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La Princesa de Kowdiar Palace

Redacción (Miércoles, 23-03-2011, Gaudium Press) Todo vale la pena si el alma no es pequeña. El verso de Fernando Pessoa resuena como una conclusión de la lección aprendida en la atrayente Trivandrum, capital de Kerala, en una tarde agradable de domingo, de un mes de septiembre.

Se daba en aquel día el lanzamiento en inglés del L´Osservatore Romano, el diario oficial del Vaticano. Su impresión acababa de ser preparada por la gráfica de la Orden Carmelita, instalada en un moderno edificio al lado de la iglesia, y responsable por la publicación de valiosas y bien presentadas ediciones de los clásicos carmelitas, así como de otros libros católicos de interés. El imponente templo dirigido por estos sacerdotes, en estilo inglés, rodeado por un agradable patio, estaba decorado para tal evento y transformado en un ventilado auditorio.

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City Palace, en Bikaner, India – Foto: Pablo Nicolás Taivi

Como en todo acontecimiento de este género, las formalidades tienen un importante papel, especialmente en la India, todavía muy celosa de las tradiciones y del ceremonial. En este día se esperaba, además del arzobispo y de las autoridades civiles, a la Princesa de Travancore, descendiente de los antiguos reyes de Kerala. En el palco, ornamentado con colores y colores (allí, para cualquier solemnidad, la decoración es hecha con tejidos de los más bellos matices), se presentó al final la princesa. En la distancia, se notaba apenas una señora de presentación simple, pero fina.

Al iniciar su discurso en Malayalam, la princesa se deparó con una hilera entera del auditorio ocupada por religiosos extranjeros en misión apostólica en Kerala. Con noble delicadeza, se propuso, entonces, a hablar en inglés. El discurso fue de los más atrayentes. Con mucha seguridad y excelente dicción, la princesa disertó respecto a los motivos por los cuales estaba allí, aclarando que aquel terreno, donde en ese día se lanzaba un diario, el cual, de alguna forma, era una resonancia de la voz del Papa, fuera donado a la Orden Carmelita por sus ancestros en el siglo XIX. Se mostraba ella muy agradada por ver el buen rumbo que esta Orden había tomado en Kerala, contribuyendo para la mejoría de la cultura católica. Y, sorprendentemente, pasó a tejer elogios a la Iglesia Católica, resaltando, sobre todo, la coherencia doctrinaria que había mantenido a lo largo de los siglos, la obediencia religiosa, y la práctica de los consejos evangélicos de pobreza y castidad.

Es sabido que en la milenaria India los soberanos son también los sacerdotes de la religión hindú. Entretanto, demostrando una consciencia recta, esta princesa se declaró perpleja con ciertas publicaciones que le habían caído en las manos. Se refería a libros donde se buscaba hacer una aproximación de la Santísima Trinidad con ciertas divinidades hindúes. Decía ella, con voz grave y lamentosa: «Si la religión católica es tan admirable, si tiene tantos templos e imágenes bellos, ¿por qué representar a Jesucristo con las características de un Krishna?» Y aconsejaba: «No hagan eso; manténganse fieles a sus tradiciones, sean coherentes como la Iglesia Católica ha sido coherente a lo largo de sus veinte siglos».

Fue muy aplaudida, nada, sin embargo, a la manera occidental. El indio es un pueblo especialmente hábil en transmitir sus sentimientos sin palabras y sin grandes manifestaciones externas, sino a través de pequeños gestos de cabeza, de miradas, de sonrisas. Se podría decir que practican una etiqueta a la «Ancien Régime», pero diferente y toda hecha de intuiciones. Al inicio, se notaba en el público cierto éxtasis, pero también alguna reserva respetuosa en relación con la soberana. Al final del discurso, la ufana afectividad era transparente, y las sonrisas y miradas decían a los extranjeros: «¡Ah! Ella es linda, ¿no es? E inteligente, ¿no creen? ¡Es nuestra!». Además, la mayoría de los que allí estaban eran católicos, y se sentían profundamente comprendidos y estimulados por aquella que, aún sin compartir la misma religión, les hablaba desde lo más profundo de sus raíces étnicas.

El relacionamiento tan natural y orgánico de princesa y súbitos saltaba a los ojos en aquel momento. Era propiamente la princesa de los intuitivos que, sin referirse a esta ligación profunda con ellos, reforzaba los lazos de la nacionalidad y los unía en el alto nivel de la contemplación de las virtudes de la Iglesia Católica.

Es preciso decir que las misioneras allí presentes salieron con el alma revitalizada. Se sentían más confiadas en su misión por sentir las bendiciones de Dios flotando sobre la India, a la espera de una pequeña apertura por donde puedan entrar e iluminar, con luz nueva, las maravillas que este pueblo engendró a lo largo de sus cuatro mil años de historia.

Por Elizabeth Kiran

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