Redacción (Martes, 01-03-2011, Gaudium Press)
La voluntad de Dios con respecto al cristiano
El catecismo enseña que la voluntad de Dios para con el cristiano posee dos prismas. Uno en la tierra y otro en el Cielo. En esta vida esta voluntad se realiza en el mandato de Cristo de «que nos amemos unos a otros como Él nos amó» [1]. De esta caridad mutua procede todo el bien de la sociedad. Queremos el bien natural y material del prójimo, pero sobretodo, queremos su salvación eterna, pues el bien sobrenatural del hermano vale más que todo el Universo. En relación a Dios, la voluntad del Padre en la tierra es «elevar a los hombres a la participación de la vida divina» [2], porque Dios quiere convivir con el hombre.
Esta voluntad de Dios en relación al cristiano se realiza a través de la Iglesia que reúne a todos los hombres en torno a su Hijo, Jesucristo. Por esta razón la Iglesia es en la tierra «el germen y el principio del Reino de Dios» [3]. El Catecismo enseña que la voluntad de nuestro Padre es «que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad» (1 Tm 2, 3-4), y «no quiere que nadie se pierda» (2Pe 3, 9) [4].
Dios quiere comunicar su propia bondad, haciéndonos hijos adoptivos por Jesucristo. Por esta razón, afirma Santo Irineo de Lyon: «¡Si la revelación de Dios por la creación ya proporcionó la vida a todos los seres que viven en la tierra, cuánto más la manifestación del Padre por el Verbo proporciona la vida a los que ven a Dios!» [5]. Ésta es la gloria máxima de la cual el hombre es capaz en la tierra, convivir, amar y sentirse amado por Dios.
Ésta es la voluntad de Dios que comienza en la tierra y se consume en el Paraíso: cumplir esta voluntad de Dios es poseer la felicidad en la tierra, la cual se tornará plena en el Cielo. De esta forma el cristiano hace la voluntad de Dios, en la tierra así como en el Cielo.
Por Marcos Eduardo Melo dos Santos
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[1] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2822. Cf. Jn 13, 34; 1 Jn 3; 4; Lc 10, 25-37.
[2] Concilio Vaticano II, Const. dogm. Dei Verbum, 2: AAS 58 (1966) 818.
[3] Concilio Vaticano II, Const. dogm. Lumen Gentium, 5: AAS 57 (1965) 8.
[4] Cf. Mt 18, 14.
[5] San Ireneo de Lyon, Adversus haereses 4, 20, 7: SC 100, 648 (PG 7, 1037).
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