Redacción (Miércoles 13-04-2011, Gaudium Press) Casi tan antigua como el mundo, el arte musical siempre coloreó con su armonía la vida cotidiana de los hombres. Consciente del poder de la música, también la liturgia católica absorbió e inspiró conmovedoras armonías, las cuales llenan de consuelo y fervor las almas de los fieles como las elegantes notas musicales llenan los pentagramas.
Ya el Doctor de la Gracia, el gran San Agustín, testimonió el relevante papel que tuvo la música sacra en su vida espiritual -sobre todo por ocasión de las ceremonias litúrgicas presididas por San Ambrosio-, las cuales lo ayudaron a encontrar el camino de la Verdad: «¡Cuánto lloré oyendo vuestros himnos, vuestros cánticos, los acentos suaves que resonaban en vuestra Iglesia! ¡Qué emoción me causaban! Fluían en mi oído, destilando la verdad en mi corazón. Un gran impulso de piedad me elevaba, las lágrimas me corrían por el rostro, y me sentía plenamente feliz».[1]
Esta poética recordación, narrada en las Confesiones, tiene su fundamento teológico, pues, si las perfecciones de las criaturas captadas por nuestros sentidos evocan en el espíritu la absoluta perfección de Dios, también la buena música, al penetrar en nuestros oídos, despierta las tendencias naturales por las cuales somos atraídos a las sendas de Aquel que es, en esencia, «el Camino, la Verdad y la vida» (cf. Jo 14, 6). Como afirmó Dr. Plinio Corrêa de Oliveira, inspirador y maestro del Fundador de los Heraldos del Evangelio, «la música es un arte más espiritual que material, mejor que la simple materia, para ilustrar la representación de Dios en la Tierra y en el Cielo Empíreo».[2]
Por esta razón, el Seminario Santo Tomás de Aquino busca «cultivar con sumo cuidado el tesoro de la música» sacra en la formación cultural de sus miembros, tal como incentivara el Concilio Vaticano II, respecto a la Schola cantorum «en los Seminarios, Noviciados y casas de estudio de religiosos de ambos sexos, así como en otros institutos y escuelas católicas».[3]
El canto gregoriano, modelo supremo de melodía
Como recomienda el Concilio, y como oportunamente recordaba Juan Pablo II, «en lo referente a las composiciones musicales litúrgicas, hago mía la ‘regla general’ formulada por San Pío X en estos términos: ‘Una composición religiosa es tanto más sagrada y litúrgica cuanto más se aproxima -en el andamiento, la inspiración y el sabor- a la melodía gregoriana; y es tanto menos digna del templo cuanto más se distancia de este modelo supremo»[4].
En este canto magnífico, el literato convertido al catolicismo Joris-Karl Huysmans veía un símil de mil maravillas en el orden del universo -como aquellas expresadas en la arquitectura, la escultura, la pintura e incluso en la literatura-, de las cuales nos dejó un encantador e inolvidable elogio, en líneas que translucen su capacidad descriptiva:
«El canto gregoriano parece tomar prestado del gótico sus nervaduras floridas, sus flechas recortadas, sus ‘ruedas de gasa’, sus triángulos encajes leves y finos como voces infantiles. Él pasa, entonces, de un extremo al otro, de la amplitud de las aflicciones al infinito de las alegrías.
Otras veces, él mismo, como la escultura, se inclina para el júbilo del pueblo, asociándose a las alegrías inocentes, a las risas esculpidas en los viejos frontispicios. Él toma -tanto en el cántico navideño Adeste Fideles como en el himno pascual O Filii et Filiae- el ritmo popular de las multitudes.
Tal como los Evangelios, él se torna pequeño y familiar, se somete a los humildes deseos de los pobres y les proporciona una melodía de fiesta, fácil de retener en la memoria, que los eleva a las puras regiones donde sus almas cándidas se postran a los pies indulgentes de Cristo.
«Creado por la Iglesia, mejorado por ella en los coros de la Edad Media, el canto gregoriano es el parafraseado flotante y móvil de la inmóvil estructura de las catedrales. Él es la interpretación inmaterial y fluida de los cuadros de los pintores primitivos. Él es la traducción alada de las prosas latinas compuestas ahora por los monjes elevados, en sus claustros, fuera del tiempo». [5]
Polifonía e instrumentos resonando la insondable grandeza de los misterios divinos
Los miembros del Seminario se sirven también, y mucho, de la polifonía sacra. Ahora con los vivos ritmos de Francisco Guerrero, o con los piadosos acordes de Tomás Luis de Victoria, pero sobre todo con las composiciones del maestro Giovanni Perluigi de Palestrina, buscan la armonía apropiada al «espíritu de la acción litúrgica». [6]
Además, puesto que la Constitución Conciliar «Sacrossanctum Concilium» permite la utilización en el culto divino de instrumentos musicales, «con tanto que estos instrumentos estén adaptados o sean adaptables al uso sacro, no desdigan de la dignidad del templo y favorezcan realmente la edificación de los fieles» (n. 120), el coro y orquesta del Seminario no se abstiene de cultivar su variada participación, pues como notaba la santa música Hildegarda de Bingen, «también los instrumentos musicales, por la emisión de múltiples sonidos, pueden instruir espiritualmente a los hombres» [7].
De este modo, con la ejecución de composiciones de Johann Sebastian Bach, Wolfgang Amadeus Mozart, y de Georg Friedrich Händel -estas últimas con especial destaque-, quieren ellos, de alguna forma, resonar la insondable grandeza de los misterios celebrados en la Sagrada Liturgia, elevando así los corazones e instruyendo los espíritus.
Por Flávio Roberto Lorenzato Fugyama
(Mañana: ¿La música puede aumentar la inteligencia y calmar los ánimos?)
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[1] San Agustín. Confissões, IX, 6, 14.
[2] Plinio Corrêa de Oliveira. Conferência. 8 set. 1979. Arquivo do ITTA.
[3] Cf. Sacrosanctum Concilium, 114-115.
[4] In Revista Arautos do Evangelho, n. 25, p. 18
[5] HUYSMANS, Georges Charles in RIDDER, Guy, apud Revista Arautos do Evangelho, n. 28, p. 51.
[6] Sacrosanctum Concilium, 116.
[7] In FERREIRA, Carmela Werner. in Revista Arautos do Evangelho, n. 69, p. 36.
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