Redacción (Viernes, 11-03-2011, Gaudium Press)
Una enérgica Emperatriz en defensa de la verdad
Con la muerte de León IV, las brumas se deshacen en el horizonte. El sucesor al trono era, nada más, nada menos, su hijo de seis años de edad. Irene se aprovecha de la oportunidad, asume el gobierno como tutora del pequeño Constantino VI y envía al Papa Adriano I a una embajada pidiendo la convocación de un Concilio. El Pontífice acepta y el Concilio es abierto en la Iglesia de los Santos Apóstoles de Constantinopla. Sin embargo, apenas iniciaron las sesiones, un grupo de soldados iconoclastas, inspirados por eclesiásticos del mismo partido, invadió la iglesia, obligando a los Obispos a disolverse y los legados a retomar el camino de Roma.
Imagen milagrosa de la Virgen de Guadalupe |
Delante de tal acontecimiento, la enérgica Emperatriz no se dio por vencida: desarmó las tropas invasoras y envió emisarios a todos los Obispos y al Papa para la convocación de un nuevo Concilio, esta vez en Nicea. De este modo, el 24 de setiembre de 787, en la iglesia de Santa Sofía, se abría definitivamente el VII Concilio Ecuménico, con la presencia de los legados pontificios y de 300 Obispos.
De entre las ocho sesiones, las más importantes, desde el punto de vista dogmático, son la cuarta, la sexta y la séptima. La cuarta sesión trató de demostrar, a través de la Sagrada Escritura y de los escritos de los Padres de la Iglesia, que la veneración de las imágenes no sólo es lícita, como saludable.
En la sexta sesión, se leyeron las actas del conciliábulo de 754, constatándose su invalidez. No podría ser considerado ecuménico, una vez que no estaban presentes en él ni los Patriarcas de Oriente ni el Pontífice Romano.
En la séptima, después de hacerse referencia al Símbolo y a los seis Concilios Ecuménicos anteriores, de carácter oficial, se declaró: «Definimos con todo rigor y cuidado que, a semejanza de la figura de la cruz preciosa y vivificante, así los venerados y santos íconos, ya sea pintados, sea en mosaico o en cualquier otro material adecuado, deben ser expuestos en las santas iglesias de Dios, sobre los sagrados utensilios y paramentos, sobre las paredes y paneles, en las casas y en las calles; tanto el ícono del Señor Dios y Salvador nuestro Jesucristo como de la Señora inmaculada nuestra, la santa Deípara, de los venerados ángeles y de todos los varones santos y justos.» [i]
Por Ítalo Santana
Bibliografia
ALBERICO, Giuseppe. História dos Concílios Ecumênicos. Tradução de José Maria de Almeida. São Paulo: Paulus, 1995. p. 147.
Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo-Americana. Vol. XXVIII. Editores Espasa-Calpe. Madrid: 1925.
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[i] Cf. Denzinguer, Heinrich. Compêndio dos símbolos, definições e declarações de fé e moral, tradução de José Marino Luz e Johan Konings São Paulo: Paulinas; Loyola, 2007.
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