Hachioji-shi, Tokio (Jueves, 17-03-2011, Gaudium Press) Desde el pasado viernes día 11 nada parece ser lo de antes en Japón. Soy un español, terciario de los Heraldos del Evangelio, y vivo con mi familia, mi mujer japonesa y nuestras dos hijas, en Hachioji, a las afueras de Tokio.
Aquel día,como tantos otros, estabamos todos en casa, tras la vuelta de la niña mayor del Kindergarten, cuando todo comenzó a temblar. Inmediatamente nos dimos cuenta que ese temblor no era normal, así que sin zapatos ni nada salimos rápidamente al jardín, con las niñas en brazos, y con una sensación todavía más de curiosidad que de preocupación o miedo. En los alrededores, poca gente salió de sus casas, ya que el terremoto no llegó tan fuerte a esta zona donde vivimos, bastante alejada de la costa, ya casi entre las montañas del interior.
Pero al volver a entrar y encender la tele, nos inquietó la información sobre la magnitud del seísmo y el urgente aviso de un maremoto gigante, que no podíamos acabar de creer. Al poco, entre fuertes réplicas que nos obligaron a salir otro par de veces de la casa, vimos por la tele con estupefacción como el tsunami tocaba tierra y se llevaba todo por delante. Entonces ya nos dimos cuenta, quizás como otra mucha gente, que aquello iba a causar enormes destrozos y, lo peor de todo, que iba a costar la vida a muchísimas personas.
Esa noche apenas dormimos, por la continuidad de las répilicas del terremoto, e impresionados por la magnitud del desastre. No creo que haya persona en el país que no esté impresionada y no haya derramadado al menos una lágrima por tanto sufrimiento.
Como en una pesadilla, los temblores se han seguido sucediendo en estos días, así como las terribles imágenes y relatos de esta tragedia que ha afectado a tanta gente. Y a eso se le ha sumado el miedo y la incertidumbre ante la amenaza de lo que está aconteciendo en la central nuclear de Fukushima.
En estos días el miedo y la tristeza se han apoderado de todo noreste del país. En Tokio, la gente ha acudido en masa a los supermercados y a las gasolineras, ya de por sí desabastecidas por causa del terremoto, y hay alimentos como la leche que ya apenas se pueden conseguir. A eso se añade los apagones de luz (debido a la inutilidad de la central de Fukushima, hay insuficiencia de energía eléctrica) y la intensa sensación de inseguridad, sobre todo ante el peligro de radioactividad.
Sin embargo, lo peor lo están sufriendo los refugiados de las zonas más afectadas por el tsunami. A la profunda tristeza de haber perdido por lo menos bienes, y en la mayoría de los casos a seres queridos, si no a la familia entera, se les añade la crítica situación en la que se encuentran en los refugios, sin apenas sitio y con carestía de agua, alimentos, medicinas y medios con que calentarse. Y es que, el deterioro de las infraestructuras (por el terremoto), el mal tiempo y, fundamentalmente, la falta de combustible, están imposibilitando en gran medida la llegada de la ayuda.
Realmente, éste parece un país completamente distinto al que fue tan solo una semana antes. No creo que nadie vuelva a vivir igual que antes, tanto está calando en las mentalidades lo sucesos presentes.
Para acabar, no querría dejar de mencionar algo que me ha impresionado y emocionado a la vez: cómo muchos japoneses, sobre todo habitantes de las zonas más afectadas, están poniendo, de forma completamente desinteresada, y en muchos casos con apenas medios, todo lo posible de su parte para ayudar y servir a la gente que está sufriendo más. Además, el civismo de este pueblo se está viendo en su reacción ante los innumerables problemas de abastecimiento y trasporte, como aquí en Tokio, donde en ese sentido no hay ni un atisbo de saqueos o peleas.
En estos días no dejan además de llegar muestras de afecto y ayuda del exterior, apoyo a la vez material y espiritual.
En estas circunstancias tan difíciles, confío en que Nuestra Señora derrame gracias abundantes sobre este pueblo, para que se abra a la Gracia y pueda participar pronto de la verdadera felicidad, que es la Fe en Nuestro Señor Jesucristo y la Vida en Su Iglesia.
Gaudium Press / Pablo Conde García
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