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Santo Tomás de Aquino: la catedral del pensamiento – I Parte

Redacción (Lunes, 04-04-2011, Gaudium Press) Sobre el fraile más joven, poco se sabía, a no ser que era discípulo de Alberto. Si no fuese su elevada estatura y aventajado cuerpo que lo destacaban de los demás, pasaría casi desapercibido en medio de aquella multitud. Entretanto, bajo aquel hábito de la mendicante orden de Santo Domingo, se ocultaba un miembro de la más alta nobleza italiana. Tenía él por parientes cercanos dos emperadores del Sacro Imperio Romano Alemán, Federico II y Conrado VI. Con todo, lo que le hizo salir de aquel aparente anonimato no fue su porte altivo ni su elevada nobleza, sino su virtud e inteligencia. Este joven fraile se tornó un gran santo y uno de los mayores genios que el mundo vio nacer. Su nombre era Tomás de Aquino…

saint-thomas-aquinas-10.jpgEn efecto, era del conocimiento de muchos el motivo que lo trajera a Colonia. Estaba allí para auxiliar a su maestro en la fundación de un ‘Studium Generale’, que vendría a ser el centro de estudios teológicos de su orden en tierras alemanas. Sin embargo, lo que nadie sabía, tal vez ni él mismo, es que, en los veinticinco años siguientes, Tomás construiría también un magnífico templo, tan sólido y duradero como los pilares de la iglesia de Colonia, que veía nacer. Tomás edificaría un monumento de doctrina, fundamentado en la fe y en la razón. Tal monumento bien podría ser llamado de «la catedral del pensamiento cristiano»…

El pequeño monje de Montecasino

El mundo lo vio nacer en el año 1225, en el castillo de Roccasecca, próximo a Nápoles, en Italia. De los siete hijos del conde Landolfo de Aquino, Tomás era el más joven. A los cinco años, fue enviado al famoso Convento de Montecasino, para allá ser educado. Su tío, Sunibaldo, era abad y se encargó de su formación. Todo indica que su familia también anhelaba que él viniese a ser el superior de aquel prestigioso monasterio.

Poco se sabe de este período de su vida, a no ser que el «pequeño monje», al recorrer el majestuoso claustro de aquella abadía, preguntaría a los religiosos sobre un tema que no salía de su mente: «¿Qué es Dios?». No pasaron para la historia las respuestas proferidas. Con todo, parece seguro decir que nadie le respondió satisfactoriamente, pues, desde niño, él hizo de esta primera indagación la fuerza motriz que lo impulsaría a producir la mayor obra teológica de todos los tiempos.

Al ingresar a la vida académica, rápidamente se destacó por la prodigiosa fecundidad de pensamiento. Este doctor que mereció ser llamado «Angélico», fue un gran lucero puesto por Dios en medio de su Iglesia, a fin de aclarar, confortar y animar las almas por los siglos futuros. Vivió solo 49 años, dedicando la mitad de su vida a la noble y ardua tarea de enseñar en los más importantes centros universitarios de Francia, Italia y Alemania.

Guillermo de Tocco, su primer y principal biógrafo, afirmó que «en las clases su genio comenzó a brillar de tal forma y su inteligencia a revelarse tan perspicaz, que repetía a los otros estudiantes las lecciones de los maestros de manera más elevada, más clara y más profunda de lo que las había escuchado» [1].

Santo Tomás supo unir armoniosamente la santidad con la genialidad, y la erudición con la virtud, a fin de producir la mayor obra teológica de todos los tiempos. Durante los casi ocho siglos que separan su existencia de la nuestra, fue él siempre exaltado con elocuentes alabanzas por los Papas, en términos no comunes en documentos pontificios.

El Papa Juan XXII, en 1318, afirmó: «Él solito iluminaba la Iglesia más que los otros doctores. Leyendo sus libros un hombre aprovecha más en un año que durante toda su vida» [2]. San Pío V, en 1567, no fue menos categórico: «La Iglesia hizo de ella su doctrina teológica, por ser la más correcta y la más segura de todas». Y el Papa León XIII, en 1892, dijo que «si se encuentran doctores en desacuerdo con Santo Tomás, cualquiera sea su mérito, la duda no es permitida; sean los primeros sacrificados al segundo». A su vez, el Concilio Vaticano II aconseja que Santo Tomás sea seguido en los Seminarios y en las Universidades católicas. El Papa Pablo VI, comentando este hecho, dijo: «Es la primera vez que un Concilio Ecuménico recomienda a un teólogo, y éste es precisamente Santo Tomás de Aquino».

