la voluntad antecedente de Dios de que esa alma se salvase no fue cumplida, Su voluntad consecuente, en el sentido de que todo pecado sea punido, es realizada. Por tanto, la voluntad divina es siempre eficaz: o la antecedente, de la misericordia, o la consecuente, de la justicia que es cumplida [1].
Por Marcos Eduardo Melo dos Santos
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[1] S. Th. I-I, q. 19, a. 6.
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