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"La última perfección a la que puede llegar el alma"

Redacción (Lunes, 07-03-2011, Gaudium Press) Dice Santo Tomás en De Veritate que «la última perfección a que puede llegar el alma consiste en reproducir en ella todo el orden del universo y sus causas», tal como recuerda Mons. Juan Clá en su maravillosa obra «La Fidelidad a la Primera Mirada».

Pensamiento éste no tan conocido del Santo Doctor, expresión llena de profundidad, incluso -en nuestro humilde parecer- en algo misteriosa, y que invocando la ayuda de la Virgen intentaremos desentrañar en algo de su rico sentido.

Según la espiritualidad clásica católica la perfección de un alma se constituye en la perfecta configuración con Jesucristo, como, además, lo recuerda muchas veces Santo Tomás. Siendo así, las dos expresiones -tanto la que se refiere a la réplica en sí del Orden del Universo, como la que habla de la mayor identidad posible con el Salvador- deben ser sinónimas.

Evidentemente el punto de unión de una y otra es Dios: Cristo es Dios, y el Orden del Universo refleja a Dios y tiene como causa a Dios. Por tanto, quien reproduce en sí mismo las leyes que rigen el universo, que no son otra cosa sino manifestaciones de Dios, está reproduciendo por ende a Cristo, que es Dios. Siendo así, realmente es fácil ver la sinonimia.

La configuración con Jesucristo se logra siguiendo sus enseñanzas, y usando de los recursos sobrenaturales que él nos dejó, particularmente los sacramentos dispensados por y en la Iglesia católica, que son inapreciables, que nos dan o acrecientan en nosotros su propia vida divina. No hay como medir y agradecer debidamente ese regalo.

Menos clara tal vez es cuál la vía natural-sobrenatural establecida desde el Paraíso para «reproducir todo el orden del universo y sus causas».

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Foto: Derrick Chavez

Manifiesta la Escritura que Dios «se tornó visible a la inteligencia, desde la creación del mundo, en sus obras» (Rm 1, 20). «Cuán numerosas son vuestras obras, Señor -exclama jubiloso el contemplativo salmista-; hicisteis con sabiduría todas las cosas: la tierra está llena de vuestras criaturas…» (Sl 103). Y como el amante se trasforma en lo amado, y como las criaturas manifiestan la sabiduría del que las creó, quien -con la ayuda de la gracia- ama a Dios en ese catecismo visible que es el Orden del Universo, puede llegar a reproducir en sí ese Orden, reflejo perfectísimo de Dios, y que el Aquinate califica como «la última perfección».

Realmente encontrar la sinonimia de las dos expresiones no era tan complicado. Lo complicado es, en este mundo de la agitación, de la carrera loca tras de quien sabe qué, embarcarnos por la senda dorada de la contemplación del Orden de la Creación.

Sin embargo, el nerviosismo creciente de las sociedades del corre-corre, la agitación crecientemente frustrante de la civilización de lo inmediato, tal vez nos sean incentivo para dedicar unos minutos por día a admirar con generosidad la belleza encantadora de un paisaje especialmente lindo (aunque sea virtual); o a contemplar con ojos inocentes el saltar ingenuo de una avecilla de esas muchas que cruzan nuestra mirada; o a detenernos por unos segundos en la observación desinteresada y encantada de un color que especialmente nos haya gustado. Sabiendo que, si se le busca, Dios allí se desvela y nos muestra su infinito, su sabiduría, para que nos trasformemos en Él.

Por Rodrigo Sotomonte

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