Las tres catequesis de Benedicto XVI sobre Santo Tomás de Aquino

Siguiendo los pasos de sus predecesores, el Papa Benedicto XVI volvió a resaltar la importancia del pensamiento de Santo Tomás de Aquino para el mundo contemporáneo. El Sumo Pontífice dedicó tres de sus audiencias semanales para abordar la vida, la obra y el pensamiento del Doctor Angélico [3]. En su Catequesis del 2 de junio de 2010, el Papa recordó las palabras de Juan Pablo II en la Encíclica ‘Fides et Ratio’, donde él afirma que el Angélico «fue siempre propuesto por la Iglesia como maestro de pensamiento y modelo en cuanto al recto modo de hacer teología» [4]. El actual Pontífice argumenta que no debemos sorprendernos que, después de San Agustín, entre los escritores eclesiásticos mencionados en el Catecismo de la Iglesia Católica, Santo Tomás sea citado más que todos los otros. En seguida, él presenta algunos trazos de la vida del Aquinate, resaltando el providencial encuentro del Angélico con el pensamiento de Aristóteles.

saint-thomas-aquinas-16.jpgEn efecto, en el siglo XIII fueron traducidas al latín diversas obras del Estagirita que hasta entonces eran completamente desconocidas en el occidente cristiano. Esto despertó en los medios académicos no solo admiración, sino también temor. La razón de esto es que muchas de las enseñanzas de Aristóteles parecían estar en desacuerdo con la doctrina revelada. Santo Tomás, entonces, se dedicó a comentar las principales obras de Aristóteles, buscando distinguir en sus escritos aquello que era válido, de aquello que era dudoso. Había una pregunta que intrigaba a muchos teólogos de su tiempo: ¿podría el pensamiento cristiano recibir alguna contribución de la filosofía pagana? Santo Tomás respondió: «Toda verdad, dicha por quien quiera que sea, viene del Espíritu Santo» [5]. Para Santo Tomás, el encuentro con una filosofía que era anterior al propio cristianismo no era propiamente un obstáculo para la revelación, pero sí, abría una nueva perspectiva para el horizonte de la fe. Veamos las palabras del Pontífice: «La filosofía aristotélica era, obviamente, una filosofía elaborada sin conocimiento del Antiguo y del Nuevo Testamento, una explicación del mundo sin revelación, únicamente por la razón. Y esta racionalidad consecuente era convincente (…). Existía una ‘filosofía’ completa y convincente en sí misma, una racionalidad precedente a la fe, y después la ‘teología’, un pensar con la fe y en la fe. La cuestión urgente era esta: ¿el mundo de la racionalidad, la filosofía pensada sin Cristo y el mundo de la fe son compatibles? ¿O entonces se excluyen? No faltaban elementos que afirmaban la incompatibilidad entre los dos mundos, pero Santo Tomás estaba firmemente convencido de su compatibilidad; por otra parte, la filosofía elaborada sin el conocimiento de Cristo prácticamente esperaba la luz de Jesús para ser completa. Esta fue la gran ‘sorpresa’ de Santo Tomás, que determinó su camino de pensador. Mostrar esta independencia de filosofía y teología, y, al mismo tiempo, su relación recíproca, fue la misión histórica del gran maestro» [6].

En síntesis, el Papa explica que en aquel momento de desencuentro entre dos culturas, parecía que «la fe debía rendirse delante de la razón». Entretanto, Santo Tomás demostró que fe y razón caminan lado a lado, y que no existe contradicción entre los datos de la revelación con aquellos adquiridos por el conocimiento racional. De esta forma, fe y razón: «constituyen las dos alas por las cuales el espíritu humano se eleva a la contemplación de la verdad» [7]. Fue así que, según el Pontífice, el Aquinate acabó creando «una nueva síntesis, que vino a formar la cultura de los siglos siguientes».[8]

Por Inácio de Araújo Almeida

(Mañana: El Poder de atracción de Santo Tomás – Su devoción eucarística)

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[1]Guillelmus de Tocco: Storia Sancti Thome de Aquino, ed. C. Le Brun Gouanvic, Pontifical Institute of Medieval Studies, Toronto, 1996.

[2] Las citas mencionadas en este parágrafo se encuentran en la obra: Odilão, Moura. Prefácio a Exposição Sobre o Credo. In: Tomás De Aquino. Exposição Sobre o Credo. 4ª ed. São Paulo: Loyola, 1981. pp. 11-16.

[3] Las tres catequesis de Benedicto XVI sobre Santo Tomás fueron proferidas en la Plaza de San Pedro los dias 02, 16 e 23 de Junio de 2010.

[4] Juan Pablo II. Carta encíclica Fides et Ratio: sobre as relações entre fé e razão, Paulus, São Paulo, 1998, n. 43.

[5] Aquino, Santo Tomás. Summa Theologica: I-II, q. 109, a. 1, ad 1.: «Omne verum, a quocumque dicatur, a Spiritu Santo est».

[6] Benedicto XVI, Audiencia General, Plaza de San Pedro. Jueves, 16 Jun. 2010.

[7] Juan Pablo II. Carta encíclica Fides et Ratio: sobre as relações entre fé e razão, Paulus, São Paulo, 1998.

[8] Benedicto XVI, Audiencia General, Plaza de San Pedro. Jueves, 2 Jun. 2010.

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